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Chile S.A., ilusión y simulacro

Por Javier Maldonado.- S.A. significa “sociedad anónima”. Y es que en Chile nadie, ninguno de los que pertenece a los niveles de decisiones, tiene nombre propio, siendo así todos anónimos. El apelativo más común es “el gobierno”, “la segpres”, “la banca”, “los empresarios”, “la autoridad económica”, “los gremios”, “el comercio”, “la industria”, “el poder judicial”, “la prensa”, “los medios de comunicación”, “la autoridad de salud”, y así hasta el infinito.

Es decir, nadie, o todos, tiene nombre propio, que no es lo mismo pero es igual. También es el paraíso del acrónimo, un piélago de siglas que ocultan quien sabe qué organizaciones. De tal modo, la sociedad anónima avanza en las apariencias y en los simulacros. Es la aplicación de la estrategia de la ilusión anunciada por los “observadores internacionales”. ¿Quiénes? Han pedido que no se mencionen nombres, no vaya a ser que…

Simulacro e ilusión. Ni Goebbels. Ni Maquiavelo. Churchill, Sir Winston, enfrentado a la realidad, que no a la verdad, dijo a los ingleses que lo escuchaban por la radio: “Lo único que puedo ofrecer a la nación es sangre, sudor y lágrimas”. Y es que el ministro era doblemente realista; es decir, fiel a la realeza, por una parte, y cultor de la realidad por otra. Los ingleses de América del Sur, a falta de realeza se han aficionado, de modo original, a la irrealidad, vale decir, a la ilusión. Pero antes que todo, al simulacro de la grandeza y a la ilusión que genera la idea de una última generación, claro que en términos tecnológicos, cómo no.

Siempre se pensó -¿quién pensó?- que Chile era un país integrado, y algunos -¿quiénes- creían que este país era considerado el paradigma del continente –¿pero paradigma de qué?-  y que, por supuesto, estaba mejor que el resto del vecindario regional, y que no pocos nos estaban imitando, y que eso era el orgullo que permitía sentir el liderazgo de lo que fuese que fuere. Hoy tales aseveraciones se ha probado que no fueron más que ilusiones. Vanas ilusiones.

Un presidente dijo que a la semana de haber asumido el cargo, su gobierno ya había hecho muchísimo más que en los veinte años precedentes. Aunque se diga que Chile tiene el mejor servicio de salud del planeta, que el sistema de exámenes es el mejor del continente, que el control de la acción del enemigo es el más preciso del hemisferio, la cruda realidad insiste en aparecer y poner las cosas en su justo lugar.

Todo aquello no era más que una ilusión súper sport. Ahora, respecto de simulacros, hay ejemplos jugosos, y quizás el más notorio y notable sea el de la cajita feliz del Edén. Es posible, muy posible conjeturar que la mesa de asesores haya concluido en que la acción social decidida y ordenada por la autoridad máxima sirviera, además del reposicionamiento del Jefe y la recuperación en las encuestas semanales, como vehículo para revitalizar la idea de otro período presidencial. Algún experto habrá pensado, tal vez: una caja = un voto. Total: 2,5 millones de cajas = 2,5 millones de votos. Miel sobre hojuelas;  y extendiendo la idea, considerando que una caja debía alimentar en promedio a cinco personas, la cosa iría más o menos así: una caja = cinco votos. Entusiastas, sus colegas habrán multiplicado por decir lo menos: 2,5 millones de cajas por 5= 12,5 millones de votos. ¡Listo, eres un genio; así lo hacemos y ya tenemos ganada la próxima elección!

Es obvio que este ejercicio es un simulacro de liderazgo y, ¿por qué no?, la ilusión de ser los mejores. Para que el simulacro se trasforme en éxito seguro, entonces, el publicista presente tiene la genial idea de meter en la cajita feliz del edén, una cartita del presidente dirigida a quien le importare. El asesor de marketing, por su parte, propone que las cajitas sean entregadas personalmente por el mismísimo Presidente y su corte milagrosa –sin nombrar a nadie en particular- en una función matinal dominical, prensa y camarógrafos incluidos, no vaya a ser que nadie se entere. Es la estrategia de la solidaridad dirigida a otros fines subalternos. Es el simulacro del ser buena persona. Es la ilusión de un vago e incierto futuro esplendor.