Por Hugo Cox.- En varios artículos he escrito que la crisis sigue presente y que los caminos para su solución pasan necesariamente por más Política. Esto es un proceso acompañado por más diálogo y la construcción de puentes que permitan lograr acuerdos mínimos para la formación de un sentido común mínimo.
Pero en el cuadro actual pareciera ser que la sensación térmica está en constante aumento, producto de lo que ocurre en la Convención Constituyente donde los desencuentros son destacados por la prensa y replicados vía redes sociales (una perfecta caja de resonancia), y donde se han aprobado algunas decisiones que generan alta controversia. A lo anterior hay que agregar lo ocurrido en el gobierno con una compleja instalación, escenario donde no parece existir un plan que permita mirar un horizonte cercano y otro a mediano plazo.
Además, para complejizar más las cosas, hay una serie de conflictos que rápidamente se deben desactivar ya que, de lo contrario, al reventar pueden generar daños que costará mucho reparar. Estos conflictos se arrastran un período demasiado largo y, para desactivarlos, se debe actuar con rapidez. Uno de ellos es la violencia instalada en las calles, barrios, hoy también en las escuelas, y que se expresan en drogas, delincuencia, etc. La ciudadanía se cansa y demanda seguridad para caminar por las calles.
El conflicto de la Araucanía, a su vez, ha desbordado al Estado y su solución será lenta y compleja con avances y retrocesos.
En el ámbito económico, la preocupación estará centrada en la alta inflación que afecta principalmente a los sectores de medianos ingresos hacia abajo, a las personas que viven de un sueldo y salario. Eso, agravado por un escenario exterior de alto conflicto, como es la guerra Rusia-Ucrania, lo que genera más presión a la economía nacional.
Al revisar las cifras económicas se ve un alto riesgo de detener el crecimiento, lo que ralentiza cualquier accionar del gobierno en la implementación de reformas anunciadas.
Pero el nivel de violencia no es tolerado por la ciudadanía, como lo que ocurre los días viernes en el centro de Santiago, que se ha transformado en un ritual con actos de delincuencia pura que ataca pequeños comercios del sector. También están presentes los bloqueos -de los cuales fueron víctimas dos autoridades del Ministerio del Interior-, la violencia cotidiana en los barrios con un accionar permanente de bandas de narcotraficantes, tanto al menudeo, como en altas cantidades en muchas comunas del gran Santiago. Y a un mes de instalación no asoma una coordinación coherente entre el gobierno y las policías que permita la generación de un ambiente de seguridad.
La ciudadanía espera una gestión eficaz y eficiente de los nuevos gobernantes. En síntesis, la aprobación del gobierno pasará por la economía y por los temas de seguridad. Si falla en alguno de ellos se hará cada vez más complejo el gobernar.
Pero ¿cómo salir de la actual situación?
Es necesario que el Estado diseñe una política con fuerte participación pública que permita impulsar el crecimiento a través de una mayor productividad de la economía, pero que además (tanto en el agro, la minería y los servicios) se amplíe en forma sustantiva el valor agregado y se avance en la diversificación de la matriz productiva con apoyo estatal.
Para esto es necesario el aumento de la inversión en ciencia y tecnología.
Por otra parte, el Estado debe agilizar la inversión en vivienda, en los temas hídricos y fuerte inversión en regiones que tengan los territorios con mayores niveles de desigualdad.
Para que lo anterior funcione se necesitan partidos políticos fuertes y con una clara visión de país, se debe evitar la fragmentación (ver el caso de Perú). Es desde los partidos que deben emerger los liderazgos políticos con claridad y con una conducción clara para que el país progrese con libertad y pluralismo.
Pero lo anterior debe ser parte de algo mayor, que es la nueva constitución, en que todos deben sentirse reconocidos, y no caer -como ha ocurrido- en la exacerbación de lo identitario, las propuesta para refundar o el cuestionamiento permanente a las instituciones que le son propias a la democracia liberal. Se deben dejar de la lado las confrontaciones en términos binarios.
En resumen se necesita que la casa de todos sea reconocida como tal para llevar adelante una agenda de crecimiento y desarrollo.