Por Hugo Cox.- Existe hoy en día una falta de profundidad en el análisis que pueda explicar las verdaderas razones de lo que ha ocurrido en el país, un lamentable simplismo para explicar la vida social, política y cultural. Los discursos han variado desde el fin del lucro, seguido de la injusticia, la desigualdad, el discurso género (no se niega que hay desigualdad e injusticia). Este discurso llevó a la ciudadanía a justificar la violencia, argumentada como desobediencia civil, y esta misma ciudadanía depositó sus esperanzas en la soluciones discursivas de esta élite de jóvenes dirigentes políticos. Tras la revuelta de octubre de 2019 sigue habiendo procesos sociales subyacentes más complejos de lo que esta élite se imaginó.
En términos reales las generaciones desde fines de los ochenta hasta hoy han estado fuera de las instituciones que generaban una socialización vital para el funcionamiento de la sociedad. Nos referimos, por ejemplo, a los partidos políticos, sindicatos, colegios, universidades, iglesia, familia, etc. Estas instituciones perdieron autoridad y entraron en una crisis profunda de la que, hasta hoy, no se recuperan y que tiende a profundizarse.
Por otra parte, los nuevos sectores medios -que son cada vez más amplios- basan su accionar en la educación como palanca para la movilidad social y, por otra parte, en un progreso continuo que no ponga en cuestión su situación material (no está en su imaginario el retroceder). Además, creen en la expansión del consumo aunque el sistema en esto ha fracasado. La meritocracia aún pervive en su imaginario, pero da muestra de quiebre y se instala en esos sectores el sentido de pérdida de lo avanzado (aparece el miedo), con la pandemia por un lado y la crisis económica por el otro, profundizando esta situación.
Lamentablemente en un proceso de quiebre, como fue el resultado del plebiscito, no hay una autocrítica profunda y lo que se busca con las explicaciones que se dan es “cómo me salvo”, y donde otros tiene la culpa de todo.
Los análisis que se hacen son reduccionistas, en blanco y negro: por un lado, las víctimas y, por otro, los abusadores, componiendo una historia en que esta generación es la salvadora.
Por otra parte, no se debe olvidar que el Frente Amplio nunca tuvo un anclaje popular fuerte, como sí lo tuvieron los partidos de la Concertación, aunque se fueron alejando con el tiempo con el tiempo de ese anclaje. El Frente Amplio no viene de las poblaciones, no viene del movimiento social. Viene del movimiento estudiantil, que es esencialmente burgués y, de ellos, en su mayoría de las dos mejores universidades del país.
Vienen de un mundo en que el transporte público y la delincuencia no eran lo habitual, problemas que los sectores populares viven a diario.
En síntesis en ellos se da un “abajismo”, y se da con la prepotencia de “yo te voy a ayudar a salir de lo que te complica”, a diferencia del gobierno de Allende que sí tenían una fuerte raigambre en los movimientos obreros, campesinos, poblacionales, lo que se traspasa hasta la concertación.
En síntesis, cada día que pasa, producto de sus propias contradicciones no dan cuenta del Chile real, sino del imaginario social que tienen.
El nuevo proceso constitucional, con todas las falencias que pueda tener, debe dotarse de más política, más dialogo y más acuerdos, de modo que no perturbe su desarrollo a la urgente tarea de lograr acuerdos reales fuera de las trincheras.