Por José Inostroza Lara.- Desde hace algunos días, Texas vive fuertes tormentas invernales, muy inusuales, dejando a la población sin agua potable, energía y calefacción. Ni siquiera el país más poderoso del mundo es capaz de proveer estos bienes públicos básicos en crisis como esta. También en estos días China y Corea están batiendo holgadamente récords de temperaturas altas en invierno, en el mismo hemisferio que Texas. Santiago hace algunas semanas tuvo sus lluvias más intensas para Febrero en 100 años, y sus gravísimos efectos en la precordillera. La historia se cuenta sola, y solo expresa lo anunciado por los expertos, como el CR2 de la Universidad de Chile. El cambio climático agudizará experiencias climáticas extremas, muy inusales. Por otra parte, en Perú igual que en varios países latinoamericanos no solo sufren una catástrofe sanitaria y económica directa por el COVID, sino que ésta ha develado las precariedades de su sistemas de salud el que no es capaz de contar con insumo básicos como el oxígeno y al mismo tiempo su sistema político está sufriendo un continuo fraccionamiento.
Su propio y largo boom minero no ha sido suficiente para enfrentar esta nueva realidad. En contraste al caso peruano, pareciera ser que nuestro sistema de salud, de larguísima tradición, pese a varios descuidos notables de nuestros políticos, ha sabido responder, no solo por sus procesos, sistemas sino por una cultura acentuada de compromiso de sus funcionarios/as y de pensamiento público de largo plazo. No ha sido lo mismo con el sistema de ayudas sociales, el que ha tenido dificultades importantes para identificar y entregar subsidios directos, entre otras razones porque no contamos con los sistemas universales con datos disponibles actualizados, explicado también por diversos subsistemas públicos y privados no integrados como se debiera. ¿Qué nos dice todo esto?
La naturaleza de los problemas, su intensidad y sobre todo el elevado contexto de incertidumbre que enfrentaremos en los próximos decenios, no tienen nada que ver con los problemas del pasado reciente. Pese a esto, pareciera ser que seguimos pensando como si el desafíos del Estado fuera meramente de eficiencia y burocracia; de alguno modo, el pensamiento económico sigue empujando el análisis entre muchos expertos, pensamiento que no está muy acostumbrado a la enorme cantidad de “cisnes negros” que están apareciendo. Pues bien, esos problemas de eficiencia, eran los problemas fáciles, y sin que hayan sido superados, ahora debemos enfrentar unos más urgentes y complejos, que no se atacan primariamente con un enfoque de mera eficiencia porque los patrones de la realidad son progresivamente desconocidos. La capacidad para responder las urgencias será el primer objetivo, incluso a costa de eficiencia puntual; el marco será otro.
La robustez y resiliencia de una sociedad serán objetivos que incluso obligarán a mayores inversiones, provisiones, redundancias y sobrecostos que los que la prudente mirada financiera tradicional recomendaría. Si hubiéramos pagado 3 veces más por las vacunas y más, es una ganga comparado con el descalabro económico y sanitario. De qué sirve ahorrar márgenes porcentuales si es la vida de las personas y de la sociedad la que está en juego y el costo económico del desastres siempre es muy superior. Muchos ahorros del pasado, los estamos pagando con creces ahora. Es obvio que la falta de respuesta, no será solo un problema de insatisfacción, será causa de inestabilidad política y económica.
Pese a que en Chile hemos sido educados por 40 años por una ideología predominante de no planificación y de privatización de las funciones públicas, los desafíos descritos nos obligarán a pensar de un modo distinto, tal cual lo han hecho los países que mejor han respondido a la crisis. La principal ventaja o condición diferenciadora entre países será su capacidad de resistencia.
Lamentablemente, en Chile tenemos muchas etapas previas que lograr para tener dicha capacidad, primero cultura de largo plazo, cohesión política en torno a grandes objetivos, una institucionalidad de gobierno más robusta, servicios públicos especializados y el despliegue de un plan de trabajo bien pensado, legitimado que llevará mucho más que un gobierno. No podemos seguir perdiendo el tiempo en microvisiones, de corto plazo y en un contexto competitivo, será más tarea de un Estado que un de un Gobierno, ojalá el debate constitucional, y los programas de gobierno vayan considerando este punto de partida. La tarea no es nada fácil, pero enfrentar el mundo sin abordarla será mucho más complicado.
Algunos lineamientos:
Debemos de una vez por todas, fortalecer un liderazgo institucional claro en materia de Reforma y Modernización del Estado; liderazgo que no quiere decir centralización pero si gobernanza y empuje constante. No hay soluciones perfectas, pero el Minsiterio de Hacienda, con todo, ha demostrado ser el activo de gobierno más estable y profesional para una naturaleza de este tipo, no hay tiempo para inventar una institucionalidad de cero. Propongo la creación de una subsecretaría de Modernización y Reforma del Estado exclusivamente dedicada a este tema, a cargo de coordinar a los principales servicios públicos entre ellos Servicio Civil, Gobierno Digital, Compras Públicas, entre otros. En Chile no está nunca de más decir, que dichos servicios públicos deben ser estrictamente profesionales y con mirada de Estado. A su costado un Consejo de alto nivel político y representativo de diversos segmentos institucionales y sociales, uno que tenga una voz relevante y capacidad de exigir avances concretos. Sí, estos consejos toman más tiempo, y no siempre son cómodos para los gobiernos que quieren mucha agilidad y liderar solos los cambios, pero ya sabemos como nos ha ido con esa idea, llegó la hora de empujar ese consenso. Lo que se haga, deberá ser consensuado con los funcionarios públicos en su conjunto, asegurándoles un rol predominante y entendiendo su legitimidad, al final será un cultura profesional y de épica pública la que generará las innovaciones y el sostenimiento de los esfuerzos, oponiéndose a las capturas consabidas desde el mundo político, empresarial y ahora del narcotráfico. Ese diseño debe ser muy poroso a las universidades, expertos y comunidades. Lo ideal sería tener un soporte político que lidere pero razonable que la inestabilidad política dure un tiempo y existan divergencia importantes de objetivo, este supuesto no se debiera empujar a construir institucionalidad que proteja sobre todos a los servicios públicos que deberán crear los activos estratégicos para el nuevo estado, proceso largo, no lineal, y que implica innovación. Entre todos, podemos construir un Estado fuerte al servicio de las personas, pero hay que diseñarlo bien desde sus bases.