Por Manuel Férez.- En su libro “The Hazaras and the Afghan State. Rebellion, Exclusion and the Struggle for Recognition”, Niamatullah Ibrahimi analiza la intersección entre la formación del Estado afgano moderno y el impacto negativo de dicho proceso en el pueblo hazaro, una minoría étnica y religiosa poco conocida en América Latina que ha sido objeto de genocidio.
El 8 de mayo de 2021 algunos medios de comunicación reportaban un atentado terrorista en la escuela Sayed Al-Shuhada ubicada en Dashte Barchi en el oeste de Kabul y un área predominantemente Hazara. El ataque terrorista perpetrado por el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIL por sus siglas en inglés) dejaba noventa asesinados, entre los cuales había varias niñas hazaras que asistían a estudiar a la escuela atacada.
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Meses después, el 20 de agosto, pocos días antes de la salida norteamericana de Afganistán, la BBC reportaba que el talibán, ese mismo grupo que es blanqueado y validado actualmente por políticos e intelectuales de algunos países, torturaba y masacraba a varios miembros de la comunidad hazara en la provincia de Ghazni. Estas agresiones han sido reportadas insistentemente por organizaciones internacionales como Amnistía Internacional lo que parece no incomodar a inmorales “analistas internacionales” que hablaban de una “transición pacífica” en Afganistán.
Identificables por su apariencia física asiática y sus características lingüísticas y culturales diferentes al resto de la población, sumado al hecho de ser shiitas en un Estado mayoritariamente sunita, los hazaras, quienes encarnan al “otro” interno, han sido objeto de limpieza étnica, esclavización, genocidio, marginación y persecución desde fines del siglo XIX. Ibrahimi en su obra señala que estudios demográficos e históricos apuntan a que la población hazara ha sido disminuida en más de un 60% por dichas medidas genocidas implementadas por los sucesivos gobiernos afganos.
La relación entre el Estado afgano y los hazaras puede ser analizada en tres periodos coyunturales específicos. El primero sería el que comprende el establecimiento de la monarquía afgana en 1747 y la Guerra Hazara de 1891-1893 y que concluiría con la anexión del homeland hazara a un Afganistán en formación; el segundo abarca el periodo de consolidación estatal en el cual los hazaras fueron sistémica y estructuralmente excluidos (1901-1978) y el tercer periodo centrado en la crisis y fragmentación del Estado afgano y sus instituciones a partir de 1979.
¿Quiénes son los hazaras?
Si bien es complicado establecer el número exacto de hazaras, así como del resto de los grupos minoritarios de Afganistán, el Minority Rights Group International calcula que componen entre el 8 y 9 por ciento de la población del país. Para dimensionar el genocidio al que han sido sometidos los hazaras por más de un siglo basta recordar lo que apuntábamos anteriormente, que para inicios del siglo XIX conformaban más del 65% de la población ubicada en el territorio del actual Afganistán y que sólo en 1893 fue asesinada más de la mitad de la comunidad hazara.
Los hazaras han vivido en las tierras altas centrales de Afganistán llamadas Hazarajat (la tierra de los hazaras) por más de 2.000 años. Bamiyan, ciudad ubicada a lo largo de la histórica Ruta de la Seda, ha sido considerada su capital y homeland a lo largo de la historia y es conocida mundialmente por sus estatuas gigantes de Buda, Salsal la figura monumental masculina, de 55 metros de altura y Shahmama, la femenina, de 38 metros. Las caras de las estatuas fueron desmanteladas hace mucho tiempo debido a su aspecto característico hazara, pero las partes restantes fueron voladas y demolidas por los talibanes en 2001 en un evento que fue transmitido por todos los medios de comunicación internacionales.
Desde Hazarajat los hazaras iniciaron un proceso de exilio y emigración a fines del siglo XIX debido a la violencia pastún lo que llevo a algunos de ellos a asentarse en el Turquestán, principalmente en las provincias de Badghis y Jowzjan, en donde coexisten con otros grupos étnicos. En el Hindu Kush se asentarían los hazara ismailíes.
Los orígenes históricos de los hazara están envueltos en mitos y leyendas que son transmitidos hasta nuestros días. Una de las teorías más populares es que los actuales hazaras provienen de soldados mongoles que se asentaron en la zona durante el siglo XIII después del paso del gran conquistador Genghis Khan. La mayoría de los hazaras son shiítas, algunos de ellos son sunitas y hay pequeños grupos hazaras ismaelíes.
