Por Fidel Améstica.- Uno de los «cancionistas» más lúcidos que ha tenido Chile. Nació el 26 de agosto de 1945 y partió al silencio el 8 de enero de 2014. En su memoria y para quienes lo quisieron y admiraron, este ser singular, amigo de los gatos y enemigo de la estupidez.
La Nelly y el Nelson se aman
entre sábanas de nubes
y en escala de Do subes
con versos que los aclaman.
Ellos solo oyen que llaman
a su puerta. Y una canción
les ha abierto el corazón
mientras miras compungido
que a pesar de andar perdido
diste con la dirección.
Fidel Améstica
Viernes a fines de octubre de 2002. Día asoleado a mediodía. Nos juntamos en la panadería «Bimbo», frente a la farmacia Cruz Verde, una de esas que han hecho historia con la colusión y las «malas prácticas». Ciudadano corriente en camisa y pantalón, anteojos y una calva pichangueda de canas, tal vez semejante a la que a mí me espera en una vuelta de reloj. Pamela Castillo, fotógrafa y anfitriona, me llevó al lugar. Me presenté: «Soy Fidel Améstica». Y responde: «Yo soy el Payo. Caminemos a un mirador que hay cerca». Y ahí, bajo la claridad vertical del sol, y de su persona, esta fue nuestra conversación:
―¿Quién es Payo Grondona?
―Es… Desde el año 63, por ahí en el 62, que yo aprendí a tocar la guitarra, zamba argentina en cuatro acordes, y luego música chilena, la que ahora se puede llamar tradicional, luego lo que se llamó «neofolclore»; música argentina también, y hasta que comienzo a hacer mis propias canciones, manteniendo esos ritmos que eran los únicos tradicionales, otros ritmos más juveniles, más de la época, el rock. Eso y las primeras canciones son con cambio de contenidos más urbanos, y así entonces me transformo en autor, y en un tiempo incluso salió hasta un afiche que decía «trovador de la ciudad».
O sea, cantarles a las cosas de la ciudad, en la contra de lo que le cantaban al campo, a lo rural, lo cual era muy lógico, pero no era bien recibido usar ritmos rurales para contenidos urbanos. Entonces, comencé a desprenderme de esos ritmos y, no vamos a decir inventar, pero ya desvinculado de esos ritmos, y a adquirir el rock y lo que era la canción de protesta en Estados Unidos. Acuérdate que estamos hablando de los años sesenta, y ahí estaba Bob Dylan; el trío Peter, Paul and Mery; Los Beatles, y… ¡bah! Paul Anka, Neil Sedaka y todo eso; Elvis Presley, Donovan por otro lado, y empezamos a traducirlo musicalmente y a darle su contenido.
Entonces, el Payo Grondona es un autor de canciones sobre la ciudad, es decir, tanto descriptiva de la ciudad como de la vida cotidiana en la ciudad, sus personajes, digamos. Y también periodista, estudiante de la Universidad de Chile de Periodismo, egresado en el setenta, titulado en el setenta y tres, y empiezo a cantar en la peña de Valparaíso el 65 hasta el golpe, cantando en la Peña de los Parra y en otros lugares, qué sé yo, trabajando de periodista en televisión, en la Editorial Quimantú o en radios, o sea, una lata.
―Pero hay una imagen algo legendaria de ti, tal vez por ser el primero en componer una canción rockera en Chile para Los Mac’s… , y que el 94 brilla en el compilado que sacó la ATR, la Asociación de Trabajadores del Rock, con 13 músicos.
