Por José María Vallejo.- La historia de Chile ha registrado una tradición que hasta ahora se había mantenido más o menos incólume: el conocimiento, expertise económica y capacidad de mantener un rumbo serio de los ministros de Hacienda.
Ha sido tal esta impronta de seriedad, que una cantidad considerable de ministros de Hacienda logran un posicionamiento que los lleva a ser candidatos a la presidencia o a controlar importantes aspectos del poder del Estado. Salvador Sanfuentes, José Victorino Lastarria, Domingo Santa María, Ramón Barros Luco, Pedro Montt, Enrique Mac-Iver, Juan Luis Sanfuentes, Luis Barros Borgoño, Arturo Alessandri Palma, Enrique Oyarzún, Gustavo Ross Santa María, Pedro Enrique Alfonso, Jorge Alessandri Rodríguez, Sergio Molina, Andrés Zaldívar, Orlando Millas, Hernán Büchi, Carlos Cáceres, Alejandro Foxley, Eduardo Aninat, Andrés Velasco, Nicolás Eyzaguirre…
En esta resumida lista de ministros de Hacienda, hará notado muchos nombres que fueron luego Presidentes o que fueron postulados a la primera magistratura.
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Y es que el ministro de Hacienda era el personaje que en un gabinete sabía decir que no, que manejaba lo que los periodistas gustan llamar la “billetera fiscal”, con sabiduría y responsabilidad. Igual que un buen padre de familia, un ministro a cargo de la Hacienda pública tenía la obligación de no gastar más de lo que se ganaba. Algunos incluso dejaron la billetera con ahorros, estableciendo un superávit estructural.
En la actualidad, esa tradición se ha perdido. El ministro de Hacienda se ha transformado en la persona que no sólo no dice que no, no es quien pone límites, sino quien los derriba. Si desde La Moneda le dicen que se necesita gastar más, pues pareciera que el ministro de Hacienda se encarga de encontrar los fondos donde sea, en vez de limitar lo que hay.
El actual ministerio de Hacienda ha fallado en todas las estimaciones tanto de disponibilidad presupuestaria como de recaudación y sólo ha establecido recortes de presupuesto en la medida que se ha visto compelido por negociaciones parlamentarias, pero no por austeridad fiscal.
Y pese a ello, el titular de la cartera ha hecho aseveraciones que nunca antes se habían hecho, como señalar que la directora de Presupuestos es la “mejor de la historia”, aunque sus cálculos fallen una y otra vez.
El traspaso de cerca de US$3.500 millones desde Corfo al gobierno central para financiar gasto corriente del Estado es una muestra de ello.
Es cierto que es “plata del Estado”, pero su fin es la promoción de la gestión e innovación de las empresas, no el gasto corriente del Estado. ¿Cuántos proyectos y pymes quedaron sin financiamiento por esta extracción de fondos desde Corfo? ¿Cuántos habría crecido nuestra economía si ese dinero de la corporación de fomento se hubiera usado precisamente para el fomento y no para las cuentas del día? Probablemente nunca lo sabremos.
Nadie dice que esos dineros no se usen alguna vez para cuestiones realmente urgentes, como una calamidad pública (ya se hizo antes). Pero lo que se ha hecho ahora es tan grave que rompe con la tradición histórica de la Hacienda.
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