Por Alvaro Medina Jara.- La caída en el apoyo popular que ha mostrado el Presidente Sebastián Piñera no ha sido casualidad. Se trata de una serie de desaciertos que forman parte de una estrategia comunicacional deficiente, no orientada al ciudadano y desordenada, que han generado en la ciudadanía desconcierto y desilusión.
Las fallas son básicas, pero repetitivas: desinformación, distracción, dejar un vocero único que pelea en todos los frentes, por nombrar las más relevantes.
La caída venía desde el verano, un verano que siguió al escándalo en Carabineros e Interior tras el asesinato del comunero mapuche Camilo Catrillanca, un episodio que reveló una trama de mentiras entre la policía uniformada y el Ejecutivo. El período estival parte con las emergencias por temporales asoladores en el Norte Grande y, simultáneamente, megaincendios en cinco regiones, ante lo cual inexplicablemente se dicta Estado de Catástrofe solo en la Araucanía. Ahí hay una primera falla: desinformación. Pudo haber -si es que la hubo- una explicación razonable, pero no la hubo, lo que abrió paso a interpretaciones, como la intención de aprovechar la emergencia para controlar militarmente la zona.
En ese escenario, y tras la indignación ciudadana por la actitud del “guatón de Gasco” frente a una playa pública, se conoce que el propio Presidente Piñera consiguió la exclusividad de una playa en las orillas del lago donde veranea. Frente a ese escenario, de repente se ve al Mandatario subiendo a un avión para participar de la cruzada por la ayuda humanitaria en Venezuela. Ahí hay una segunda falla: distracción. Pero se trató de una distracción mal planeada porque pudo aprovecharse para consolidar la imagen libertaria del Jefe de Estado, y no se logró. Se vio apresurado.
Al regresar, Piñera inaugura una nueva estrategia política que lo lleva a reunirse con todos los partidos y dar entrevistas en todos los programas posibles, hablando de todos los temas que los periodistas quieran. Eso es un error: a un vocero no se le puede hacer enfrentar todos los temas ni combatir en todos los frentes. Se le desgasta, y eso tiene riesgos enormes cuando se trata de un Presidente. Puede trastabillar, puede hablar de más, puede decir algo incorrecto o que pueda ser malinterpretado. Y así fue: fue Piñera quien, en un matinal, validó el modelo que hace pagar a los usuarios los medidores y las utilidades de las empresas eléctricas. Mal. Después del Presidente, no quedan fusibles que sacar. Él es el último.
Y de ahí se deriva un último error comunicacional: la incapacidad de explicar cuándo las cosas son de mi período y cuándo no. Se salió muy tardíamente a dar cuenta de eso, cuando ya la indignación ciudadana (o al menos de las redes sociales) estaba ardiendo.
La comunicación en política es un elemento clave y, tristemente, los errores no siempre son problema de los comunicadores, sino de los políticos. En el caso de la comunicación de Estado, con mayor razón debe mirarse estratégicamente pensando que su función deontológica es servir a los ciudadanos, educarlos, hacerles entender los beneficios de las políticas públicas, como mínimo.