Por Javier Maldonado.- La pregunta de moda es: ¿A dónde van a parar las grabaciones de video que el sistema de vigilancia urbana produce varias veces al día, todos los días del año con sus respectivas noche, incluidos los bisiestos, digamos que en todas, o prácticamente todas las comunas de la Región Metropolitana? Lo que suceda, se grabe o se filme en otras regiones no es de mi incumbencia por lo que no exigiré, ni esperaré respuestas de aquello. El centro de Santiago, que en gran parte pertenece a la comuna de Santiago, es una constante puesta en escena con la cual más de algún productor local podría realizar magníficos filmes de acción social, género cinematográfico emergente que día a día gana más adeptos y admiradores. Pero no sólo el centro, también en las comunas vecinas y en las vecinas de las vecinas las cámaras graban los hechos más insólitos y deleznables sin que al parecer ese material visual estimule la curiosidad de la subsecretaría de Confirmación del Delito.
Quizás será porque la funcionaria responsable está ocupada leyendo las conclusiones del ministro de Salud respecto de la epidemia y despreocupada de la prevención del delito. Es el realismo objetivo, distinto al realismo mágico ya en retirada. La sociología llevada a la pantalla con dramas y comidramas que se van haciendo a medida que el conflicto central avanza. Un ejemplo de aquello: estamos en la plaza de la Esperanza Escéptica. Se van juntando todos los que ya son habituales en estas manifestaciones y se saludan cómplices y comprensivos. Otros manifiestan su satisfacción: ¡Viniste, qué bien; ya sabes, contamos contigo! La cámara de vigilancia conectada con los dos drones, el de la policía y el de la tele, junto con la del aparato de inteligencia controlado por los funcionarios de la secretaría general de gobierno y la subsecretaría de confirmación del delito, convocados allí por orden de la subsecretaría de lo interior, panea por sobre este grupo que intercambia saludos y hace un profundo zoom a la mochila que cuelga del hombro de la señorita que está siendo saludada.
Una voz electrónica ordena al artilugio de vigilancia que grabe lo que esas personas hablan. “Contamos contigo ¿Quién sabe qué significa eso de que “contamos contigo”? ¿Quiénes son los que están “contando”? ¿”Contamos”? Quiero una respuesta ya, dice el operador anónimo. Necesito saber quienes son los que están, dónde están, cuántos son y qué planean. Que el Dron2 no los pierda de vista. Y la mujer, ¿quién es? Los contenidos significantes del saludo “viniste” deben ser investigados. Insisto en que se rastree su imagen en los archivos de videovigilancia. Es obvio que ambos dialogantes se conocen, aunque, es cierto, ella no haya abierto la boca. Puede que ella sea más cautelosa que él, o que tal vez tenga una posición jerárquica superior.
Puede ser una táctica prevista. Comunícate con la ANI y pregúntales. ¿Con quien de la ANI? No sé, son todos secretos; tendrán algún inteligente. Ahora, abre el archivo de la Hipervigilancia Selectiva y búscala ahí. ¿Y la mochila…? Programa al Dron3 para que enfoque el Termo Dispositivo y nos muestre qué contiene esa mochila. Oiga, señor, propongo un enlace técnico con el material grabado que transmite el sistema de vigilancia callejera, las cámaras de los camarógrafos de televisión que deambulan por entre la gente, el sistema de control de comunicaciones integradas de la policía política, los drones oficiales y los seis drones furtivos que esperan a mil metros de altitud. También podemos crear una red vinculada con los celulares de la gente que participa en la marcha y los que se van concentrando en la plaza y así grabar sus conversaciones, que pueden ser investigadas por Madre, que está estacionada en una de las ventanas del edificio que está al poniente. Visto desde la calle, parece una caja de aire acondicionado. Nadie sabrá jamás que es el equipo que controla toda la situación y que decide las operaciones de despeje. Quizás Madre tenga almacenada en su memoria la información que usted está pidiendo. Creo que hay que incluir esta conección y ordenarle que haga un barrido de audio en el sector “5”. Bien, copiado. Diez cuatro.
¿Panóptico? Sí. Dígame ministro ¿ha oído hablar de Bentham? ¿Ben cuanto? Bentham ¿Ben Sam? Bentham, Jeremy Bentham. No, no me suena ¿quién es? Un inglés del siglo XVIII, graduado en Derecho y Filosofía por la universidad de Oxford y quizás unos de los primeros cientistas políticos, si no el primero. Fue duro polemista anticonservador y su decidido enemigo político. Elegido para el parlamento será distinguido como un político de considerable peso intelectual en la política inglesa. Autor de varios libros sobre temas jurídicos y políticos, se recuerda particularmente su estudio conocido como El Panóptico. Aquí me voy a disgregar algo porque es necesario tener en claro los contextos, contenidos y matices, de su pensamiento. Para Bentham, la felicidad de la sociedad sólo era posible mediante la maximización del placer y la disminución del dolor, principios hedonistas propios del epicureísmo, que un buen ciudadano tenía el deber de cumplir con esa tarea.
