Por Gonzalo Martner.- El nuestro es un país de modas intelectuales, las más de las veces espurias. Ahora, frente a la crisis social y política que se vive desde octubre, se puso de moda pedir un «Mandela para Chile». Quienes lo hacen lo representan interesadamente como una especie de abuelito buena persona que ponía la otra mejilla frente a sus adversarios, como alternativa a la intransigencia que supuestamente tendría la actual oposición.
¿Saben los que hacen esa apelación que a Mandela se le solicitó la pena de muerte -y fue finalmente condenado a cadena perpetua- por proclamar públicamente la lucha armada contra el apartheid racista en Sudáfrica, como dirigente de su partido, el Congreso Nacional Africano, y de su rama militar? ¿Y que enfrentó personalmente las consecuencias de esa decisión, que su partido puso en práctica sin descanso por décadas, sin pedir clemencia alguna ni negociación alguna? ¿Y que no suspendió esa política (que es la del derecho a la rebelión frente a la tiranía consagrada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948) cuando el régimen racista debió sacarlo de la cárcel después de 27 años? ¿Y que solo lo hizo una vez que quedó establecido el tránsito a un régimen democrático sin discriminación racial, es decir cuando su causa triunfó? Mandela dirigió una de las más largas, duras y persistentes rebeliones armadas contra un régimen opresivo, de lo cual nunca se arrepintió, a pesar de su notable rol pacificador al final de su vida.
Mandela fue un luchador, y ¡qué luchador!, y no un abuelito buena persona. A ese título, y por sus convicciones democráticas e igualitarias, pidió a su gente, una vez electo presidente legítimo de Sudáfrica, respetar a los blancos, precisamente porque era contrario al racismo y a las represalias contra sus opresores. Mandela era un hombre de convicciones, de las grandes, de las que importan.
Necesitamos efectivamente personas como Mandela en Chile, de las que tienen convicciones y están dispuestos a luchar por ellas cualesquiera sean las consecuencias personales que impliquen. Más que nunca, en realidad, pues no abundan en los tiempos que corren. Y los que lo aluden debieran por lo menos tomarse la molestia de averiguar de quién están hablando.
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