Por Alvaro Medina Jara.- El Partido Pirata nace a principios de este milenio, en defensa del derecho a acceder y compartir contenidos culturales (libros, discos, propiedad intelectual, publicaciones científicas ) a partir de las nuevas tecnologías, frente a la ofensiva de la industria contra los consumidores. El nombre se debe a la herencia de un sitio sueco llamado “The Pirate Bay”, que solía ser un portal que aglutinaba a quienes compartían contenidos y que fue atacado legalmente por la industria europea. La idea es que tanto la producción de cultura y conocimiento como la capacidad de los estados de vigilar y controlar, y cómo se coartan derechos establecidos debido a las nuevas tecnologías es la lucha que está en el origen del Movimiento Pirata a nivel internacional. A partir de eso, generan una plataforma doctrinaria que incluye el aprovechamiento de las tecnologías propias de la era de la información para profundizar la democracia haciéndola más participativa.
La plataforma de los Piratas se deriva sobre todo a los derechos en el mundo digital, que incluye la defensa de derechos que existían en el mundo físico, pero que en era de las nuevas tecnologías pierden peso, como el derecho a la privacidad, a la libertad de expresión e información y el derecho a acceder a la cultura.
“Somos la primera organización política que se plantea el desafío de defender los derechos humanos en la sociedad de la información”, explica Mauricio Vargas, actual “capitán” (no tienen un presidente y es un cargo sorteado) de este partido que en Chile formaba parte del Frente Amplio (FA) hasta que se firmó el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución.
Entre otras cosas, los Piratas en Chile propugnan la creación de una Superintendencia de Partidos Políticos. En conversación con ElPensador.io, Vargas explica por qué renunciaron a esa coalición y cómo asumen el deber de la democracia, el que -asegura- no está en el acto de las elecciones.
¿Por qué necesitaríamos una superintendencia de partidos políticos cuando en Chile tenemos una situación actual de concentración del poder político?
Las superintendencias, una de las razones por las que se crean, es para controlar los monopolios. En ese sentido es que, frente al escenario actual, la superintendencia la idea es que pueda velar por la transparencia de las instituciones políticas, que es algo en lo que se ha avanzado. Desde que surge esa propuesta hasta ahora han pasado unos cuantos años y sin duda ha habido avances.
Si uno ve cuánta incidencia tienen las bases partidistas en las decisiones de las directivas, en algunos casos es nula, no existe. O basta que haya un like. Entonces, cuando una institución política que dice ser parte de la democracia no tiene democracia interna y por lo tanto la cúpula representa a sus bases…
Bueno, esa no es democracia directa pero es democracia, ¿no? Todas son autoridades elegidas…
Depende. Hay ejercicios de elecciones, pero eso no quiere decir que todos tengan acceso a ser parte de esa elección. Los recursos no están igualmente distribuidos, una vez que son electos, la toma de decisiones puede ser inconsulta, tienen otras fuentes de financiamiento… Efectivamente, hay un ejercicio electoral, pero la democracia no es el ejercicio electoral. La elección, el voto es una herramienta de la democracia para resolver un problema, que es cuál es la opinión mayoritaria, o quién queremos que sea el encargado de tal o cual cosa. La democracia no es el voto ni la votación. La democracia es el ejercicio de la soberanía del pueblo.
¿Y de qué otra forma puede ejercer soberanía el pueblo?
A través de la construcción de consensos a partir de la conversación. ¿Cómo se gobierna una cooperativa? Es una empresa democrática, donde hay una asamblea de copropietarios, cooperantes, en el fondo un grupo que toman decisiones de manera colectiva, y eventualmente dada la discusión que se da entre ellos terminan por hacer un voto para zanjar. Pero el ejercicio democrático no es la votación… el ejercicio democrático es la deliberación. Nuestros representantes electos, presidente, senador, parlamentarios, alcalde, no nos representan, ellos son electos para ejercer el poder, pero no van mandatados a algo. Un representante, alguien que tú le pides que te represente, va con un mandato. O sea, si yo te pido que vayas en mi nombre al supermercado, yo te voy a dar una lista: quiero esto, por favor tráeme esto. No te paso la plata para que vayas al supermercado y traigas lo que quieras. Eso es un representante, lleva un mandato y el ejercicio democrático consiste en deliberar el mandato. En decir, a ver, nosotros como colectivo, como sociedad, queremos que pase esto y mandatamos a algunas personas, porque en realidad no tenemos tiempo para hacerlo, porque no nos gusta, porque quiero hacer lo que quiera… y por eso mandato a unas personas que son representantes en el ejercicio del cumplimiento del mandato.
Pero aquí no existe eso… No nos expresamos en las elecciones sobre ningún contenido…
Exacto. Y ahí es donde está una de las falencias más grandes de nuestra democracia. Nosotros elegimos monarcas, elegimos autoridades. No elegimos representantes.