―Bueno, así se dice, pero en realidad no es tan así. Los Mac’s, los hermanos MacIver, eran mis vecinos en Playa Ancha, en el sector de Gran Bretaña con Plaza Waddington; nos juntábamos a los guitarreos en el vecindario, en las fuentes de soda. No se usaban ni los pubs ni los bares. Todos ahí intercambiábamos acordes y copuchábamos y componíamos la música, y yo recibí un texto del chico (Orlando) Muñoz, unas estrofas que resumí, le puse mi cosecha, una mezcolanza, le puse la música, y esa fue «La muerte de mi hermano». Por lo que trascendió fue porque todos los grupos rockeros cantaban en inglés, y todos eran entre medio hippies y psicodélicos. Esto era un rock duro y en castellano, y sobre un tema político que era la invasión de Estados Unidos a Santo Domingo. Tuvo toda esa conjunción, y la cuestión, bueno, hasta el día de hoy, no vamos a decir que me persigue, pero…
―Es una marca…
―Claro, es una marca, pero se dio todo eso, y se dio que yo tocaba, y se dio que yo era vecino de Los Mac’s. A lo mejor mucha otra gente hizo lo mismo, pero no vivían al lado del grupo. Ese es el chiste de haber vivido en un barrio como Playa Ancha. Fue el primer rock en castellano, fue un gran hit que a Los Mac’s los ha marcado. Y luego ellos grabaron otros dos temas míos, digamos, una balada de fogata, y otro rock que era sobre la guerra de Vietnam, obviamente que con «s» de fosa, y el resto de los temas era en inglés. Y los cabros… Yo he leído en entrevista a alguno de ellos, que no voy a nombrarlo, un chanta, que… como que repudia el haber grabado la canción, y pasa que es por la única canción que los recuerdan. Por más que David hiciera textos en inglés muy bien, y la música, pero era una gota más dentro de ese maremágnum de canciones en inglés hippy-psicodélicas.
―Un instrumento asociado mucho a tu imagen es el banjo.
―Es que el banjo también es otra historia, de la misma época. Pasa que, bueno, hay que mezclar que aparece Cuba y Estados Unidos con Kennedy y la Alianza para el Progreso. Y «los niños güenos», los «Yon Guainer» sin pistola pero con biberón, y con manuales que se llamaban la Alianza para el Progreso, y los cuerpos de paz, «voluntarios», así entre comillas, que recorrían los diferentes países para aminorar las posibles influencias de la Revolución Cubana en contra de los regímenes que había. Acuérdate de que era todo de derecha, terratenientes, dueños del plátano acá, del cobre allá, del estaño por no sé adónde, del ganado por allá. Entonces, los cuerpos de paz también llegan a Chile, y se les ocurre a tres cabros, o a más, porque yo conocí a tres o cuatro, llegar a Valparaíso. Y como buenos gringos, hacían música gringa folck. Y como nosotros teníamos la peña, llegaron a la peña, y tocaban sus blues y su música con guitarra, con banjo, con armónica. Había una estufa, de esas a parafina, de esas largas, negras, la tocaban con dedales, tocaban tablas de esas de lavar la ropa, y hacían su show, y nos fuimos haciendo amigos…
En un paréntesis, tú sabís que no me acuerdo del nombre del gringo que me regaló el banjo, no me puedo acordar, pero siempre se ha nombrado al Deck Fast, que era un gringo, como todos ellos, deschavetado, marihuanero, etc., vivían en comunidad, porque no les quedaba pa’ otra, como quien dice en un internado, allá en Reñaca, cuando había que pasar por las dunas, ahora hay que pasar por ascensores, y el Deck Fast también se hizo amigo de los cabros estos, de los hermanos Parra, que formaban el grupo High & Bass, con su Lady Turner… Tocábamos todos juntos y todos revueltos cuando al gringo este se le acabó su servicio a la patria, digamos, fue devuelto por la Alianza del Progreso y los cuerpos de paz a Estados Unidos. Y yo le dije, bueno, déjame el banjo, pensando por supuesto, como todos pueden hacerlo, que si viene un boliviano, uno le dice «déjame el charango», porque piensa que los charangos andan ahí por la calle, subidos en los semáforos. Entonces, bueno ya, me dijo el gringo, te lo dejo. Me dejó el banjo con un juego de cuerdas de repuesto, el capó y un método de aprendizaje.
