Por Roberto Fernández.- Gracias a la decisión de Ricardo Lagos, que agradeceré siempre, tuve la suerte y el privilegio de haber formado parte del Comité Ejecutivo del Comando por el No. Junto a Carlos Figueroa, Belisario Velasco, Orlando Cantuarias, el “huaso” Valenzuela y bajo la Coordinación de Genaro Arriagada, constituimos un equipo que funcionó a la perfección, en lo político, lo humano y lo técnico.
Por mi experiencia profesional fui designado Encargado de Finanzas y cumplí un rol más centrado en la gestión de la campaña.
Junto a millones de chilenas y chilenos, nos jugamos -literalmente- todo por la vuelta a la democracia. Fue una gesta épica, realizada en condiciones muy difíciles, en dictadura y con recursos muy limitados.
Evidentemente, en esa época no existía el financiamiento público de la política ni de las campañas. Recibimos apoyo financiero de varios países, en particular del gobierno italiano (Bettino Craxi). Recuerdo que teníamos que entrar por la puerta de servicio de algunas embajadas, donde íbamos a coordinar las operaciones.
Se funcionó en base a presupuestos aprobados por el Comité Político, que se aplicaban rigurosamente. La campaña finalizó sin un solo peso de deuda.
Como ha sido reconocido internacionalmente, la franja televisiva fue todo en éxito, tanto por su calidad como por haber expresado maravillosamente el sentimiento de la gente, que quería el término del régimen militar.
La creatividad, alegría, coraje, fuerza y decisión fueron el motor de una gesta épica y las personas movilizadas en todo Chile, las actores principales de su propio triunfo. La unión de la oposición a la dictadura fue también crucial en el éxito que se obtuvo.
Con emoción recuerdo que solo cuando Cardemil reconoció el triunfo del NO, abrimos una botella de champán y celebramos.
¿A qué viene todo esto? Siento que hoy estamos nuevamente en una encrucijada histórica. Por primera vez tenemos la posibilidad de participar directamente en la elaboración de una Constitución para nuestro país.
Entiendo que parte de las nuevas generaciones tengan una visión crítica de lo que fue y ha sido el proceso democrático que siguió a la derrota de Pinochet. Es un debate legítimo y que sigue abierto, pero permítanme resaltar, primero, la disposición y valentía de la inmensa cantidad de personas que trabajaron en todos los niveles en la campaña y, después, las enormes dificultades a las que nos vimos enfrentados cuando llegamos al gobierno con don Patricio Aylwin.
No fue fácil reconstruir la democracia con Pinochet al mando de las Fuerzas Armadas, un Parlamento con senadores designados que limitaban gravemente el ejercicio de la democracia, y un Estado reducido a su mínima expresión.
Estamos a pocas semanas de una gran oportunidad de volver a hacer historia. Nuevamente las condiciones son adversas, con una parte de la derecha que hará todo lo posible por tratar de impedir o desvirtuar el resultado del plebiscito y una epidemia que afecta, desde hace meses, nuestra vida personal y social.
Las encuestas muestran que el triunfo del Apruebo parece una posibilidad cierta y que una gran mayoría de personas manifiesta una voluntad de ir a votar ante cualquier circunstancia.
Muchas veces me han preguntado si durante la campaña del NO sentíamos miedo. Mi respuesta ha sido siempre la misma: teníamos que dejarlo en la casa cada vez que salíamos a la calle. No teníamos otra alternativa si queríamos ganar. Ahora el temor, promovido con entusiasmo por los medios de comunicación, es el contagio. Evidentemente tenemos que cuidarnos y ser muy precavidos, pero la realidad es que existen infinitamente más posibilidades de contraer el virus todos los días en el trasporte público, que yendo a votar, en condiciones sanitarias excepcionales fuertes, el 25 de octubre.
Al igual que para la campaña del NO, debemos buscar la unidad de la oposición por sobre todas las cosas; lograr las más amplia participación de los independientes en las futura Convención Constitucional, y apelar a la movilización, creatividad, entusiasmo y esperanza de la gente.
Estoy convencido que lo vamos a hacer y que volveremos a vencer.
Hoy, la generación nacida a fines de la dictadura y en democracia tiene la oportunidad, tal vez única, de participar en nuevas jornadas épicas, a las que debemos dar un contenido ético diferente. Estas definirán el país en que viviremos mañana y que significarán el cierre definitivo de la transición. En sus manos está el que podamos construir un Chile más justo y solidario.