Por Fernando de la Cuadra[1].- “La nuestra es esencialmente una época trágica, / así que nos negamos a tomarla por lo trágico”. D. H. Lawrence, “El amante de Lady Chatterley”.
Mientras una gran parte del país se encontraba festejando el Carnaval, en el litoral norte del Estado de Sao Paulo (Sao Sebastiao, Ubatuba y Bertioga), se produjo el mayor temporal de lluvia conocido en la historia de esa región, con fatales consecuencias sobre las comunidades que allí habitan. Hasta ahora se han contabilizado más de sesenta fallecidos y decenas de desaparecidos.
Dicho territorio es conocido por su vulnerabilidad ante situaciones de intensa pluviosidad, porque la evaporación que se genera en el océano es bloqueada por la sierra que se encuentra pegada al litoral, lo cual implica que las precipitaciones se produzcan en esa misma zona costera. Según datos de Centro Nacional de Previsión y Monitoreo de Desastres Naturales (Cemaden), en la región llovió en 24 horas lo que regularmente llueve durante dos meses, por eso se produjeron enormes deslizamientos y derrumbes de tierra y árboles que sepultaron barrios completos de esa parte del litoral brasileño, conocido como “Costa Verde”.
El propio Cemaden junto con el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE) ya realizaron un levantamiento de áreas de riesgo e identificaron que en el país existen 27.660 localidades que están expuestas a posibles derrumbes e inundaciones, en los cuales habitan actualmente más de diez millones de personas. Por lo mismo, la emergencia de catástrofes de este tipo es un fenómeno esperable en cualquier época del año, en un país que posee 8,5 millones de kilómetros cuadrados y que desde hace muchos años no tiene una política activa de prevención y contención de desastres naturales.
A esta altura, podemos tener la certeza de que Brasil es un país expuesto permanentemente a la ocurrencia de tragedias. Esta última catástrofe producida es una más que se viene a sumar a las innumerables desgracias humanitarias, sanitarias, sociales, políticas, económicas y ambientales que se ciernen sobre esta nación.
No se puede pensar sino como tragedia la situación en la que se encuentran muchos pueblos originarios que habitan en la selva Amazónica o en otros territorios. Especialmente dramática son las informaciones que se han recabado sobre las muertes por desnutrición de cientos de miembros de la etnia Yanomami, los que venían siendo reprimidos y violentados por grupos de buscadores de oro en el Estado de Roraima, así como de otros explotadores de bosques y ríos asentados en esa región.
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La postura genocida del gobierno de Bolsonaro les otorgó carta blanca a millares de garimpeiros, grileiros, madereros y pescadores ilegales que nunca creyeron en las leyes y que, por lo tanto, actuaban totalmente fuera de las reglas constitucionales. Para estos contraventores la figura de Bolsonaro representaba el liderazgo y el sustento ideal para cometer todo tipo de infracciones.
Actualmente, se sabe que niños, jóvenes y adultos Yanomami fallecieron a consecuencia de la desnutrición y de los malos tratos causados por estas hordas de delincuentes que se amparaban en la omisión o la complicidad directa de los funcionarios del gobierno para cometer sus crímenes. Un informe de la Asociación Yanomami Hutukara, que coordina acciones a favor de dicho pueblo, señala que en los últimos cuatro años murieron más de 570 niños debido a problemas de desnutrición, malaria, disentería, verminosis y otras enfermedades transmitidas principalmente por los garimpeiros.
Ellos han invadido las tierras indígenas demarcadas en los gobiernos anteriores, impactando con la explotación del garimpo ilegal más de cuatro mil hectáreas de tierras de la reserva y construyendo 50 pistas clandestinas que estaban al servicio de garimpeiros y narcotraficantes. El actual gobierno ha comenzado a deshacer estas pistas clandestinas, así como viene desmontando los numerosos campamentos instalados en territorio Yanomami, destruyendo simultáneamente la infraestructura y quemando la maquinaria utilizada para la extracción de oro y casiterita (estaño).
La visita del presidente Lula permitió que la prensa mostrara para el conjunto de la opinión pública las condiciones de abandono y miseria en las cuales se encontraba el pueblo Yanomami durante el gobierno Bolsonaro. Aunque ya se sabía que dicha situación de calamidad no es nueva y que hace muchos años atrás Davi Kopenawa, el líder Yanomami, denunciaba lo que ocurría en tales comunidades: “Es posible que ustedes hayan escuchado hablar de nosotros. Pero no saben quiénes somos realmente. Ustedes no conocen nuestra floresta y nuestras casas. No comprenden nuestras palabras. Así, era posible que acabásemos muriendo sin que ustedes lo supiesen”. No es una profecía, es lo que se esperaba sucediera por el propio curso de los acontecimientos.
En un país marcado por la estructura socioeconómica y cultural esclavista, las formas contemporáneas de esta práctica aparecen constantemente a través de todo el país. En 2022 fueron rescatadas 1.937 personas que se encontraban en situación similar a la esclavitud, según informaciones divulgadas por el Ministerio del Trabajo. En total fueron 443 acciones desplegadas a partir de denuncias recibidas en los 26 Estados de la Federación y el Distrito Federal. Desde 1995, cuando Brasil tuvo que reconocer ante la Organización Internacional del Trabajo (OIT) la persistencia de formas esclavistas en su territorio, y hasta fines del año pasado, más de 57 mil personas fueron liberadas del trabajo esclavo.