Muy poco o ninguno de los elementos preislámicos han sobrevivido en sus creencias. Sin embargo, algunos aspectos de la cultura zoroástrica se practica entre muchas tribus de hazaras, por ejemplo, cuando un bebé tiene tres días de edad, se realiza un ritual en el que el bebé se pasea alrededor de un fuego tres veces. O cuando una novia sale de la casa de su padre, realizan una peregrinación donde tienen fuego. Además, los hazaras celebran la noche de Yalda.
No sólo los hazaras se diferencian étnica y religiosamente del resto de la población de Afganistán (mayoritariamente pastún y sunita), también el idioma hazara es distinto. El Hazaragi, un dialecto del Dari que a su vez es un dialecto del Farsi, es su lengua materna y el vehículo para la transmisión y mantenimiento de su memoria e identidad colectiva.
Otro aspecto central en la identidad y cultura hazara son los Budas Gigantes de Bamiyan. Las leyendas hazaras sostienen que la comunidad era budista antes del advenimiento del Islam. La destrucción de los Budas de Bamiyan a manos de fundamentalistas islámicos no sólo fue una agresión al patrimonio de la humanidad sino tuvo un gran costo para los hazaras, ya que era un signo de genocidio cultural.
Hazarajat fue un territorio semi-independiente hasta finales del siglo XIX, en ese momento el entonces emir de Afganistán Abdul Rahman Khan ordenó la invasión de Hazarajat a finales de la década de 1880. Su ejército inicialmente se enfrentó a una resistencia muy dura de los hazaras y sufrió múltiples derrotas. Luego pidió a los clérigos sunitas que emitieran un decreto religioso declarándolos infieles, rebeldes y dignos de ser asesinados y emprendió la yihad contra ellos.
Con la abolición de la monarquía y la revolución comunista en 1978, los hazaras esperaban que la vida se volviera más fácil, pero pronto resultó ser una ilusión a pesar de que un miembro hazara del régimen comunista, el sultán Ali Kisthmand, se convirtió en el primer hazara que sirvió como primer ministro en la República Democrática de Afganistán.
Después de la invasión soviética de Afganistán, los hazaras, de manera no muy diferente a otros grupos étnicos, lucharon contra los rusos y finalmente el país entró en una guerra civil catastrófica. Los hazaras shiítas estaban divididos en diferentes facciones. Del mismo modo, los no hazaras formaron el llamado “grupo de los siete”, que comprende siete facciones muyahidines sunitas. Los conflictos internos entre las facciones rivales hazara continuaron hasta la formación de Hizb e Wahdat, el Partido de la Unidad, por el carismático líder Abdul Ali Mazari, quien se acercó, por primera vez, con el lema de que «ser hazara ya no debería ser un crimen».
Los talibanes y los hazara
El nacimiento de los talibanes resultó ser otra pesadilla para el asediado pueblo hazara. Cuando los talibanes se acercaron a Kabul mientras sostenían banderas blancas y cantaban la paz, atrajeron al líder de Hizb-e-Wahdat, Abdul Ali Mazari, a una reunión con el líder talibán Mullah Omar para discutir la paz, pero resultó ser una trampa ya que lo torturaron hasta la muerte y arrojaron su cadáver desde un helicóptero en Ghazni. Su cuerpo fue transportado a su ciudad natal en Mazara e Sharif en una procesión fúnebre masiva.
Los talibanes continuaron su política de limpieza étnica masacrando sin piedad a miles de hazaras en Bamiyan, Yakaolang, y más tarde en Mazar-e-Sharif y el resto de Hazarajat a lo largo de su gobierno bárbaro entre 1998 y 2001.
Los talibanes y el Estado Islámico han tenido una serie de ataques en las últimas dos décadas, incluso con la presencia de la comunidad internacional. Los hazaras han resistido su ataque anualmente y desde mediados de la década de 1990, cuando los talibanes tomaron el control del país, han ido con su ayuda a la región. El ISIS ha estado activo en las ciudades y ha atacado instituciones educativas, hospitales, clubes deportivos y reuniones sociales. Los dos también han estado activos en el ataque a las instituciones religiosas.
También hay muchas especulaciones y mitos sobre la razón por la cual los hazaras son en su mayoría parte del islam shia duodecimano. Yahia Baiza, del Instituto de Estudios Ismaelies de Londres, establece en su artículo “The Hazaras of Afghanistan and their Shi´a Orientation”, que la orientación shi´a de los hazara es resultado de un largo proceso histórico y no producto de un único evento histórico. Más allá de las razones históricas que llevaron a los hazaras a abrazar la doctrina shi´a, esta doble minoría étnico/religiosa ha sido objeto de políticas estatales de “conversión” al islam sunita como lo demuestra el reinado de Abd al Rahman Khan (1880.1901) quien estableció una “violencia institucional” anti hazara/shiá que mutaría a una de desplazamiento y confiscación de tierras hazaras durante los años 1930 y 1940 en favor del asentamiento de población pastún.
