Juan Francisco Solís.- Recuerdo el día de Santa Cecilia como uno de camaradería, alegría y música. Un día para celebrar y compartir con otras personas en contextos distintos a la sala de clases. Y, ¿cómo no? Dentro de las grandes preguntas sobre el origen evolutivo de la música, surgen opiniones, ideas y estudios con diversas hipótesis. Sin embargo, no sería raro que una de las conclusiones posibles fuera, luego de un experimento tan sencillo como ir a una tocata a moverse y escuchar con otras personas o quizás oír una tocatta (pieza musical barroca) y comentar con alguien, que las explicaciones en torno al origen social de la música son opciones nada desdeñables. De hecho, hay culturas como los Mafa en el Norte de Camerún o los Mapuche, que no tienen una palabra específica para decir “música”, sino que este juego de sonidos que las personas de algunas culturas llamamos como tal, está incluido en otras interacciones sociales, tales como cosechas y rituales.
Volviendo a nuestro contexto, este es el segundo año sin poder disfrutar de la música en vivo, de sentir los sonidos de los instrumentos directamente desde los organum (instrumento en latín) a nuestros órganos, y no me refiero solo a los auditivos, sino a nuestro cuerpo completo. ¿Cuánto extrañamos esto? A veces es fácil caer en la sensación de que no importa tanto, que con las redes y la hiperconectividad podemos seguir desarrollando un espacio social y, en parte, es verdad.
¿A cuántos les gusta, por ejemplo, compartir sus listas de reproducción en redes, compartir opiniones sobres sus bandas favoritas? Me imagino que a muchas y muchos. No obstante, tampoco podemos olvidar que el desarrollo de dispositivos personales de escucha, desde el Walkmam al Ipod, que sigue en marcha con los teléfonos “inteligentes”, pueden también haber sido parte de las piezas fundamentales del desarrollo de cierto tipo de individualización, una en la cual las personas se ven instadas a inventarse a sí mismas, lo que paradójicamente se transforma en una obligación a “ser sí mismo”. Todo esto nos recuerda que las ideas y cosas están siempre en relación. En este caso, tenemos la música como propiciadora de espacios sociales y su reverso, como herramienta de desarrollo de la individualización, de la manera en que la describí recién ¿a cuál de sus formas queremos darle énfasis?
No me malinterpreten, no estoy diciendo que evitemos escuchar música en solitario, ¡que gran placer! Sólo digo que no olvidemos ese aspecto presencial de la música, irremplazable y necesario. Recordemos algunas de las versiones de la historia de Santa Cecilia, aquella en la cual resistió el martirio gracias a la música. Nosotros también podemos ayudarnos con música para resistir los embates pandémicos, que no solo nos han aislado, sino también nos han mostrado otras caras de nuestra forma de habitar el mundo.
Juan Francisco Solís es Profesor de Música y licenciado en Ciencias y Artes Musicales