La semana pasada fueron rescatados 192 trabajadores que vivían en situación análoga a la esclavitud en la región vitivinícola de Bento Goncalves. Los trabajadores eran contratados por empresas tercerizadas de tres vitivinícolas y fueron encontrados por los fiscales del Ministerio del Trabajo viviendo en pésimas condiciones higiénicas, en barracas que no tenían saneamiento básico, con alimentos podridos y cumpliendo jornadas extremamente exhaustivas, con horarios que llegaban hasta 15 horas laborales diarias. Además, eran despertados por lo capataces con pistolas que daban choques eléctricos.
Junto al trabajo esclavo, el trabajo infantil es otra de las tragedias que aquejan a Brasil. En 2021, una investigación realizada en base a datos proporcionados por el IBGE mostró que cerca de 1,3 millones de adolescentes se encontraban en situación de trabajo infantil. De esos adolescentes entre 14 y 17 años incorporados al mercado de trabajo, un 86 por ciento se podían definir como trabajo infantil. Y entre ellos, un número importante de jóvenes realizaba actividades consideradas dañinas para la salud y el adecuado desarrollo de sus vidas.
Las tragedias socioambientales también forman parte de esta extensa lista de catástrofes provocadas por la indolencia o negligencia de las empresas para asumir las consecuencias ambientales de sus “emprendimientos”. El accidente de una represa ubicada en la región de Mariana (Minas Gerais) es uno de los desastres ambientales más grandes que se han conocido en la historia del planeta. La ruptura de la estructura de la represa provocó el derrame de 62 millones de metros cúbicos de barro y residuos minerales sobre la cuenca del Rio Doce, devastando todo a su paso por más de ochenta kilómetros rio abajo, alcanzando a decenas de municipios ubicados en los Estados de Minas Gerais y Espíritu Santo.
Además de costar la vida de 19 personas, el desastre de Mariana provocó alteraciones significativas en la calidad del agua, causando la mortandad de miles de animales terrestres y acuáticos. Junto con ello, diversas especies de vegetación fueron impactadas debido a la contaminación de la tierra y el agua por altas concentraciones de hierro y de mercurio, como fue constatado posteriormente a través de muestras recogidas en los lugares afectados. Hasta ahora resulta imprevisible la capacidad de recuperación de los ecosistemas alcanzados y los valores de las multas que ha debido pagar la empresa propietaria de la represa ciertamente no alcanzarán para reponer el daño causado a las personas fallecidas, a los habitantes del entorno y a la naturaleza. Este es uno más de los desastres socioambientales que pudo haberse evitado si la gestión de las empresas fuese más responsable y orientada a preservar el hábitat donde efectúan sus operaciones.
Por último, aunque no menos importante, se pueden relatar las tragedias humanitarias con relación a la actuación de la Policía en las comunidades más pobres o favelas, con una larga lista de masacres cometidas por los agentes de la ley. Estas matanzas cada cierto tiempo aparecen en los noticiarios, pero luego quedan relegadas al olvido por la emergencia de un nuevo exterminio tanto o más impactante que el anterior. Como escribí en otra oportunidad, “existe escasa regulación sobre el comportamiento abusivo de los organismos encargados de velar por la Seguridad Ciudadana, transformándose en una especie de cuerpo autonomizado del brazo represivo del Estado, con poco o ningún control por parte de las instituciones que conformarían el llamado Estado Democrático de Derecho”. (La banalización de la muerte y la masacre de los pobres).
Podríamos seguir enumerando las tragedias de diverso tipo, el asesinato sumario de cientos de personas que residen en las zonas más pobres, las catástrofes ambientales que han azotado al país en los últimos años, las quemadas de los bosques y la devastación de la región amazónica con su rastro de muerte y desolación, las incontables tragedias cotidianas de los habitantes de Brasil, de esos 33 millones de personas que se encuentran pasando hambre o de quienes no tienen trabajo y ni siquiera poseen la perspectiva de tener algún empleo digno en un futuro cercano. Esas tragedias -muchas de ellas previsibles- deberán ser encaradas con urgencia por el actual gobierno de reconstrucción nacional.
En dos meses de mandato se ha expresado la enorme voluntad de transformar la herencia inhumana y genocida de la gestión anterior, aunque el pacto democrático que encabeza el Presidente Lula deberá seguir desmontando las trabas que fueron instaladas por la extrema derecha bolsonarista y sus cuadros incrustados en la organización burocrática gubernamental. Y también deberá luchar cotidianamente para que sus aliados de última hora en el pacto de gobernabilidad no traicionen el programa de cambios indispensables que le fue prometido a los ciudadanos. De ello depende el futuro de la democracia brasileña y el bienestar del pueblo que habita en este territorio que, parafraseando a Stefan Zweig, continúa siendo el eterno “país del futuro”.
[1] Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.