Yo me aprendí una docena de acordes, posturas, digamos, y como en el país de los ciegos el tuerto es rey, claro, me empecé a ser famoso, además que yo tocaba mis canciones con el banjo y sonaba muy divertido, realmente muy divertido: una cueca con banjo, y tocábamos «La muerte de mi hermano» en la peña, refalosas con banjo, y era muy gracioso, y la gente al final se fue habituando y luego cuando yo irrumpo, por decirlo, en Santiago en el año setenta, exactamente en agosto del setenta para el Festival de la Nueva Canción Chilena con el tema «El Bosco» , y con el banjo, entonces ya fue como muuuusssho, que mientras todos mis colegas, que éramos todos amigos así de la nada, el Víctor, el Pato, al Ángel, todos, tenían canciones con el puño bien pegado al techo y yo aparecía con una historia de un par de gallos que querían ir… que andaban buscando una pieza donde acostarse, y además tocada con banjo. Esa fue la gota que rebasó el vaso y el banjo pasó a ser más famoso que el dueño.
―¿Tocas el banjo todavía?
―Bueno, me acuerdo bien, tengo todavía el banjo, guardadito, pero para el tipo de canciones que hago ahora no me sirve. Me podría servir, ponte tú, para tocar, por ejemplo, «Cuando era guailón», que es un rockabilly, pero no es bueno. Como dice el imbécil, el guaripola, que no hay que mirar en el pasado, el cómplice del asesino, Joaquín el malo. No sería… No sé… No está en mí. Es como contraproducente. Pasó la vieja.
―Siempre se habla, en relación con tus canciones, de neofolclor, o folclor urbano, o trovador…
―Claro. Folclor urbano le llamaban, pero los folcloristas decían que no existía el folclor urbano. Tenían que pasar muchos años. Estos eran entre ayatolás y talibanes. Que no, que el folclor es lo anónimo, que tenían que pasar muchos años para que el pueblo las haga suyas… Entonces, uno, yo tenía veinte años…, y la respuesta era «¡Ándate a la concha tu madre, güeón!». Claro. Que nuestro grupo es de proyección folclórica, no es folclórico, aaah, güeón latero.
―Entre ellos, la Violeta…
―Claro. Ella comenzó el quiebre definitivo, y nos cambiamos de partido, de casa, de calzoncillos, de todo, y partimos con la música, literalmente, para otro lado. Se llamaba folclor urbano, canción de protesta, música ciudadana. Ha pasado por todos los adjetivos, interjecciones e insultos habidos y por haber. Tiene un prontuario muy grande, pero son canciones. Ahora a nadie se le pasa por la cabeza de que los raperos o los hiphoperos sean menos rurales que los urbanos de La Legua. Son nomás. Nosotros decimos «esta es música chilena, esta no es la Solovera». A la (Clara) Solovera se le acabó el almanaque donde salían todas las estampitas del campo, y chao nomás, por más que un álamo huacho esté al lado de un esterito de San José, y que una vez el esterito de San José vio pasar al corralero, y que el corralero llevaba un huaso con una manta de tres colores, esas huevadas ya no corren. Si ustedes quieren que corra, hagan otra. Pero esa gente ha usufructuado de la Solovera, por quien yo me saco el sombrero. Y, por supuesto, como la derecha es mandada a hacer para matar gente, sea física o mentalmente, hasta que la mataron, en este caso, a la gallina de los huevos de oro, y se quedaron sin repertorio. Eso es. Lo rural que ahora ha emergido con toda esta música mexicana, que dicen que no es chilena. Es la misma discusión de hace cuarenta años… ¡Puta que estoy viejo! Entonces, es una lata, una lata…
―En ese sentido, ¿tú te sientes neofolclorista, cantautor, trovador, poeta…?
