
Por Juan Medina Torres.- El caso del asesinato del periodista saudí, Jamal Khashoggi, en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, Turquía, puede ser considerado como uno de los casos más emblemáticos de terrorismo selectivo de Estado de los últimos tiempos, ateniéndonos a que se considera terrorismo a la forma de impresionar a los enemigos, calificación que en este caso recae en los periodistas que denuncian la falta de democracia en Arabia Saudita.
Somos conscientes de que el terrorismo constituye hoy una de las mayores violaciones a los derechos humanos, principio fundamental de la democracia y el Estado de Derecho.
De las informaciones de prensa podemos deducir las causas y efectos del crimen y algunas características de los terroristas involucrados en el crimen.
Para el psiquiatra español Francisco Alonso-Fernández, autor del libro Fanáticos terroristas, hay dos clases de terrorista. Por una parte, están los cabecillas, individuos de fuerte personalidad y mentalidad dictatorial, y el resto, que son los adoctrinados, aquellos personajes violentos que esconden su inseguridad en el respaldo del grupo.
En el asesinato del periodista todas las miradas acusadoras apuntan Mohamed bin Salman, príncipe heredero, un personaje de fuerte personalidad quien ordenó el año pasado el arresto y mantención como rehén por dos semanas del canciller del Líbano. Asimismo, ordenó tomar prisioneros a cientos de millonarios y nobles árabes y mantenerlos en el Hotel Ritz de Ryad como pretexto de eliminar la corrupción.
Para John Sawers, ex Jefe del M16, el Servicio de Inteligencia Británico, “toda la evidencia apunta que la orden fue dada y ejecutada por personas cercanas al príncipe”.
El impacto mediático es el efecto más inmediato del caso causando preocupación mundial de diversos gobiernos y de las Naciones Unidas.
Faltaría por ver cuáles van a ser los efectos económicos y de relaciones internacionales cuando occidente exige más explicaciones.
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