ElPensador.io.- Sorprende la facilidad con que los medios tradicionales cayeron en la interpretación simple del gesto de la curia nacional al poner sus cargos a disposición del Papa. Fue leído como un terremoto, como un cambio sustancial y profundo y hasta como una revolución eclesiástica. Pero no fue aquello y sus repercusiones serán más sutiles, pero por sentidos distintos a los abordados hasta ahora.
En primer lugar, toda la escenografía montada por el Papa Francisco desde el envío de monseñor Scicluna a Santiago hasta la reunión con los obispos, es una reacción del Vaticano ante el profundo error en la forma de enfrentar las denuncias por abusos sexuales de miembros de la Iglesia Católica, siendo el caso más emblemático el del cura Karadima.
Fue el Papa el que trató de zurdos a los fieles de Osorno y el Papa el que defendió al obispo Barros en su visita a Chile. Él en persona. Y solo se dio cuenta del tremendo error cuando vio la explanada de Iquique vacía y los medios chilenos criticando su postura a coro. Criticó la falta de información desde Chile, pero es una postura poco verosímil en un mundo interconectado por la internet, enormes equipos de asesores y una manifestación personal de no vivir aislado del mundo.
Frente a esto, la invitación a tres de las víctimas de Karadima (que ya anunciaban medidas) y luego la reunión con los obispos se acompañaron de una oleada de declaraciones vaticanas aludiendo a la mala información de parte del clero chileno y –en los últimos comunicados- incluso de complot al destruir registros relativos a las denuncias. El Vaticano no podía permitir que el Papa tuviera algún grado de culpa.
Tampoco podía permitir que el Papa se viera tomando medidas como si estuviera guiado por la mano de las víctimas. De ahí la lógica del acto de renuncia en masa: un acto político que no aparece no ordenado por el Papa sino un fruto de la reprimenda que removió supuestamente sus conciencias.
Pero la renuncia en masa es sólo un acto político sin ningún otro significado: no es, en realidad, una renuncia, pues no implica que los obispos dejen sus cargos. Es sólo un “poner sus cargos a disposición del Papa”, lo que es vacío y fútil toda vez que el Papa ya tiene en sus manos la facultad de disponer de ellos y sus cargos sin necesidad de que pongan sus cargos a disposición.
El gesto es igualmente vacío en tanto que no asume responsabilidad concreta de nadie. Y una renuncia masiva equivale a no culpar a nadie, como en Fuentovejuna, en un acto que sin embargo no toca a ninguno de los vínculos Vaticanos: ni al Papa, ni al nuncio, ni al representante del Papa en la comisión para la renovación de la Iglesia (increíblemente, el cardenal Errázuriz), sólo a los obispos chilenos acusados en la práctica de un complot de enormes proporciones.
Lo que parece una movida política hábil, será una aguda complicación para la Iglesia en el período que viene, pues el empoderamiento a las víctimas de Karadima es una espina en una estructura eminentemente jerárquica. Las víctimas -que salieron muy agradecidas de la hospitalidad papal- están exigiendo la renuncia de la totalidad de la curia nacional. Si no se van todos los obispos, el movimiento laico redoblará su ofensiva contra el establishment católico y el poder del Vaticano se mermará cada vez más.
La jugada ahora debe ser del Papa. ¿A cuántos obispos les aceptará su “renuncia”? ¿Habrá justificación explícita para dejar a algunos? ¿Cuál será la reacción de las víctimas empoderadas y los laicos?
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