Por Paulina Vergara.- Desde que inició el brote de COVID-19, la crisis ha implicado un fuerte deterioro en proyecciones económicas y un desempleo a nivel global con un fuerte impacto en ámbitos sociales, migratorio, alimentarios y ambientales, es decir, podemos hablar de un impacto “sistémico”. Tal como lo plantea el FMI en su informe Perspectivas de la Economía Mundial: El Gran Confinamiento es una crisis sin precedentes donde sumado al shock inicial, la incertidumbre en torno a su duración y profundidad, definen que las consecuencias se deben en gran parte a las necesarias medidas de contención y confinamiento.
La reflexión se torna interesante cuando somos espectadores e, idealmente, protagonistas de cómo las organizaciones han tenido que convivir entre la elección sobre la economía, salud y equilibrio entre el mundo laboral y la realidad familiar de sus trabajadores. Es en este contexto, “se pusieron a prueba”, tuvieron que buscar mecanismos para reinventarse, romper creencias y paradigmas preestablecidos desde hace décadas que visualizaban el funcionamiento de sus empresas, en distintos tipos de industrias, con modelos tradicionales, apelando a la famosa “hora silla” y donde la empatía hacia la vida de sus trabajadores no era algo que habitualmente me tocara, desde mi experiencia todos estos años como especialista, visualizar con frecuencia.
Puede ser desgarrador y algunos pueden considerarlo disruptivo, pido disculpas por ello, pero me parece que también hay que visualizar las oportunidades de reconfiguraciones que nos invitó o, por qué no decirlo, nos “forzó” a acelerar esta pandemia. Por supuesto, no podemos decir que esto benefició a las personas, sin embargo, nos convocó a reconfigurar nuestra comunicación, tanto entre pares como con sus líderes y entre ellos, también permitió en muchos casos, que hiciéramos un “stop”, miráramos nuestra realidad laboral, personal y ordenamos prioridades. Es un arte la capacidad que muchos tuvieron de hacer convivir el trabajo a distancia y las responsabilidades hogareñas, lo escribo como una reflexión personal y desde el acompañamiento que realicé durante todo el 2020 e incluso aun este 2021 a muchas empresas de este país y en otros lugares de la región.
Hubo cosas que al inicio fueron impactantes, darnos cuenta de lo difícil que fue por creencias preestablecidas en nuestra sociedad, simplemente no estar “arreglados” para tener una reunión por videoconferencia o lo complejo que se tornó simplemente prender las cámaras durante una reunión y eso ¿por qué?, por mostrarnos vulnerables o exponer nuestro mundo personal hacia un contexto laboral. Bueno, somos personas que no pueden vivir escindidos y la pandemia nos entregó esa oportunidad, esa posibilidad de mostrar en nuestro entorno laboral nuestras habilidades más allá de la operación cotidiana de la empresa. Es interesante escuchar decir “aprendí a cocinar”, “estoy experto en juegos de mesa”, “volví a hacer deporte” y que esto sea parte de las conversaciones iniciales antes de entrar de lleno a la reunión laboral.
Somos sin duda seres humanos más flexibles, empáticos y respetuosos con nuestra comunidad, hemos aprendido que la vulnerabilidad es parte de la vida. Hoy no existe distinción de responsabilidades por género, es colaborativo, el trabajo, la cocina, los niños son tareas que se distribuyen en las familias. Existe mucha gente, “buena gente” que puede apoyarnos cuando lo necesitamos, mucho más allá de un escritorio y una silla. La pandemia y su crisis nos volvió seres más inclusivos y nos empujó a una sociedad con mayor equidad, aún falta camino, pero las crisis siempre generar cambios.
Paulina Vergara es psicóloga organizacional y gerente de Transformación Organizacional en Consultora Olivia