Y confiamos que tomarían las decisiones que nosotros tomaríamos en su lugar, pero es una apuesta…
Es una apuesta en que va a cumplir su programa o su oferta programática en función de la reelección. Al representante le conviene cumplir lo que prometió porque de esa forma se hace confiable y por lo tanto es reelecto. Eso no es democracia. No lo es. La democracia es que el pueblo se pone de acuerdo en lo que quiere, no que elige a otros para que se pongan de acuerdo en lo que otros quieren. Entonces la idea de la superintendencia de partidos lo que busca es entregarle elementos a las bases militantes y a la ciudadanía en general, para fiscalizar, para controlar, para velar por el ejercicio de la actividad política, en cuanto mandato, en cuanto el ejercicio de representación real, y no que pase lo que pasó en el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, en que gente del FA toma una decisión inconsulta, no respetando el espíritu de los acuerdos que se habían tomado dos meses antes en el congreso del FA.
¿Eso fue lo que causó que ustedes renunciaran al FA o sólo fue un desencadenante por cosas que venían de antes?
En nuestro caso está desencadenado básicamente por la actitud puntual respecto de esta toma de decisiones, respecto a lo que había sido el congreso (del FA), el programa y la opinión de las bases y los comunales del FA. La sensación de los territorios era mayoritaria y no era la de firmar el acuerdo. En la mesa nacional cinco de las ocho fuerzas no estaban por firmar el acuerdo.
¿Y qué se impuso entonces? ¿Fue la hegemonía de algunos liderazgos o de algunos colectivos?
Es el acto inconsulto. Arrancarse con los carros. Para muchos desde que nace el FA consistía en que había gente de más a la izquierda y de más al centro, gente que apoyaba a Maduro y gente que no apoyaba a Maduro. Esas eran las tensiones, las posturas opuestas en la diversidad del FA. Nosotros creemos que no, que la diversidad del FA no consistía en el espectro ideológico en particular, porque si uno ve el programa y ve el resultado del congreso hay una carretera común. No ves una serie de líneas que van en paralelo, es un tronco común super claro. El FA quería cosas, quería una realidad de país, más allá de anhelos de orgánicas particulares o de la diversidad de independientes, hay una matriz común programática y de forma de hacer política. Estaban todos muy de acuerdo, no había nadie que se escapara mucho… Nadie esperaba que el FA hiciese de Chile un Corea del Norte, esa es una falacia. La diversidad en el FA estaba en que había sectores que creían en la democracia institucional representativa y gente que está luchando por una democracia participativa. Hay gente que construye la democracia desde los territorios, desde las unidades de base, desde las organizaciones sociales, desde los sindicatos, y otros que hacen la democracia en el parlamento, en el diálogo con los dirigentes de partidos políticos. Estábamos abarcando la línea vertical de la democracia chilena. Desde las personas que constituyen juntas de vecinos, hasta quiénes dialogan con el presidente o el ministro del interior.
¿Pero fue ese solo hecho? Es decir, ¿los acuerdos se respetaban hasta el momento en que se firmó el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución? ¿O había una tensión anterior?
Había una tensión, por supuesto, porque cada uno quiere que la forma de hacer política que plantean se haga de esa manera, por lo tanto, quienes están en el parlamento priorizan esa vía. Y quienes están por la reconstrucción del tejido social y dotar a la ciudadanía de herramientas de participación y toma de decisiones despriorizan la participación en el parlamento y ahí se da la dialéctica y la relación política en la coalición.
Esto significa que no había una gobernanza para este tipo de cuestiones en el FA.
No estaba resuelta todavía porque el FA no era un texto cerrado, sino uno en construcción. El FA siempre tuvo como referente el FA de Uruguay, que le costó 40 años llegar el gobierno. Pedirle a las coaliciones, a los partidos, a la sociedad que transiten instantáneamente de un estado a otro es un error práctico. Las cosas tienen un período para desarrollarse.
Eso es entendible, pero la falta de gobernanza para una situación como esta, cómo se enfrenta una crisis, una toma de decisiones…
No hay experiencia. Lo que había eran conversaciones, problemas que tratábamos de resolver, acuerdos que tratábamos de tomar, pero frente a una supuesta urgencia, cuando un grupo dice esto tengo que resolverlo ahora, no existen mecanismos de resolución, tomo la iniciativa y lo llevo adelante. Uno podría decir que ellos (quienes firmaron el acuerdo) estaban presionados por el discurso y los fantasmas levantados desde el gobierno, por lo tanto es muy probable que se hayan visto en la necesidad forzada de dar solución. Pero hay quien piensa que al comienzo del estallido, cuando están los militares en la calle, cuando hay los primeros muertos, cuando comienzan las violaciones a los derechos humanos, el Presidente llama a los partidos a La Moneda, y nosotros como mesa nacional del FA le dijimos que no íbamos a ir, sino que definimos hacer un punto de prensa en el edificio del ex congreso, en Santiago. Y hay un sector que decide que va a ir. Ellos van y finalmente no se juntan con el gobierno y van a la oficina de partes. Pero su visión de cómo enfrentar la situación era ser parte del acuerdo. En otra reunión alguno de esos dirigentes plantearon que ya estaban priorizando los elementos para negociar una salida con este gobierno, por lo tanto ellos desde su perspectiva son responsables en ejercer su rol de tomadores de decisión representativos. Lo que estaban haciendo tenía sentido para ellos, pero estaba en contradicción con el sentido político con otra parte del FA.
