Por Hugo Cox Morán.- Asistimos el fin de semana a dos hechos que marcan la política del Vaticano con respecto a la crisis que lo afecta.
El Vaticano habla desde Chile al resto del mundo, por una parte, y por otra, escoge a América Latina, para re-lanzar a la Iglesia Católica. Esto revela una institución que no tiene un dialogo con su base de su sustentación en el marco de una crisis estructural.
El hecho de expulsar del sacerdocio a presbíteros y obispos es la manifestación de que la Iglesia no tolera los abusos sexuales, y pone a disposición de los tribunales tanto a las personas involucradas, como la información de la que dispone. Desde ahí, le avisa al resto de la Iglesia cuál será la actitud que tomará frente a esos hechos.
El segundo acto significativo es elevar a los altares tanto al Papa Paulo Vl -el primer Pontífice que viaja a América Latina (Medellín)- como al arzobispo Óscar Romero de El Salvador (asesinado durante una misa). La señal que envía el Vaticano, dice relación con que la crisis de fondo se solucionaría a partir de retomar lo que fue el Concilio Vaticano ll, es decir, encontrarse y desarrollar un diálogo permanente con la modernidad. Y lo hace con la referencia de América Latina, de una Iglesia que se vincula con las distintas comunidades de base, y con sus problemáticas.
No debemos olvidar que la Iglesia dominada por los sectores conservadores abandona los lineamientos del Concilio Vaticano II y vuelve a una institución decimonónica, lo cual la aísla de sus comunidades de base que son finalmente quienes la sustentan y le dan sentido a su quehacer.
La forma de solucionar la crisis más estructural es lograr que los fieles puedan vivir su existencia como católicos de acuerdo a los nuevos tiempos de la sociedad contemporánea.
Una segunda derivada de esta crisis es cómo afecta a las oligarquías de América Latina, oligarquías que en su esencia son conservadoras y en que una Iglesia de vuelta en sus templos le era funcional para la mantención del status quo.
Si vemos el caso de Chile, todos esos sectores se vinculan con esa iglesia. Ejemplos hay muchos (vinculación con los Legionarios de Cristo, Opus Dei, etc.) y por otra parte el caso Karadima, que genera a una élite que toma puestos de dirección en la Iglesia Chilena, vinculada a esos sectores conservadores.
La apertura de la Iglesia con Paulo VI le quita sustento ideológico a la derecha del país, la deja huérfana de un apoyo simbólico y solo apuntando a la cuestión económica, en una sociedad que en términos generales apunta en otra dirección.
Esta contradicción intenta abordarla el Vaticano con los instrumentos que emanan desde una dirección central y con las líneas programáticas que tienen un origen en el Concilio Vaticano ll, pero nos encontramos con una sociedad deslocalizada en sus controles de poder, en que las redes cumplen un papel de control del poder, al igual que los medios de comunicación.
En síntesis, la pregunta que surge de inmediato y que no tiene una respuesta concreta: ¿Podrá la iglesia solucionar su profunda crisis de credibilidad?
Creo que la crisis sobre abusos sexuales sí es solucionable, transparentando los hechos, haciéndose cargo de ellos, pero además requiere de un cambio en la cultura institucional y eso implica para esta jerarquía sentar las bases de una reforma como pareciera que es hacia donde se encamina.
Pero la crisis primaria es más compleja de solucionar, ya que los antecedentes que hoy aparecen colocan a la iglesia en diálogo directo con la modernidad, en un mundo post moderno cuyas claves son más difusas (Bauman la caracteriza muy bien, como una sociedad líquida).
La iglesia conservadora y su correlato político en las oligarquías está en una profunda crisis, pero la nueva iglesia del siglo XXl aún no nace.