Estas políticas discriminatorias, asimilacionistas y marginadoras llevaron a hazaras a emigrar hacia Irán y Pakistán, lo que marcaría el inicio de la creación de la diáspora hazara mientras en Afganistán las medidas administrativas ubicaron a los hazaras en medio de poblaciones pastunes y tayikas.
En el Afganistán moderno los hazaras han sido marginados social y económicamente por largos períodos de tiempo e incluso especialistas en Afganistán hablan de una discriminación estructural hacia ellos. Esta marginación ha cohesionado más a la comunidad hazara que mantiene una alta endogamia, aunque, tanto Niamatullah Ibrahimi en su obra ya citada como los reportes de organismos internacionales hacen notar que los hazaras mantienen una postura más moderna respecto a los derechos de las mujeres, quienes participan en la esfera pública y tienen niveles más altos de educación escolar que las mujeres pertenecientes a otras etnias.
Uno de los efectos menos comentados en los medios de comunicación y en los análisis televisivos sobre Afganistán es que durante 2001 a 2020 el nivel educativo de las mujeres afganas en general y hazaras en particular se incremento con la creación de escuelas para niñas. Es indudable que los hazaras, aprovechando la presencia de la comunidad internacional, siguieron el camino legítimo de educar a sus jóvenes. Su logro fue principalmente parte de los esfuerzos privados llevados a cabo por los líderes de la comunidad. Hoy en día, los hazaras tienen el mayor número de estudiantes tanto en la universidad como en las escuelas.
Los hazaras no han sido pasivos ante su destino y constantemente se han rebelado contra sus opresores (como lo hacen ahora mismo ante nuestra indiferencia e ignorancia hacia ellos). Desde la época del ya mencionado Abd al Rahman Khan, quien declaró una yihad contra ellos por la cual cientos de hombres mujeres y niños fueron tomados como esclavos y sus tierras ancestrales ocupadas por tayikos, pastunes y uzbekos, pasando por la cruel guerra civil afgana de las décadas de 1960 y 1970 y las violentísimas políticas de “pastunización” hasta la actual resistencia al blanqueado talibán y el tolerado ISIS, los hazaras se mantienen en pie de lucha y han encontrado en el vecino Irán un aliado
En 1998, cuando los talibanes se apoderaron de Mazar-e-Sharif en el norte, los hazaras se llevaron la peor parte de la guerra y más de 10.000 jóvenes y viejos hazaras fueron masacrados. La violencia se repitió a menor escala durante el reinado de los talibanes en otros lugares y continuó después de la desaparición de los talibanes en 2001. En los últimos años, una vez más, la violencia dio un giro serio que también equivale a genocidio. Ahora que los talibanes han sido reintegrados, tememos un recrudecimiento de la violencia y la persecución. Los hazaras formaron parte en su momento de la Alianza del Norte que derrotó al talibán en 2001.
La diáspora hazara empieza a hablar y sensibilizar al mundo sobre su lucha y resistencia. Hay hazaras que viven tanto en Irán como en Pakistán que emigraron a esos países después del genocidio de la década de 1890, pero también durante los últimos cuarenta años de guerras en Afganistán. Se estima que hay cuatro millones de hazaras que viven en Irán, principalmente en la provincia oriental de Jorasán, pero también en algunas otras ciudades y provincias. En Pakistán hay alrededor de 600.000 que fueron al subcontinente indio después del genocidio y también hay algunos que han ido después de la agitación en Afganistán. Hay parientes cercanos tanto en Irán como en Afganistán. La comunidad hazara en Pakistán ha mantenido su identidad hazara con un fuerte énfasis en el idioma, la comida y el atuendo cultural. Las comunidades hazara tanto en Pakistán como en Irán tienen parientes en Afganistán, lo que ha sido un instrumento para mantenerse en contacto con sus raíces.
La reflexión sobre los hazara, sin olvidar a las otras 13 comunidades/minorías étnicas que componen Afganistán, nos invita a una deliberación sobre las contradicciones inherentes al establecimiento del Estado afgano, las fuerzas centrífugas y centrípetas que han hecho fracasar al Estado afgano sin olvidar la resistencia y lucha por el reconocimiento que los hazara, igual que otras minorías étnicas, religiosas y lingüísticas del Medio Oriente, Cáucaso y Asia, mantienen hasta nuestros días. Hoy los hazaras experimentan hoy un regreso al pasado reciente pues esos mismos talibanes que en 1996 declararon una yihad contra ellos y destruyeron sus Budas gigantes, han tomado impunemente el poder en Kabul y amenazan con volver a someter a este pueblo indomable.
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