Por Roberto Fernández.- La campaña de ataques al proceso constituyente de la derecha, apoyada con entusiasmo por parte importante de los medios de comunicación y personeros de la “centro izquierda” llegó a su fin, por lo menos en la primera etapa.
A pesar de todos sus esfuerzos no pudieron evitar que los artículos, que serán plebiscitados el 4 de septiembre de este año, ya estén definidos, después de pasar el filtro de las comisiones respectivas. Solo falta la armonización entre los diversos temas para que el texto definitivo esté listo para ser sometido al voto ciudadano.
Esto, reitero, a pesar de todas las trabas, falsedades, infundios y distracciones utilizadas por los que, con desesperación, desean mantener la constitución de Pinochet.
Por primera vez en la historia de Chile una Constitución ha sido elaborada por ciudadanos elegidos democráticamente. Recordemos que en el plebiscito de entrada el 80% de los chilenos optaron por cambiar la actual Constitución. Casi en la misma proporción, los ciudadanos eligieron constituyentes que también estaban por el cambio. Todo esto para gran sorpresa de la derecha, que no lo esperaba, y que quedó sin el tercio que les permitiría vetar los artículos que no querían fueran incorporados.
Este proceso es único en el mundo, una Convención Constituyente que ha tenido representación paritaria entre hombres y mujeres, y que ha asegurado la participación de los pueblos originarios.
Recordemos que los artículos a plebiscitar necesitaron 2/3 de los votos para su aprobación. Proceso completamente legítimo y democrático. Y, evidentemente, la derecha, que representa sólo el 20% de los miembros de la Comisión Constituyente vocifera que no fue un proceso transparente y que se debían buscar consensos. Los mismos que apoyaron la dictadura exigen dar su acuerdo a los artículos a plebiscitar. Este reclamo desconoce y oculta que durante más de 30 años las únicas reformas que se lograron hacer a la constitución de Pinochet fueron las que los partidos de derecha representados en el Parlamento estuvieron dispuestos a aceptar. Reformas que no tocaban la esencia del modelo neoliberal extremo impuesto por la fuerza. Por esto, puedo afirmar que la actual constitución es la de Pinochet, más allá de que lleve la firma de Ricardo Lagos.
La nueva Constitución elimina el capítulo 19 de la constitución vigente el del Estado subsidiario, base legal e ideológica del modelo neoliberal que esencialmente beneficia a los grupos privilegiados, ese 1% que según datos recientes de la CEPAL posee el 49% en de la riqueza en este país.
La nueva constitución también reconoce a los pueblos originarios y las minorías, protege el medio ambiente, aumenta la participación ciudadana en las decisiones y garantiza derechos sociales, entre muchos otros aspectos.
Ahora bien, la segunda etapa de la campaña de la derecha -y tenemos que estar preparados para eso- será la del terror. Asegurará que la nueva Constitución representa un atentado a las libertades y que llevará el caos. Provocarán desórdenes y algunos pensarán incluso ir más allá. Nada nuevo, pues ya votaron rechazo en el plebiscito de entrada y el partido Republicano, de ultraderecha, acaba de manifestar que seguirá en esa posición.
Está claro que el proceso constituyente ha tenido muchos problemas, amplificados con entusiasmo por los medios de comunicación, en su mayor parte controlados por la derecha, que difundieron rumores y mostraron que el “rechazo” era posiciones mayoritarias, y contribuyeron a crear una imagen distorsionada de lo que se hacía.
Pero el resultado final ha sido ampliamente positivo. La Convención tuvo que realizar su trabajo desde cero. La reforma constitucional sólo estableció normas muy generales. El Parlamento no entregó ninguna indicación operativa. La Convención no contó siquiera con presupuesto suficiente. Todo tuvo que ser inventado, en muy poco tiempo, y lo hicieron muy bien.
Seguramente habrá artículos que podrían no estar y otros que debieron ser incluidos. Las leyes regulatorias que se votarán en el parlamento permitirán complementar y corregir esos eventuales vacíos. Pretender que el proceso debiese ser perfecto, como si la actual constitución lo fuera, es absurdo y puede ser interpretado como otra forma de boicot.
Más allá de lo que diga la derecha y los autodefinidos “amarillos”, que insinúan una tercera alternativa al Rechazo o Apruebo, lo que es inviable, pues está en la constitución.
Entonces, el 4 de septiembre los chilenos deberán decidir entre dos alternativas : mantener la actual constitución impuesta por una dictadura, que consolida privilegios, desigualdad, pobreza y abusos, o aprobar una nueva, elaborada democráticamente, legítima en su origen y que consagra derechos para todos. No hay más.
Yo votaré APRUEBO, con entusiasmo, confianza y esperanza. Espero que la mayoría de las chilenas y chilenos hagan lo mismo.