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Moviéndose al ritmo de los camiones

Por Alejandro Torres.- En Chile existe un grupo que tiene el privilegio del transporte de carga, privilegio que fue conseguido para el golpe de Estado mediante “negociaciones” con el gobierno de facto. Desde esa época es que comenzó la caída y agonía del transporte de carga y personas por ferrocarril, dejando a los camiones como únicos actores de esta actividad esencial para el país, con lo cual hoy se autodenominan como el “motor de Chile”.

Todos fuimos testigos de la batahola que armaron cuando el actual Presidente se refirió a la necesidad de más trenes. Pues bien, ese “motor de Chile” es el que ha conseguido que se perpetúen sus privilegios a través de la violencia, poniendo por delante de manera amenazante sus grandes vehículos. Innumerables han sido los episodios en los cuales cuando al gremio del motor de Chile no le gusta algo, han puesto sus máquinas al servicio de la violencia y el abuso de poder, cortando las vías del país, dejando sin opciones de movilidad a millones de chilenos.

Dos ejemplos en los cuales políticas que nos beneficiarían a todos, no han contado con la venia del gremio y no se han podido aplicar:

  1. Con el volumen de tráfico que tenemos hoy, se deberían aplicar medidas para gestionar esa demanda de movilidad, una que es muy exitosa en varios países del orbe, como es restringir la circulación de camiones por las vías urbanas en los horarios punta de la mañana, pero acá no la podemos aplicar porque a los señores del gremio no les parece y ante el primer atisbo amenazan con tomarse las vías; mientras que todas las mañanas vemos cómo debemos circular al ritmo de los camiones, que circulan (o estacionan) por donde quieren y como quieren, abarcando muchas veces todas las pistas de nuestras ya colapsadas calles y autovías.
  2. El impuesto al diésel: es una tendencia mundial el ir dejando atrás el uso de combustibles fósiles dada la carga ambiental que estos tienen, por lo cual estos combustibles deben gravarse para incentivar el uso de tecnologías más limpias; por lo demás este impuesto iría en beneficio del MEPCO, mitigando las continuas alzas y haciéndolas más llevaderas a los demás usuarios de automóviles, mientras se transita hacia la electromovilidad o a modos de transporte terrestre más sustentables; (hay más privilegios, como las rebajas de IVA que realizan los empresarios del transporte, pero eso da para otra columna).

Es de esperar que el gremio del “motor de Chile” esté dispuesto a aceptar el impuesto al diésel y no utilice sus máquinas para bloquear la movilidad de los demás usuarios de las vías, escondiéndose detrás del tamaño de sus camiones para acometer otro acto de abuso, que de ocurrir, es de esperar no quede impune como ha sido hasta ahora.

Alejandro Torres Flores es Ingeniero Civil en Obras Civiles, PhD y académico de la Universidad Central