―Lo de cantautor no me gusta mucho, porque una vez leí que Julio Iglesias se definió como cantautor y de ahí me dio asco. Trovador tiene un poquito más de pelaje. Pero veo que uno hace canciones, no sé, como la Sara Montiel, uno es cancionista.
―Haces canciones y cancionemas…
―Claro, los cancionemas también: es una canción hecha de un poema. A veces el poema está entero, a veces resumido, o mal verseado, porque yo le cambio palabras y sentido. Pero hasta el día de hoy, de los cancionemas, nadie se ha quejado. Y el que se queje, agarra su canción y se va. No tengo ni un problema.
―Tu relación con las canciones es como si estas fueran una cosa, pero muy querida o…
―O sea, son canciones que además… (¿Fumái o no?) Son canciones [«Estos son de hombre», dice mientras saca de un paquete un Lucky sin filtro]… Además que son canciones que han creado escuela, y eso, con mucho orgullo. O sea, lo más importante, que haya gente que lo copie, que lo sigue, no que lo mimen y que lo alaben. Eso no. Alguien dice este gallo… Pero la temática fue puesta en la mesa y eso es lo que vale.
Hay muchos otros músicos que han intentado poner una temática y no tienen ningún seguidor. Nadie puede decir que este gallo le copió a este o a este otro. La música ahora es comercial o popular, porque aquí el pillaje es a brazo armado. Están de moda las canciones de tal cuestión, ya, vamos; y también, como decía el otro, el español, el Serrat, sería bueno cuando fulanito haga otra canción, ahí vamos a conversar, porque hasta ahora en veinte años hay una sola, en que «me muero por ti, no me dejes, estoy lejos, te quiero…». Así es refácil poh, huevón, jibarizando las temáticas y colocái al lado derecho una serie de verbos y al otro lado otras palabras, y vai mezclando y te salen cuarenta canciones, cinco discos, tres Grammy, pero ¿pa’ qué? Yo prefiero… Yo nunca me he ganado ningún premio en todo caso, aparte, si se puede decir premio, del Fondart, apoyo de proyectos, pero no es un premio, porque uno concursa con una cantidad espeluznante de giles.
―Exacto. Oye, y ¿con qué trovadores compartes actualmente, sobre todo de los más jóvenes?
―Como decía otro amigo mío, «cuando uno es amigo de todos es sospechoso».
―Y te agrego: es inmoral ser amigo de todo el mundo.
―Yo no le trabajo a las relaciones públicas, ni soy amigo de todos, porque además nunca lo fui. Pero me llevo bien con los de los ochenta, con el Peralta, con el (Luis) Le-Bert. Y de los noventa conozco al Anabalón, al Pancho Villa lo he visto dos o tres veces en realidad, después están una serie de cabros que cantan aquí en las noches, que son estos que se saben setenta mil canciones en dos horas, pero son eso nomás, un wurlitzer. Además que viviendo acá, con el aire puro, uno trata de mantenerse puro. Claro que a esta edad, difícil, pero…
―Al menos está el intento. ¿Tus canciones de alguna manera te dibujan, dicen en parte quién eres, o insinúan a un hombre imaginario?
―Las dos cosas. Hay canciones que evidentemente están dedicadas, son parte de uno. Otras, basadas en experiencias personales, y otras que son la ficción misma, como «Me diste mal la dirección», que esa huevá es mentira, es muy gracioso, pero es mentira.
―Es una mentira que dice alguna verdad también.
―¡Claro! Es un hecho de la causa, pero no me pasó a mí. Que muchos se sientan identificados, muy bien; y eso es lo bueno de algunas canciones, que la gente, que el público, o el escucha, se siente identificado, y ahí la cuestión agarra. Pero cuando le paso por el lado a lo mejor no pasa esa, pero pasa otra. Tiene por dónde elegir y siempre les cae un ladrillo.