Por Roberto Fernández.- En solo 5 meses estaremos votando para elegir a los miembros de la Convención Constituyente. Si consideramos las fiestas de fin de año y las vacaciones, aún en medio de la epidemia, podemos decir que falta muy poco para la realización de ese importante evento.
La primera etapa de este proceso, que tiene como objetivo una nueva Constitución para el país, terminó con un resultado sorpresivo. Ni los más optimistas de un lado y pesimistas del otro, imaginaron un resultado como el que se dio en el plebiscito, a pesar que existían datos que lo hacían predecible: todas las encuestas relativamente serias nunca dieron más del 18% al rechazo y adelantaban que la derecha, que históricamente tenía un piso de alrededor del 33%, iba dividida.
Esta realidad no se puede entender sin incorporar en el análisis la movilización activa y permanente de la gente, en especial de los jóvenes, a partir del estallido social, el que manifestó un rechazo generalizado a un modelo de sociedad que era percibido como generador de privilegios, abusos y desigualdad inaceptables.
El estallido social fue exactamente eso, una explosión de demandas; inesperada, espontánea, masiva, a veces violenta, con fines y objetivos diversos, sin una organización central y al margen de los partidos políticos. Esto dejó a la elite, transversalmente, estupefacta y en pánico. Literalmente no entendía nada de lo que estaba pasando y se demoró en reaccionar, pero al final lo hizo. El acuerdo logrado en la noche del 15 de noviembre permitió el proceso de cambios que estamos viviendo y que hoy sabemos, pondrá fin a la constitución de Pinochet.
Dentro de poco entraremos de lleno en la campaña para la elección de los Constituyentes. Los desafíos para el gobierno, la derecha y la oposición son claros: para los primeros, lograr el 33,4% de la Asamblea y, con ello, la capacidad de vetar los artículos que no deseen sean sometidos a voto en el plebiscito de salida; para la oposición, consolidar el triunfo en el plebiscito y lograr el 66,7% de dicha Asamblea, lo que les permitiría llevar a dicho plebiscito todos los artículos que determinarán.
Si bien la naturaleza de la elección de los constituyentes es distrital, es totalmente distinta a la del plebiscito. En términos absolutos la derecha necesita aumentar de 54% la votación obtenida el 25 de octubre para lograr el porcentaje necesario para ejercer el mecanismo del veto que eventualmente necesitaría. En tan poco tiempo se ve muy complicado, a pesar de la ventaja que le da el quórum de 2/3 establecido en el acuerdo.
La paradoja de este proceso radica en que nace de un acuerdo entre partidos políticos, los que son rechazados con vehemencia por la inmensa mayoría de las personas, pero a la vez son los que se ven ampliamente favorecidos por las disposiciones legales que organizan el evento, sobre todo respecto a los independientes. La percepción generalizada es que fue la gente la que triunfó en el plebiscito, no los políticos, y esto es reivindicado con fuerza.
Conceptualmente, como país enfrentamos una situación muy compleja, dada la confusión que parece existir entre la importancia de los partidos políticos en un régimen democrático y el desprestigio y rechazo a sus dirigentes.
Es de esperar que los líderes hayan comprendido lo que está pasando e incorporen y faciliten las participación de candidatos independientes, que representan realmente a las organizaciones sociales. Todo lo que “huela a cocina” será rechazado. En todo caso, hoy tienen una oportunidad para que comiencen a retomar la conexión con los ciudadanos.
De la capacidad de organización, trabajo, movilización, apoyo a los independientes y la participación de los jóvenes, dependerá en buena parte que Chile se dé una Constitución realmente democrática, que represente los intereses de todos los ciudadanos.