Por Hugo Cox.- La izquierda woke se basa en una combinación de la política de izquierda y la conciencia social. Busca abordar diversas injusticias sociales y luchar por la igualdad, la equidad y la justicia en múltiples frentes.
Aunque tiene seguidores comprometidos, también ha generado críticas y debate en torno a su enfoque y tácticas, a su origen en torno a las universidades, y a la incorporación de temáticas de nicho como los temas medio ambientales, raciales o de diversidad sexual, así como el feminismo y todas las variantes de demandas que tratan de incorporar en su lucha política.
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Pero está ocurriendo que tanto la izquierda woke como la nueva derecha han abrazado una misma lógica de intolerancia.
Con toda su animosidad ideológica, se reflejan entre sí. Mientras la izquierda woke quiere desmantelar sus propios cimientos (la tradición emancipadora europea), la derecha empieza a cuestionar sus propios textos fundacionales.
Pero esto ha llevado a que la tradición democrática de autocrítica haya caído en el absurdo de amenazar a las mismas democracias en occidente, y lo que ha servido de camino conductor a esa amenaza es más bien el nihilismo y la auto indulgencia, caracterizando a los distintos sistemas políticos.
La pregunta es ¿qué surge en las tinieblas de la democracia que destruyen tanto la izquierda woke como la derecha más reaccionaria?
En nuestro suelo tenemos nuestra propia izquierda woke, que lleva 16 meses en el gobierno y no logra instalar su agenda. Cada vez que intenta hacerlo surge un conflicto mayor que no es administrado, partiendo desde su conflictiva instalación, nublada con el viaje de la ex ministra del Interior a la Araucanía.
Con el apoyo de dos coaliciones que no conversan, con un parlamento adverso, con dos derrotas políticas en un año (plebiscito de salida y nuevo consejo constitucional donde hubo un apoyo mayoritario al partido Republicano) de las cuales aún no se repone -dejándolo en términos políticos sin capacidad de iniciativa-, hoy se agrega un conflicto mayor: el tráfico de influencias, negociación incompatible y fraude al fisco que afecta a la alianza original en especial a Revolución Democrática y al gobierno en general.
El gobierno no logra reponerse de una derrota cuando le llega una crisis de mayor envergadura política, ya que afecta a la moral de los partidarios del gobierno, y que habiendo partido en Antofagasta, parece estar presente en otras regiones, como el Maule, Ñuble y Atacama.
Esta crisis puso en cuestión un elemento central que justificaba la llegada de Boric al poder: hacer cambios profundos en la estructura social, política y económica, bajo el alero de una moralidad y ética intachable (recuérdense las declaraciones del actual ministro de Desarrollo Social), con la promesa adyacente de que en su gobierno, las malas prácticas y los actos de corrupción no estarían presentes. Así, el conflicto impacta de lleno a un gobierno que aún no cumple la mitad de su mandato.
En segundo lugar, pareciera ser que lo que viene dista mucho de lo que fue su cuenta pública a la nación. Si es que hay reforma tributaria será la que el empresariado y la derecha determinen y si hay reforma de pensiones será lo que el empresariado y la derecha determinen. Y si hay nueva constitución no será la que el gobierno deseaba, y si no hay nueva constitución el gobierno legitimará la misma constitución del 80 -con fuertes reformas durante el período democrático- a la que el Frente Amplio se opuso con mucha fuerza.
Súmese a eso otro elemento que no hay que perder de vista en los próximos 15 días, pues en el Congreso es factible que la acusación constitucional contra el ministro Ávila sea aprobada en la Cámara y pase al Senado.
En síntesis, la actual administración a raíz de las platas de Antofagasta y de otras regiones recibió un misil en su línea de flotación, el que conformaba su discurso de probidad y buenas prácticas que, con el correr del tiempo, se transformó en un discurso ideológico que hoy no tiene sustento.
Lo más seguro es que el gobierno cumplirá el período para el cual fue elegido, pero sin lograr hacer nada de lo que se propuso.
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