Por Fernando de la Cuadra[1].- La catastrófica gestión del gobierno Bolsonaro se podría caracterizar por una preocupante paradoja: por una parte, se presenta como una administración incompetente y el Jefe de Estado emerge como una figura totalmente dispensable para dirigir los rumbos del país. De manera aparentemente contradictoria, nunca antes un mandatario había efectuado un daño tan devastador y un desmonte tan feroz de las políticas públicas y las estructuras del Estado brasileño.
En este último caso, la administración de Bolsonaro se podría caracterizar como un desgobierno o un anti-gobierno en la medida que se ha dedicado sistemáticamente a destruir todo aquello que Brasil había venido implementando en términos de políticas públicas en educación, salud, vivienda, medioambiente, transporte, previsión, derechos humanos y seguridad, entre otros. Muchos de sus ministros han sido emblemáticos de la desfachatez y la incapacidad de conducir su respectiva pasta.
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El daño causado, por ejemplo, en un sector tan sensible y fundamental como la educación es incalculable. Hasta la fecha, ya se han rotado cuatro ministros en el puesto y el actual secretario Milton Ribeiro, un pastor evangélico, se encuentra amenazado de ser exonerado, precisamente por haber favorecido a otros dos pastores con recursos para aumentar su influencia local. Estos dos religiosos actuaban como asesores informales del ministro e intermediaban reuniones con gestores municipales para la obtención de recursos a cambio de “propinas” por cada proyecto adjudicado. En una grabación difundida por el diario Folha de Sao Paulo, el ministro también llega a comprometer los recursos de su Ministerio para la construcción de iglesias en algunos municipios donde existen pastores pertenecientes a su iglesia, la Presbiteriana.
El Ministerio de Educación se ha caracterizado por escándalos desde que asumió el presente gobierno en 2019. Por ejemplo, el segundo ministro escogido por Bolsonaro, Abraham Weintraub, emprendió una verdadera cruzada contra la globalización porque, según su opinión, ella formaba parte de una estrategia de dominación del marxismo cultural. Después de insultar a los miembros del Supremo Tribunal de Justicia (los llamó “vagabundos” en una reunión de gabinete), el ministro terraplanista acabó completamente aislado y despreciado por los funcionarios de carrera de su propio ministerio.
Podríamos seguir describiendo el desmonte en diversos sectores, como lo que ha sucedido con el boicot a los programas de vacunación que acumulaban una experiencia exitosa de hace décadas y que en este gobierno retardó intencionalmente la aplicación de inmunizantes contra el Covid-19, el cual ya ha cobrado la vida de más de 658 mil personas. Por lo mismo, existe una campaña sostenida en defensa del Sistema Único de Salud (SUS), garantizado por la Constitución de 1988 y una de las mayores conquistas de la población desde la redemocratización del país. La extinción de los programas de control de los principales ecosistemas del país es otro caso emblemático de las acciones de desconstrucción de las políticas públicas en la esfera medioambiental. Cuestionando la información del organismo encargado de monitorear la región amazónica, que detectó un aumento significativo de la superficie de quemadas y devastación de la floresta, el presidente y su ministro de medioambiente no encontraron mejor solución que cambiar a los científicos encargados de administrarlo. Lo mismo ha sucedido con los programas de vivienda, de combate al hambre y la pobreza, de transporte y movilidad urbana, de financiamiento de la cultura y el arte, de protección del patrimonio histórico y un largo etcétera.
Tal como lo señaló Bolsonaro en su discurso inaugural, su primera tarea sería destruir todo lo que –según él- habían realizado los gobiernos de izquierda. En eso el ex capitán se ha mostrado un eficiente ejecutor en la devastación de las políticas públicas, de la acción política y de las instituciones de la República. El país se mantiene precariamente funcionando debido o ayudado por cierta inercia del aparato gubernamental que no ha sido del todo demolido y a la acción de los contrapesos del sistema político que pueden operar en ciertas ocasiones, especialmente en el caso del Supremo Tribunal Federal y del Ministerio Público. Ya el poder legislativo se encuentra cooptado por las prácticas fisiologistas articuladas por los partidos del llamado “Centrao”, configurándose aquello que tiene de peor el sistema político brasileño, o sea, un modelo que se sustenta por un clientelismo grosero y nefasto.
Si por un lado Bolsonaro es el paladín de la destrucción, por otra parte se distingue como un gobernante sin cualidades, inculto e irrelevante. Su viaje a Rusia pocos días antes de la invasión a Ucrania tuvo escasa importancia para alterar el curso del conflicto que estaba por desatarse. Adulado por sus fervientes seguidores como el enviado de la paz, pasó completamente desapercibido para la geopolítica mundial, confirmando una vez más la completa intrascendencia que posee actualmente Brasil en materia de relaciones internacionales.
Aunque Bolsonaro puede presionar a la clase política a través de favores para el financiamiento de proyectos y enmiendas parlamentarias, en el plano interno sus opiniones son consideradas bizarras, groseras o anecdóticas, recibiendo en varias ocasiones el apodo de “bufón de la corte”. Por eso, no deja de ser una paradoja el hecho de que un presidente tan limitado y carente de calificaciones mantenga todavía un apoyo incondicional por parte de un cuarto de la población. Este respaldo a su gestión puede parecer débil, pero es ciertamente relevante si pensamos en todo el daño que viene realizando su gobierno en estos poco más de tres años de mandato.
Contrariamente a lo que se podría esperar, parece haber un desfase entre los desastres cometidos por su administración y la aprobación que aún mantiene por una parte de los electores: economía en recesión, inflación disparada, carestía, desempleo, hambre y miseria, millares de familias viviendo en las calles, creciente criminalidad, violencia e inseguridad ciudadana, son algunos de los problemas que se han agudizado en este período.
Sin embargo, las movilizaciones se han paralizado hace meses y existe una especie de letargo de los movimientos populares y de las organizaciones sociales. Quizás esta pasividad sea alterada por la contienda electoral que se avecina, pues solo faltan seis meses para que los brasileños y brasileñas escojan un nuevo presidente y un nuevo Congreso Nacional. Con todos los riesgos y amenazas que se vislumbran en este futuro escenario, las elecciones representan una inmejorable oportunidad para destrabar los nudos de este proceso sociopolítico y desenmascarar definitivamente las maniobras y atrocidades del actual desgobierno.
[1] Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.
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