Fidel Améstica nos hace viajar por La Ilíada al analizar un solo verso desde sus distintas traducciones.
Por Fidel Améstica.- En el canto o rapsodia IX de la Ilíada, una embajada encabezada por Odiseo lleva unos presentes del rey Agamenón destinados a Aquiles, a modo de disculpa para que este vuelva a la batalla. La decencia y el sentido común llaman a considerar el gesto y abrirse a un cambio de actitud, lograr la concordia y la reconciliación. Un poco de urbanidad y cortesía, ¿cómo no abrirá el camino a la solución de esta disputa? Pero el daño ya estaba hecho, y el hijo de Peleo no iba a ceder.
Así, por toda respuesta, el aedo, al prestarle la voz al parido por la ninfa nereida Tetis, nos transmite, en el verso 378: «ἐχθρὰ δέ μοι τοῦ δῶρα, τίω δέ μιν ἐν καρὸς αἴσῃ» [en fonética moderna: ejzra demi tu dora, tío de minen karos esi]. Jasper Griffin, en su estudio Homero (Homer, 1980), versiona en inglés este verso: «I hate his gifts, and I value him at a straw», y su traductor al español en Alianza Editorial, Antonio Guzmán Guerra, lo versiona de este modo: «Tan odiosos como él me son sus dones, y no los precio en un ardite».
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Una versión en inglés del sitio Quizlet lo traduce así: «And his gifts are hateful to me, and I honour him a splinter’s worth»[1] (Y sus regalos me son odiosos, no los taso más que una astilla). El confiable y prestigioso sitio Perseus Digital Library lo entiende como «Hateful in my eyes are his gifts, I count them at a hair’s worth», que al español sería más o menos: Sus obsequios son destestables ante mis ojos, me valen un pelo. La versión de Theodore Alois Buckley, para The Project Gutenberg EBook of The Iliad of Homer by Homer (2007), propone lo suyo: «Hateful to me are his gifts, and himself I value not a hair» (Sus regalos me son odiosos, y a él mismo no lo valoro un pelo). Samuel Butler, novelista decimonónico, en su versión inglesa de la Ilíada, dice: «Hateful to me are his presents, and for himself care not one straw» (Para mí, sus regalos son odiosos, y por él mismo no me importa ni un ápice).
En francés, destaca la versión del poeta parnasiano Charles-René-Marie Leconte de L’Isle, de 1866, la que propone: «Ses dons me sont odieux, et lui, je l’honore autant que la demeure d’Aidès» (Sus regalos me son odiosos, y lo honro tanto como a la morada del Hades). Mme. Dacier, en 1875, ofrece como símil de poca valía otra palabra: «Ses présents me sont odieux, et je le méprise comme un vil esclave» (Sus presentes me son odiosos, y lo desprecio como a un vil esclavo).
La traducción al latín de Leonardo Bruni Aretino, en la primera mitad del siglo XV, de los versos 222-605 del libro IX, consigna el verso 378 con esta cadencia: «Dona vero, quae offert, odiosa mihi sunt. Sperno enim illum atque eius munera» (Los dones que él me ofrece, ellos son odiosos a mí. Desprecio a él y a sus dones[2]. Una de 1814, editada en Londres, da una versificación menos rítmica: Invisa autem mihi ejus dona, aestimoque eum nihili[3] (Pero odio sus dones, y lo estimo como nada).
En español, tenemos versiones clásicas, como la de Luis Segalá: Sus presentes me son odiosos, y hago tanto caso de él como de un cabello (1927); la traslación en versos de Fernando Gutiérrez: Sus presentes odiosos me son y me importan muy poco (1980); la de Emilio Crespo Güemes, de Editorial Gredos: Odiosos me son sus regalos y los aprecio como a un ardite (1991); o la de Antonio López Eire: Y odiosos me resultan sus regalos, / y a él no le estimo ni en un ardite (2003).
En griego, τίω es apreciar, honrar, venerar, evaluar; κάρ – καρὸς (τό) es cabello, cosa deleznable, nada; αἴσῃ es el dativo de αἶσα, parte, porción, medida, ocasión. La referencia contextual a la que alude el verso es bastante incierta. Y lo es porque hemos perdido ese referente, el modelo de enunciación del cual nace la imagen. No podemos ver la imagen, el símil, porque ya no es parte de nuestra experiencia común. Hay un velo que nos borronea algo que antes era enteramente reconocible. Y, aun así, el verso, y la obra completa, en vez de perder fuerza, gana en intensidad después de casi tres milenios a punta de ignorancia que se deja asombrar.
