La poda de árboles es una labor compleja y especializada, que con frecuencia termina en exterminio de especies, afirma la académica María Gabriela Saldías.
Por María Gabriela Saldías.- A propósito de que estamos en invierno, esta es una época del año en que se reiteran prácticas nefastas en los árboles urbanos, que algunos llaman “poda”. Sin embargo, por los resultados se acercan más a una masacre.
La poda es una labor compleja y especializada que no se debe improvisar y menos dejar en manos de personal sin las competencias y experiencia necesaria. Requiere planificación, personal entrenado, herramientas en buen estado y siempre tener muy claro los objetivos a alcanzar. En caso que existan dudas es mejor abstenerse de podar.
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Muchas podas serían absolutamente innecesarias si se selecciona el árbol adecuado, según la escala del lugar y el objetivo paisajístico.
Por ejemplo, si se trata de una calle angosta, un pasaje y la cercanía con las viviendas es estrecha, debe seleccionarse un árbol pequeño o incluso un arbusto, jamás un álamo o pimiento, como se ve en ocasiones, lo que genera aprehensión en los vecinos que se ven amenazados frente a la posible caída de ramas o levantamiento de pavimentos.
La historia se repite cada invierno en todos los rincones de las ciudades del país y el cuadro es semejante: ejemplares arbóreos de distintas especies y estados de desarrollo brutalmente podados, similar a lo difundido en redes sociales ocurrido recientemente en la ciudad de Lautaro producto de poda realizada por una empresa eléctrica.
Al momento de hablar de árboles, suele haber consenso: que son bellos, que mejoran la calidad de vida en ambientes urbanos al regular temperatura, al proyectar agradables sombras en la temporada calurosa, ayudar a la descontaminación atmosférica al captar dióxido de carbono, partículas de polvo y liberar oxígeno, al regular el ciclo hídrico atenuando las inundaciones y contener y mejorar el suelo.
En términos de biodiversidad al proveer refugio, alimento y lugar de nidificación a las aves, hábitat para insectos benéficos y constituirse en hitos destacables en el gris paisaje urbano, por nombrar algunos de los numerosos servicios ecosistémicos que proveen los árboles.
Sin embargo, al momento de convivir con ellos es cuando surgen las inconsistencias y se olvida todo lo bueno y se perciben amenazantes: que dan trabajo por el barrido de hojas otoñales y de ahí el paso siguiente que va desde la tala a la poda mutilante. Esta última claramente afecta la salud y la longevidad de los árboles.
¿De dónde proviene esta mala costumbre arraigada de podar los árboles urbanos en invierno?
Claramente de las podas de árboles frutales caducos, incluyendo a la vid que se realiza cada invierno en el campo.
Las razones de los agricultores son justificadas; el propósito es obtener una buena producción de frutos y en eso los especialistas llevan una larga trayectoria de investigaciones para determinar la técnica más adecuada según la especie vegetal.
Pero al mirar parques y jardines urbanos nos encontramos con una altísima diversidad de especies con distintas formas de crecimiento y en diferentes estados de desarrollo que no requieren necesariamente de poda y en muchos casos tampoco es una exigencia que sea en invierno.
Cada árbol y arbusto tiene una forma natural de crecer que se debe respetar, y si bien la vida en la ciudad obliga a compatibilizar el crecimiento de los árboles con la seguridad de las personas y la infraestructura, hay métodos para podar árboles y hacerlo bien.
En 2020 se publicó la Norma Chilena NCh3524 Manejo del árbol, que entrega las pautas para realizar un trabajo profesional, cuidando la salud de los árboles y la seguridad de las personas.
Es necesario que se apliquen estas recomendaciones y que se capacite al personal que se le entrega la compleja y relevante tarea de podar.
Los árboles son los principales integrantes de la infraestructura verde de las ciudades, los que permiten formar bosques urbanos que ayudan a mitigar los efectos del cambio climático. No podemos permitir que se los destruya. Es obligación de todos cuidarlos y conservarlos.
María Gabriela Saldías Peñafiel es docente Escuela de Arquitectura y Paisaje, U. Central