Por Hugo Cox.- Al leer y analizar el último informe del Banco Mundial con respecto a la economía del planeta, se plantea que el crecimiento mundial durante el año actual se desacelerará en la medida que los países empiezan a enfrentar un tercer año de pandemia de Covid-19 (que a la luz de los datos de la OMS, implica brotes que no se ralentizarán); a lo que se suma una elevada inflación, mayores niveles de deuda y una mayor desigualdad de ingresos.
Esta caída del crecimiento se ve reflejada en el bajo crecimiento de las grandes economías como la de China y Estados Unidos, lo que repercute en la economía doméstica de Chile generando condiciones difíciles de manejar ya que los cuellos de botella en las cadenas de suministros y las presiones inflacionarias vienen acompañadas de vulnerabilidades financieras.
Se observa un aumento sostenido en la desigualdad, que se refleja en la pérdida de ingresos y, además, interrupciones de empleo experimentadas por diversos grupos sociales y, fundamentalmente, por aquellos más vulnerables: hogares de bajos ingresos, trabajadores informales y de baja calificación, y mujeres.
¿Cómo se puede explicar lo anterior más allá de la coyuntura? La actual crisis, tanto local como global producto de la pandemia y las desigualdades, forma parte de lo complejo en sociedades como la nuestra, pues el discurso temático inunda la discusión, haciendo que se pierda de vista lo central, en consideración de la cultura nacional, escenario en que las normas y los valores son el terreno de disputa fundamental para alcanzar el poder político (Gramsci).
No se debe olvidar el pasado: en los 70 se produce una ruptura del orden que traía Chile, surgiendo grandes tensiones entre el centro y la periferia del sistema de producción, donde el primero es parásito del segundo (realidad de América Latina).
Posteriormente, con la crisis del desplome financiero de 2008 (se olvida la profundidad de esta crisis que, para muchos, aún no se supera) se emplaza a refundar el capitalismo financiero, pero la reconfiguración de éste apostó por políticas de austeridad, combinadas con represión de los sectores más damnificados por la crisis.
Por otra parte, los estados con menos desarrollo anclan sus modelos de crecimiento dependiendo de la exportación de la minería y agricultura, del sector servicios y la especulación inmobiliaria, aumentando la desigualdad y la precariedad de los Estados.
Esto genera cambios profundos en las identidades políticas, que van desde el auge de los populismos, la fragmentación de los partidos tradicionales, generando políticos precarios; dilemas de los trabajadores atrapados en los diversos fracasos en la centro izquierda, ya que no logran captar el cambio profundo que estaba ocurriendo bajo la corteza de la política y que impacta a una estructura económica que no logra entender lo que ocurre en vastos sectores sociales, generando un estado de ánimo que se expresa desde el enojo y el rechazo sin una conexión con la racionalidad de la política.
Se debe tener en cuenta que la lucha se establece en que unos privilegian la libertad y los derechos individuales y los otros insisten en la igualdad y la participación. Esta pugna al interior del sistema democrático se da en torno a prioridades y no entre regímenes alternativos. Esta es la confrontación del Chile que viene en este nuevo ciclo político. Por lo tanto, esta tensión entre la lógica de la igualdad y lógica de la libertad genera una sociedad pluralista, sin olvidar que habrá siempre problema de carácter específico.
Lo que ocurre en la convención constitucional y en el Parlamento es la tensión antes descrita, y esto implica necesariamente poner un orden en los valores, lo que y se debe tener claro que imposibilite el pluralismo absoluto.