Nos habituamos a traducciones académicas, que hacen lo mejor que pueden. Pero sucede que este tipo de obras nacieron en la oralidad para ser memorizadas, referidas, salmodiadas y cantadas. El griego homérico es una lengua que nadie habló pero que todos los helenos reconocían, desde Asia Menor, las Cícladas, las Espóradas, la península y la Magna Grecia al sur de Italia, pasando por Chipre y Creta, y hasta Macedonia. Incorpora giros dialectales de la mayor parte de estas zonas; y aunque fue compuesta en una métrica heroica y solemne, el hexámetro, tiene pasajes muy cotidianos, humorísticos y del habla espontánea.
Difícil es saborear la calidad y textura sonora del hexámetro. Su definición rítmica no descansa en la acentuación de las sílabas ni en el número de estas. Aquello que ancla el verso a la memoria no son ni la rima ni la cadencia acentual, sino que la duración de las vocales y la iteración fonemática. Por ejemplo, en español, no hacemos diferencia, no percibimos el matiz, entre la primera y segunda a de casa y vaca. En căsā, la primera a es breve y la segunda, larga. En vācă, al revés: la primera es larga y la segunda, breve. Pero esta percepción no implica ningún roce en la sensibilidad, poco y nada nos comunica algo ni cualquier cosa.
Distinto sucede con la aliteración, que en inglés es un factor en su tradición poética. Y en español, aunque a muchos les resulte un cultismo innecesario, todo un clásico y vigente es el ejemplo de Fray Luis de León con su oda «Vida retirada»:
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal rüido,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
(…)
¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh, secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
(…)
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Si uno pone atención, desmarcado de las cantidades silábicas y las rimas, a intervalos más o menos regulares adquieren relevancia los sonidos seseantes (s/c/z) y una vocal cerrada, la i. El río que interpela la voz poética ya ha sido anticipado en su cauce por las curvas sonoras de las eses, el arrastre de las pequeñas piedras en su lecho, por las eres, y la transparencia lumínica en acto, colocada, por las íes, resaltadas por contraste cerca de la o, de la e, y por adyacencia, a la consonante d. Este recurso es una exquisitez, al menos en nuestro idioma, en el manejo del sentido en la composición.
En el caso que vemos con el verso 378 de la rapsodia IX de la Ilíada, la aliteración y la duración vocálica eran primordiales a la hora de memorizar, constituían puntos de apoyo para convocar en el habla la secuencia de los versos. Así, «ἐχθρὰ δέ μοι τοῦ δῶρα, τίω δέ μιν ἐν καρὸς αἴσῃ» [ejzra demi tu dora, tío de minen karos esi] nos entrega un patrón consonántico, con sus respectivas duraciones en pies compuestos de largas y breves. Es difícil comprender esto cuando no está en nuestro uso diario prosodiar con estos parámetros, pero vale la pena indagar y ver que un hexámetro no es lo mismo que un decahexasílabo, porque no siempre coinciden en la cantidad de sílabas o golpes de sonidos.
Y aunque es reconocida la continuidad histórica de la lengua griega desde la Antigüedad hasta nuestros días, es tanta la distancia referencial que la cadencia versal sufre de las mismas dificultades que los otros idiomas. Una de las versiones en griego moderno plantea este verso, mediada también por toda una historia de traducciones, muy distinto: «Τα δώρα του αποστρέφομαι και ουτιδανά τα κρίνω»[4] [Ta dóratu apostréfome ke utidaná ta krino]: Aborrezco sus regalos y no los taso en modo alguno. El verbo krino (κρίνω) es juzgar, desapareció el elemento comparativo del original.
Nikos Kazantzakis ofrece una versificación más interesante: «Κι όλα τα δώρα του τα οχτρεύομαι και για σκουπίδια τα ’χω» [Kiola ta dóratu ta ojtrébome ke yia skupidia tajó]: Me repelen todos sus regalos y los considero basura. No usa el verbo μισώ (misó, odiar), sino que uno con más matices e intenso: οχτρεύομαι (ojtrébome), es odiar, pero también ser hostil ante algo que provoca repulsión; y aporta un símil claro para cualquiera: σκουπίδι (skupidi), basura, en su declinación de plural.
Homero, o la escuela poético-musical que se llama Homero, tenía modelos lingüísticos para levantar su propio modelo. De hecho, piensan algunos, este verso hacía alusión a que los regalos de Agamenón a Aquiles no le valían a este «ni un recorte de la esquila de una oveja». Un ovejero podría ayudarnos, talvez, a traducir mejor este verso, sería más asertivo. Como fuere, ¡he aquí la riqueza inagotable del mundo homérico!: ¿cómo el lenguaje de un oficio de paz puede nutrir con sus moléculas semánticas la pintura verbal de la cólera de Aquiles en el contexto de una guerra?