Pero ¿qué se debía hacer con aquellos que, en vez de promover el placer, lo que promueven es el dolor? Más aún, ¿cómo nos defendemos de aquellos que encuentran su placer en el dolor ajeno? Bentham estaba estrechamente vinculado con la tradición que entiende que un derecho no se puede constituir si no va asociado a un deber; y este deber, con un castigo para aquellos que lo incumplan. Así, el castigo no sólo es completamente necesario, sino también justificado, ya que éste puede convencer a la gente de hacer cosas que como consecuencia le producirán dolor. Es, de agún modo soslayado, una adecuación de la Ley del Talión: ojo por ojo. Bentham generó la idea que solucionaba el problema de qué hacer con aquellos a los que ni la previsión del castigo ni el propio castigo les alejaban de hacer el mal. La idea la concretó en un proyecto conocido como El Panóptico. En él, describe un nuevo tipo de cárcel definida metafóricamente como “un molino en el que triturar a los pícaros hasta volverlos honestos”.
¿Exagerado? Dada la consistencia del orden delincuencial exhibida por sus agentes, mercenarios y regulares, a veces con la complicidad de los aparatos policiales, no parece exagerado; es más, podría hasta ser considerado tímido y recatado. Hoy lo exhibe el garantismo judicial que tiende a dejar en libertad a los malandrines pavorosamente reincidentes.
En la práctica, el Panóptico de Bentham consistía en un nuevo tipo de prisión. Una estructura circular con una habitación en el centro desde la que un único vigilante lo podía controlar todo. El diseño no sólo permitía economizar en el número de vigilantes, sino que agregaba algo más: los presos no podían ver nunca al vigilante que estaba en a habitación central, es decir, no podían saber cuándo estaban siendo vigilados y cuándo no. Así, de este modo, se generaba en ellos una duda permanente que derivaba en un estado muy parecido a la neurosis: ni el más mínimo de sus gestos, pensaban, era desconocido por el vigilante. Apretados por el miedo, nadie se atrevería a saltarse las reglas de la prisión.
Bien, esta idea fue reproducida, muy luego, en otros espacios que según sus administradores exigían un vigilancia permanente, es decir, fábricas y escuelas. La idea del panóptico surcó todos los tiempos y fue aplicada en oficinas y lugares de trabajo. Hoy el Panóptico se ha liberado de su materia autonomizándose haciendo que ese sistema de vigilancia esté instalado en todas partes sin necesidad de constuir ningún edificio especial: las cámaras de seguridad que inundan las calles, miran sin ser vistas, y nos hacen creer que nos cuidan aunque la verdad sea dicha, lo que hacen es vigilarnos. La delincuencia pareciera trabajar para el montaje del espectáculo, el show de los hechos, que después, más tarde, sin faltar, reproducirá la tele en el show de las noticias.
Lo que queda en evidencia es que el aparato de vigilancia social ha renunciado a cumplir con su finalidad original y que por ello debería ser reemplazado por otro sistema. La cosa es que lo hay y que podría llamarse Vigilancia Agonal. En 1973-74, los usurpadores del gobierno y liquidadores de la democracia no encontraron nada mejor que secuestrar a las autoridades del gobierno depuesto y enviarlos apiñados como ganado a un campo de concentración denominado, en clave cómo no, Isla 10, que corresponde geográficamente a la isla Dawson, ubicada a la entrada occidental del Estrecho de Magallanes, un territorio gélido y duro que si sirvió de residencia forzada para ministros de estado, también servirá de residencia para toda la población delincuencial que amenaza a la sociedad chilena.
El calificativo agonal se debe a que el lugar es una isla, sin lados, sin muros, abierto a la interperie, lejos de todo, un presidio natural en el que la sobrevivencia es asunto de los allí confinados. Así como el ejército de Chile y la Armada de Chile se ofrecieron en aquellos años, hace ya cerca de cincuenta, para custodiar a los prisioneros politicos por ellos secuestrados, aplicando en ellos lo que en su jerga castrense llaman “mano dura”, quizás hoy día también podrían hacerse cargo de esas funciones, esta vez protegiendo a los ciudadanos de estos criminales, enemigos de la sociedad, de la democracia, de la libertad y de la república, incrustados en el país por los garantistas, los políticos y funcionarios corruptos, y la anchura de mangas de quienes siempre están bien dispuestos a hacer la vista gorda. Queda claro que, además, podría servir de advertencia a los indecisos.
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