Por Max Oñate Brandstetter[1].- «El proceso electoral demuestra que la ciudadanía si tiene voluntad de participar y que reponer el voto obligatorio era una decisión correcta». PCch XXIII pleno del Comité Central 2024.
La participación electoral en Chile se ve permeada por sus transformaciones estructurales y ello no significa que la gente tenga mayor interés en la participación a partir de esto. El contexto general –frente al fenómeno- en la actualidad, nos indica que hay millonarios invirtiendo en publicidad, inserción forzada por el voto obligatorio que convive con la poca voluntad de la ciudadanía para participar o informarse por sus propios medios.
La modernidad –o mito de la modernidad- se sostiene en la integración vertical a la representación (sistema de partidos), donde se manifiesta la batalla de las ideas por la conquista del interés público, sin embargo, esto nos hace asumir una posición activa –o semi activa- en la participación política electoral, con alta intensidad puesta en el foco del contenido político.
Esto está muy lejos de ocurrir en Chile, país donde la inscripción de militantes en la totalidad de los partidos no llega ni a 500.000, cifra que no alcanza ni el 2,5% de la población total actual, suponiendo que ésta sea cercana a los 20.000.000 de habitantes, y que por consiguiente, representa alrededor del 3,3% del padrón electoral, cercano a los 15.000.000.
Desde la reapertura democrática, el proceso electoral ha sufrido constantes transformaciones, donde la trinchera de disputa era resuelta por los interesados en materia política. Hacia 1997, la participación electoral sufrió un repentino cambio de apoyo al sistema de partidos, quedando alrededor de 1.700.000 votos nulos y blanco, dentro de un universo de 7.000.000, que en primera instancia, podríamos señalar que las ofertas electorales del sistema de partidos, no satisface la demanda de participación.
Al transformar el sistema de participación, desde un formato de inscripción voluntaria y voto obligatorio, a uno de inscripción obligatoria con voto voluntario, el comportamiento electoral sufre cambios, directa y coherentemente anclados al cambio en la estructura: las segundas vueltas presidenciales tenían una tendencia a la baja en la participación, en relación a la primera vuelta, fenómeno que es modificado por un aumento parcial en la participación que, dicho sea de paso, aumenta en directa proporción a aquellas candidaturas que realicen mayor gasto electoral, por el hecho de que su propaganda aparece más veces.
Esto ocurre porque quienes participan de manera coyuntural, participan como resultado de una campaña que los convoque, y no por motivos de defensa ideológica o partidista, características pertenecientes a los electores tradicionales, presentes con una marcada fidelidad electoral inmodificable.
En este aspecto, se diferencian los “modernos” –aquellos integrados verticalmente en el sistema de representación- y aquellos electores que no se comportarían como la modernidad lo mandata.
Difícilmente lo podemos identificar como postmoderno y tardomoderno, ya que requiere una defensa filosófica –por tanto posicionada en algo- de un comportamiento “impredecible”. Por esta razón, las piezas clave para entender los procesos electorales, son las formas de participación –qué es lo que se vota y cómo se vota- y la demografía.
El hecho de que la totalidad de militantes inscritos en el sistema de partidos sea diametralmente opuesta a la cantidad de votos que recolectan los mismos, nos permite entender que el partido con más militantes no es el partido más votado, y por tanto, los resultados electorales tienen mayor impacto en el eslogan de campaña, que en la fidelidad partidista, en aquellas ocasiones en que son modificadas las formas de participación y la demografía.
El contexto de las elecciones pasadas de gobernador (2021), donde compitió el actual incumbente y candidato a la reelección a la Gobernación, Claudio Orrego (DC), contra Karina Oliva (FA).
El resultado en segunda vuelta fue definido por el público de la derecha, que votó Orrego sobre la base de vencer a la “extrema izquierda”, en un formato de voto voluntario.
En el contexto actual, Claudio Orrego juega un rol de candidato oficial de las izquierdas –la tradición centro izquierdista que incluye a los partidos más jóvenes (ayer rivales electorales) del abanico electoral representativo- contra Francisco Orrego (RN), candidato con la peculiaridad de pretender difundir “nuevas ideas”, al mismo tiempo que pertenece a un partido tradicional y moderno, estructuralmente no aperturado a nuevas señales o tendencias. El formato en esta ocasión es de voto obligatorio.
Las democracias occidentales desarrollan niveles relativamente estables de participación electoral. Cuando esta participación aumenta, lo hace en directa proporción a aquellas candidaturas que realizan mayor gasto electoral, como ya hemos señalado, en materia de extensión publicitaria, es decir, fabricada y comercializada para un público sin filiación política ni fidelidad electoral, y mayormente sin participación política, en un escenario que carece de contenido político.
Pero hay mucho performance publicitario y pirotecnia propagandística, es decir, es un escenario que ya no se puede entender a través de los cánones del paradigma de la modernidad, al menos para la mayor parte del padrón electoral y que está forzado en participar, y que define por sí misma el resultado.
Entendiendo el comportamiento electoral, condicionado por el mecanismo de la obligatoriedad, teniendo en cuenta que hay un público gravitante, pero no mayoritario –el electorado tradicional integrado verticalmente en el sistema de partidos- y un público mayoritario, que presumiblemente no votaría si no estuviese obligado, una buena cantidad podría votar nulos y en blanco, y depende de este factor quien gane las elecciones de este domingo.
Así, si en su mayoría votan nulos y en blanco, el resultado queda en manos de los votantes tradicionales, inclinando la balanza en favor de Claudio Orrego (DC). Ahora bien; si en vez de aumentar los votos no válidos, aumenta la cantidad de votos a favor de alguna candidatura, ésta lo hará en directa proporción a aquella candidatura que realice mayor gasto electoral, amplificando su propaganda, escenario en el que eventualmente gana Francisco Orrego (RN).
¿Claudio Orrego no tiene opciones de ganar en un escenario así? Sólo en la medida que realice mayor gasto electoral, que se traduzca en la difusión de su candidatura. ¿Cuántas personas dejarían de votar si no fuese obligatorio?
No se puede calcular cuanta gente “fallará” su voto, sólo porque ambos candidatos comparten el mismo apellido y un programa similar.
[1] El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.
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