Por Luis Henríquez Rojas (Mico).- Un mural dedicado a Víctor Jara en el corazón tradicional de Las Condes (específicamente la calle Piacenza) y otro par en los cerros de Valparaíso, montado por la cantante nacional Mon Laferte, dan cuenta de un momento optimista para la expresión artística popular. Relatos gráficos de historia, cuidado del medio ambiente y feminismo han sido las temáticas celebradas por gran parte de la sociedad. Sin embargo, también persiste otra memoria, también. Una polarizada y con barnices opacos que ha vandalizado el mural obrado por la Brigada Ramona Parra en memoria de Víctor Jara y el de Mon Laferte en Cerro Alegre, que realizaba una colorida alegoría sobre el ciclo menstrual de la mujer.
Estos ataques al patrimonio barrial no hacen sino recordarnos la larga historia de censuras, ocultaciones y muros borrados que las expresiones muralistas han provocado entre la institucionalidad conservadora y ciertos sectores sociales que ven en estas manifestaciones artísticas una amenaza.
Desde que David Alfaro Siqueiros pintó el mural «Muerte al Invasor» en la biblioteca de la Escuela Republica de México en Chillán (1940) y da inicio con esta obra al muralismo político en Chile, esta expresión de arte público ha generado irritación y polémica en diversos sectores. La Izquierda hace suya esta herramienta de arte y propaganda, dando vida a las Brigadas Muralistas. La primera de ellas, la Brigada Ramona Parra, BRP, fundada en 1968 para respaldar la precandidatura de Pablo Neruda a las elecciones de 1970. Surgen luego otros colectivos que generaron un movimiento rico y diverso de arte mural callejero.
El golpe militar de 1973 truncó de golpe este poderoso movimiento que apelaba a toda la sociedad. Los murales son sistemáticamente borrados y sus creadores deben pasar a la clandestinidad o huir al exilio. Solo en la década de los 80, poco a poco, reaparecen estas obras en sedes sindicales, pintados por jóvenes artistas, obreros y pobladores. Las protestas de 1983 abren paso a los murales en la vía pública, que son flores de un día y son borrados tras cada jornada de protesta con una característica pintura gris. Porfiadamente, estos murales reaparecen luego, cada 1 de mayo, cada 11 de septiembre.
La campaña del Plebiscito de 1988 fue la oportunidad para que decenas de brigadas artísticas, que hasta entonces operaban en la clandestinidad, pintaran en las calles y avenidas principales, al amparo de las concentraciones convocadas por la oposición a Pinochet. Un renovado movimiento muralista se hace presente y se encarga de ponerle color y alegría a la opción del «NO».
Este movimiento hoy se ha diversificado, quizás ya no es tan militante y partidista como antes, pero no ha perdido su carga ideológica y contestataria. Su pasado lo marca pero su vigencia se renueva día a día. Tras el 18 de octubre eclosiona nuevamente de la mano del Estallido Social y convierte diversos muros en pizarras, vitrinas y páginas de historia que también fueron cubiertos una y otra vez con pintura gris.
La vuelta de tuerca de la reacción institucional a este fenómeno es tan curiosa como reciente: ahora los pintores trabajan de día y quienes los borran, lo hacen de noche, en medio del toque de queda. Se invirtieron los papeles, pero los actores siguen siendo los mismos.
Luis Henríquez, conocido también como Mico, es muralista, ilustrador y dibjuante editorial en diversos medios.