El escenario que se plantea hoy día indica que ellos fueron victoriosos… Hoy día incluso ustedes tienen que subirse al carro del plebiscito y de la constituyente…
De hecho hay algunos que dicen que incluso hay que darles las gracias por lo que tenemos. Es bastante cuestionable. Desde nuestra perspectiva, si bien vamos a apoyar este proceso en el sentido de participar del plebiscito, entendemos que su legitimidad es mínima. No surge como lo estaba planteando la ciudadanía movilizada, no incorpora a todos los actores, define parámetros del ejercicio que debieran ser zanjados en la instancia constituyente, el poder constituido no le pone el marco al órgano constituyente. Si tú con tus hijos van de vacaciones a Puerto Varas y tú impones que van a Puerto Varas , y consultas con tus hijos lo que les gustaría hacer en Puerto Varas, no es un ejercicio democrático completo o pleno. Ellos no decidieron ir a Puerto Varas, sino que solo participaron de lo que harían en Puerto Varas. Acá pasó algo parecido. El ejercicio constituyente que tenemos está definido por el órgano constituido. Eso no es un proceso constituyente, en un proceso de reforma constitucional, con la validación de las personas a través del plebiscito de abril, y de cierre.
¿Es el único camino el apoyar? Podrían decidir no votar o votar en blanco…
Uno siempre se puede restar de cualquier proceso político. Uno le dará cuenta a la historia y a la ciudadanía de por qué lo hace. Pero es como decidir el respirar agua…
¿Es el mal menor?
Para mí es un mal menor, sí. Es la puerta que nos permitiría evacuar un texto que no tenga las trabas que tiene el actual texto. Que pueda incorporar ciertos elementos que nos permitan al menos reformarla de manera sencilla. Estamos abriendo la puerta para el ejercicio democrático y soberano del pueblo, aunque no estamos poniendo al pueblo como soberano. De hecho, el acuerdo de la comisión técnica establece que no se va a cambiar la soberanía nacional, lo cual es un límite absurdo para un proceso constituyente, mucho más si es un proyecto democrático. Eso de sebe conversar en el proceso constituyente. ¿Es una idea filosófica como la “nación” o es el pueblo? Yo con el pueblo puedo organizar un campeonato de fútbol o una tomatera. Y va a haber pueblo al otro lado de mi mesa o de la cancha. Si quiero hacer un campeonato con la “nación” podría quedarme esperando una eternidad y no va a llegar nadie al otro lado de la cancha. La “nación” no existe como entidad física con la cual yo pueda dialogar, es una idea, por lo tanto al igual que Dios con la monarquía donde el soberano era Dios, la nación es otro Dios, otra idea, otro abstracto, no es palpable. El pueblo es palpable, en toda su diversidad, en todas sus formas. Ese es el soberano. El problema es que estas pérdidas o fracasos es que generan frustración. Nos costó mucho como sociedad atrevernos a colectivizar el descontento, tratar de articular algún movimiento entre actores sin mayores vínculos. El temor es que este proceso si fracasa, si falla, si es profundamente insatisfactorio, va a generar una transformación de la cual va a ser difícil salir.
Por eso es mejor apoyar el proceso…
No dejarlo que fluya solo.
¿Van a llevar candidatos a la constituyente?
Sería interesante. Lo que queremos en realidad es abrir espacios para que otros puedan ser candidatos. Nuestra postura es el empoderamiento de la ciudadanía, queremos que vayan ciudadanos. Si nosotros podemos ofrecer esa posibilidad a los ciudadanos, es lo que vamos a hacer. La democracia no es el voto ni la votación. La democracia es el ejercicio de la soberanía del pueblo.
¿Cómo funcionaría esto de llevar ciudadanos a la constituyente, frente a grupos poderosos que van a llevar a especialistas poderosos, intelectuales poderosos? Si ya en la comisión técnica se vio que se impuso no la visión ciudadana sino la de los técnicos especializados…
Porque los que fueron a la comisión técnica no fueron en calidad de ciudadanos, eran técnicos que fueron a defender ciertas tesis. No fueron a defender a la ciudadanía como el soberano, fueron a representar conceptos o ideas políticas, pero en ese órgano técnico no era el momento de hacerlo.
El proceso constituyente tiene que ser, en primer lugar, un proceso deliberativo democrático, de la ciudadanía; conectándolo con lo que conversábamos al inicio. El proceso constituyente tiene sin duda una componente técnica, de derecho constitucional. Importantísima, por cierto, pero no es ese el ejercicio soberano; no debe serlo.
En ese sentido, el trabajo de la convención constitucional debe nutrirse de la deliberación que ha comenzado a dar la ciudadanía y seguir generando las condiciones para una mayor participación. A partir de ese diálogo ciudadano es se necesita que la comisión constitucional establezca los lineamientos políticos que darán contenido a la nueva Constitución.