Aquiles, en un campamento militar, se expresa en un código no guerrero en sus palabras, de modo espontáneo, para rechazar los obsequios de un rey que atropelló su derecho y su valer guerrero, su areté, su excelencia, su hombría. ¿Y por qué Aquiles rechaza las disculpas y regalos del rey de reyes Agamenón? ¿Será solo porque está emperrado y podrido por la ira? ¿Así de taimado es? ¿Así de amurrado? La respuesta podría estar en otros versos con poco menos de un milenio de distancia hacia adelante, en el libro II, verso 49, de la Eneida de Virgilio: Timeo Danaos et dona ferentes. Significa: «Temo a los dánaos (griegos) incluso cuando traen obsequios», y quizás sirva igualmente esta otra: «Temo a los dánaos y a los que traen regalos». También: «Temo las dádivas de los griegos cuando no están presentes». Es una frase que dice Laoconte al ver el caballo de madera que han dejado los aqueos, quienes supuestamente se han ido.
Pues bien, sucede que Agamenón envía a Aquiles obsequios valiosos y devuelve a la mujer con que se quedó, sin haberla tocado, Briseida; pero él no está presente, sus presentes no lo tienen presente a él. ¿Cómo se va a rebajar a agachar el moño ante uno inferior a él en dignidad? ¿Y cómo el otro le va a creer si no lo tiene al frente, sino que a sus subalternos ocultando el desprecio y rencor que le guarda con regalitos y palabras de buena crianza? Regalitos con que, por lo demás, trata de comprarlo. Subvalora con ordinariez de oro al mejor de los guerreros, lo rebaja a calidad de mercancía. Con esto claro, vemos que nada valen las disculpas con finas y educadas palabritas si no van acompañadas de hechos, de acciones, que reparen el daño infligido. No por nada los griegos de la Antigüedad obligaban a sus hijos a memorizar las obras de Homero como una biblia: hay modelos de conducta ahí aptos para la convivencia, que incluso sirven dentro de los conflictos, las disputas y la guerra.
¡A todo lo que nos lleva un solo verso que se vale de una imagen nublada para nosotros, pero seductora para el entendimiento! Sí, esos modelos los hemos perdido, perdimos esos referentes; pero lo que traspasa los milenios es lo humano implícito en la cólera, en la ira vengativa que cualquier persona de un gran carácter puede padecer y hacernos pagar. Y como reconocemos eso tan humano, hay que echar mano a los modelos y referentes que tenemos para que siga teniendo sentido. Por eso estas obras, como la Ilíada, la Odisea, y muchísimas más, requieren que cada generación haga su propia traducción para que no se anquilosen, y nos lleguen con la frescura vital y musical de sus palabras, para que sus imágenes se sacudan de la pátina del tiempo y nos enfrenten, y así poder seguir reconociéndonos en la foto que nos sacan al enunciarse nuevamente.
En buen chileno, por lo coprolálico, Aquiles podría haberse referido al aprecio que le tenía a Agamenón como «me vale callampa», y que sus ofrendas se las introduzca por buena parte, pero el degradé sería demasiado. O pudo haber ponderado, como dicen los poetas populares chilenos: «¡Me importan 37 hectáreas…! [de pico o de callampa]». No es que el lenguaje excrementicio no sea digno de la poesía, sino que es un asunto de estilo, de saber resolver. Como resolvió Ernesto Cardenal en su Cántico cósmico al hacer propia la expresión más frecuente de su amigo Laureano Mairena, a quien homenajea: «Rejodidos hermanos míos de Solentiname, me valió verga la muerte».
Entonces, en un español más moderno, bien valdría en boca de Aquiles este decahexasílabo, o doble octosílabo, en situación análoga al hexámetro homérico:
«Asco me dan sus limosnas, y él mismo: ¡me vale verga!».
Y al que le quepa el poncho, que se lo ponga. Al que le caiga el guante, que se lo chante… ¡y lo aguante! Y de vez en cuando, no sobra decirlo, sáqueselo y dele una lavada. Wash and wear. Agua y jabón para las prendas y quien las usa. Deje que las planche la brisa mientras camina por los barrios de la polis (πόλις).
Notas
[1] En https://quizlet.com/gb/515441240/homer-iliad-9-374-431-flash-cards/
[2] Echeverría Gaztelumendi, Mariví. «La traducción latina de Ilíada IX, 222-605 de Bruni y su versión al castellano. Edición crítica». En Cuadernos de filología clásica. Estudios latinos, n° 4, 1993, p. 154.
[3] Homeri. Opera omnia. A cargo de Samuelis Clarkii. Impreso por Andreas Duncan, Academiae Typographus, Londres, 1814, p. 466. Disponible en Google Books.
[4] En https://www.greek-language.gr/digitalResources/ancient_greek/library/browse.html?text_id=158&page=79