Croquis y texto de Patricio Hales.- El entusiasmo con que el 80% de los chilenos conquistamos, democráticamente, una Convención Constitucional inundó de contenidos, ideas valores y propuestas hacia un clima por los derechos, libertario y solidario.
A mi edad, en este proceso, aprendí nuevas concepciones de la “inclusión” que no había visto de manera completa. Escuché mucho y procesé mis cambios personales hacia una realidad más rica. Así asumí mejor mi habitual inclusión activa de la diversidad de género, los nuevos inmigrantes tan distintos a mis abuelos, aprendí de nuevos derechos, del ambientalismo y otros tratos. Asumí la necesidad de sumar fuerzas para incluir a las ballenas, las hojas del otoño y la pureza del aire, olvidar que la naturaleza no es recurso sino vida. Casi acepté un vocabulario exagerado, llamado incluyente que cambia la gramática. Comprendí el combate al menosprecio que sugieren los apodos. Y disminuí mis piropos.
Les creí que la Nueva Constitución se estaba haciendo con un espíritu incluyente. Les creí que su vocabulario tenía filosofía del estar-con, de hacer el presente con la Historia. Nunca imaginé que la pasión refundacional, a caballo de la soberbia del ignorante, del inmaduro políticamente, llevaría a la Convención Constitucional a tomar la explícita decisión de excluir a los Presidentes de la República de la Ceremonia de Cierre. El escándalo público por la reacción del Presidente Lagos los llevó a revertir la decisión. No fue un errorcito. Aplicaron la vieja idea de incluir a todos menos a los políticos que debaten sus ideas. Lo grave es que la inspiración, reflexionada, debatida y anunciada públicamente demostró que el concepto de inclusión tenía matices políticos totalitarios propios del estalinismo, del nazismo y del fascismo que dicen combatir. Una arrogancia que se afirma en una de las peores formas de la vieja y corrupta política de la que tantos formamos parte alguna vez y que los nuevos Savonarolas dicen repudiar.
La idea de “la historia comienza con nosotros” es tan vieja y repetida como la historia misma. La vieja Ley del Hielo. Disfrazado de lo nuevo, el totalitarismo excluyente necesita imponerse eliminando de a poco al otro. Quien me cuestiona no existe. Remiro mi libro “Lenin, vida y actividad” (Edit. Progreso,1985, URSS), con 487 páginas de fotografías de un siglo. En este, el aparato oficial eliminó del interior de cada foto a todos los políticos que evocaban cuestionamientos al Partido hasta 1985. No hay una sola aparición de Trotski, Ministro de Guerra, ni de las autoridades que hicieron la Revolución pero discrepaban.
La exclusión se hace de a poco, en una ceremonia, en el discurso excluyente, en el relato, en los libros, en las descalificaciones personales cada vez que debatimos sus ideas, repitiendo mentiras en las RSS. De a poco se puede llegar a mucho. Esta arrogante inmadurez de algunos del Chile de hoy no se compara con el Pinochetismo que para eliminarnos dijo que éramos casi humanos, humanoides, ni al campo de Mathausen, Austria, donde los nazis mandaban a los comunistas y políticos opositores. No hay comparación, pero hay que recordar los excesos a los que de poco han llegado los “puros”. La Nueva Constitución debería haber sido una construcción de cristal, limpia pura, con errores de impericia pero ausente de esta y tantas otras señales sectareas que prueban debilidad de la voluntad constituyente de la inclusión en un país para todos.
¡Y les habíamos creído tanto!
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