Por Mariana Schkolnik.- A diferencia de Svetlana Alexievich, que escribió un libro denominado “La Guerra no tiene rostro de mujer” -que le valió el Premio Nobel- en el cual ella mostraba el lado oculto de una guerra, el rol cumplido y los sufrimientos de casi un millón de mujeres que lucharon en el Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial, yo llamaré este artículo “La Guerra tiene rostro de mujer”: por las mujeres que no toman las armas, pero que viven, sobreviven o mueren a las guerras de ocupación y a los grupos terroristas o insurgentes.
Al llegar el día de la madre no puedo sino pensar en las miles de mujeres que están viviendo hoy en todo el planeta la brutalidad de una guerra y de los conflictos armados. Siria, Yemen, Afganistán, República Democrática del Congo, Ucrania. Sin contar los de nuestro propio continente, como México y El Salvador.
Porque la guerra se asocia a hombres, ejércitos, armas, trincheras y bombas. Pero la realidad siempre es mucho más vasta y cruel afecta a poblaciones inocentes y desprevenidas. Pues se trata de mujeres, y cuando hablamos de mujeres la mayor parte de las veces, hablamos de niños y niñas, adolescentes y bebés. Frío, hambre, violaciones, abandono y crueldad.
Hablamos de daños permanentes en el desarrollo de los niños y niñas, desarraigo, y soledad. Un niño sin hogar, si patria, sin familia, es un niño que crecerá en la disfuncionalidad, es un niño o niña que no podrá integrarse con normalidad a ninguna sociedad. Y son miles las mujeres en el mundo las que tratan de mantener, aun en las condiciones más difíciles de ataques y conflictos armados, una cierta normalidad en la vida de estos cientos de miles de niños en el planeta.
En Siria el conflicto se inició en 2011, cuando miles de ciudadanos y ciudadanas marcharon por las calles pidiendo que dimitiera el presidente Asad y que se realizaran diversas reformas políticas. Los opositores fueron tomando fuerza y se formó el Ejército Sirio Libre. Con el paso del tiempo entraron en escena los partidarios del yihadismo y el Estado Islámico. Durante todo este período se desató una feroz guerra interna, de destrucción y aniquilamiento en el cual el ejército de Asad exterminaba tanto a yihadistas como a las poblaciones que apoyaban al Ejército Sirio Libre. El país lleva entonces 11 años de guerra civil, además de bombardeos de países “amigos” contra el estado islámico. Guerra soportada por mujeres y niños, destrucción migración, hambre y desarraigo.
Yemen. La guerra ha afectado en especial a los más débiles, puesto que es uno de los países más pobres del mundo. El país sufrió un golpe de estado en 2014, y la guerra se ha convertido en un conflicto que enfrenta a las diferentes entidades que quieren formar el gobierno de este país. En este caso también ha intervenido el Estado Islámico y Al-Qaeda. El problema se agravó cuando una coalición de estados árabes dirigida por Arabia Saudí comenzó a bombardear el país en 2015.Tras cinco años de guerra, servicios básicos como la sanidad o la educación son casi inexistentes. Además, según la ONU, hay más de tres millones de desplazados y el 80 % de la población necesita ayuda. Los más pequeños, como siempre, se llevan la peor parte. Unicef ha calificado el país como «un infierno en la tierra» para los niños.
La guerra de Afganistán es una guerra que encierra numerosos y complejos conflictos entre etnias, facciones religiosas y civiles, entre el régimen de Karachi y los talibanes de Pakistán. Se han cumplido 18 años desde que comenzó la guerra, personas refugiadas, hambre y muerte. La guerra ha arrasado los campos de cultivo, miles se han visto obligados a dejar sus casas. Enfermedades como el ébola, el cólera o el sarampión han afectado también a la población.
Ucrania. Más de 5,3 millones de personas han huido de Ucrania y 7,7 millones permanecen desplazados dentro del país debido al rápido deterioro de la situación y por las acciones militares llevadas a cabo por Rusia en este país.
Entonces las guerras no son sólo la destrucción de las ciudades e infraestructuras, la muerte de soldados y civiles. Hay daños irreparables en las mentes de mujeres y de sus hijos, mas aun de niños y niñas abandonados. Las familias pueden incluso volver a sus ciudades de origen, pero ya no serán las mismas, serán personas con daños irreparables en su conformación psicológica y psíquica.
Qué ocurre con esas mujeres e hijos que se ven impelidos a huir de sus países y encadenan un suceso traumático tras otro: secuelas de la guerra, abandono de sus hogares, pérdida del trabajo y el patrimonio y lo que es más irreparable pérdida de seres queridos, destrucción de las redes sociales de apoyo, sometimiento a los abusos de las mafias, condiciones de vida infrahumanas. Comienzan a vivir la vida como una permanente sucesión de riesgos vitales, perdiendo la vida su valor. Se tratan de acontecimientos vitales estresantes de larga duración por lo que sus efectos sobre la salud en general, y la salud mental en particular son mucho mayores. Es lo que se ha llamado el síndrome de Ulises (Migración y salud mental. El síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple, Síndrome de Ulises, Joseba Achotegui Universidad de Barcelona Hospital de Sant Pere Claver, Barcelona).
Afrontamos una crisis humanitaria sin precedentes en el mundo que está provocando que millones de personas estén desplazándose. La crisis humanitaria que viven las fronteras europeas a consecuencia del éxodo sirio, y africano, el de latinos viviendo en las fronteras de USA. Esas mujeres y sus hijos son ejércitos de fantasmas que vagan por el mundo sin destino, pertenencia, ni esperanza. Son personas anónimas, casi inexistentes, no cuentan en ningún país. Pero la otra cara de esta moneda es que son personas fáciles de manipular por los movimientos terroristas y mafias violentas de delito y droga.
Un mundo con ejércitos de personas perdidas, traumatizadas, sin valores, llenas de incertidumbre que han perdido todo que tienen, enfrentarán dificultades enormes de readaptación. Niños discapacitados, o luchando por sus propias subsistencias y las de sus hermanos. Difícilmente podrán ser resilientes, pues para eso necesitarían de contención en algún momento de sus vidas, de una integración social en alguna estructura institucional, personas que crean en ellas y sus hijos, reglas claras para los hijos, y confianza y fe en el futuro. (“La resiliencia es el arte de metamorfosear el dolor para darle sentido; la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma”. “La resiliencia es más que resistir, es también aprender a vivir”, Boris Cyrulnik).
Estos errantes a duras penas cubrirán sus necesidades básicas, en países cada vez mas reticentes a la inmigración, países donde se ha ido imponiendo cada vez con mayor fuerza un énfasis político con un falso afán de identidad nacional, carente de humanismo. Humanismo, que debería ser uno de los principales componentes precisamente, de dicha identidad, como lo fue en el pasado.
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