Hugo Cox analiza las condiciones que llevan a que la política se transforme en un absurdo para los ciudadanos, como si todos viviéramos el mito de Sísifo.
Por Hugo Cox.- Al observar la realidad política, vemos el absurdo de la lucha permanente que lleva a una polarización donde los extremos se potencian constantemente.
En «El mito de Sísifo», Albert Camus presenta a Sísifo, condenado por los dioses a realizar una tarea absurda y sin sentido, empujando una piedra cuesta arriba sólo para que ruede hacia abajo una y otra vez, pero de tanto repetir la rutina le empieza a encontrar sentido.
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En el fondo, el mito se convierte en una metáfora de la condición humana y la lucha constante contra un universo aparentemente indiferente y sin sentido. Desde una perspectiva política, la idea de rebelión y resistencia contra el absurdo puede interpretarse como una llamada a la acción contra las injusticias y las estructuras de poder opresivas.
Camus aboga por una actitud de rebeldía ética, que implica la resistencia contra cualquier forma de opresión y la búsqueda de la justicia y la libertad.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que Camus también criticó los extremos ideológicos y la violencia política, abogando por una rebelión que se base en la solidaridad y el respeto por la dignidad humana. Muchas veces los extremos llevan a la intolerancia y la censura, abandonado el equilibrio necesario entre la búsqueda de la justicia social y el respeto por la diversidad de opiniones y, por lo tanto, hiriendo a la libertad de expresión.
Los ciudadanos hoy en todos los estudios de opinión tienen una mala percepción de la política, la ven como un mal necesario, ya que para ellos ha ido transformándose en un absurdo.
Y, sí: La política puede transformarse en algo absurdo cuando las acciones y decisiones de los actores políticos carecen de lógica, racionalidad o conexión con la realidad, o cuando se priorizan los intereses personales o partidistas sobre el bien común. Algunos ejemplos de cómo la política puede convertirse en algo absurdo incluyen:
1.- Corrupción desenfrenada: Cuando los políticos están más preocupados por enriquecerse a sí mismos o a sus allegados que por servir al pueblo, la política se vuelve absurda. La corrupción mina la confianza en las instituciones democráticas y distorsiona los procesos políticos.
2.- Polarización extrema: Cuando la política se convierte en una lucha sin fin entre facciones opuestas que se rehúsan a comprometerse o a dialogar, se vuelve absurda. Esto conduce a la parálisis del gobierno y a la incapacidad de abordar problemas importantes.
3.- Decisiones irracionales o contraproducentes: Cuando los líderes políticos toman decisiones que van en contra del interés público o que tienen consecuencias negativas evidentes, la política se vuelve absurda. Esto puede incluir políticas que ignoran la evidencia científica o que perpetúan problemas sociales.
4.- Discursos demagógicos y manipuladores: Cuando los líderes políticos recurren a discursos simplistas, emocionales o divisivos para manipular a la opinión pública, la política se vuelve absurda. Esto puede alimentar el odio y la desinformación, en lugar de fomentar un debate constructivo y fundamentado.
4.-Priorización de trivialidades sobre asuntos importantes: Cuando los políticos y los medios de comunicación se enfocan más en escándalos triviales o en la personalidad de los líderes que en los problemas reales que enfrenta la sociedad, la política se vuelve absurda. Esto distrae la atención de los asuntos cruciales y perpetúa un ciclo de superficialidad en el debate público.
En síntesis, la política se transforma en algo absurdo cuando se aparta de sus propósitos fundamentales de servir al bien común, cuando se priorizan intereses personales o partidistas sobre el bienestar de la sociedad, y cuando las acciones y decisiones carecen de lógica, racionalidad o conexión con la realidad.
Es hora de preguntarse cuánto de absurdo hay en las élites políticas, y cuánto de absurdo hay en la política local y en las sociedades latinoamericanas.