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Un mérito que esconde los desequilibrios

Editorial ElPensador.io.- El mérito es la base del nuevo proyecto de Educación del gobierno, denominado “Admisión Justa”. Según el Presidente Sebastián Piñera, esta iniciativa permitirá “reconocer y valorar el mérito como algo legítimo, y que puede y debe ser incorporado como un elemento en el proceso de admisión, pero al mismo tiempo compatibilizar el mérito por la inclusión”.

La idea, dijo, es reconocer el mérito y el esfuerzo de los estudiantes a la hora de sus postulaciones. Según la RAE, el mérito es la “acción o conducta que hace a una persona digna de alabanza”. Pues bien, una buena calificación no es meritoria en sí misma, cuando las condiciones para lograrla están dadas. Si un joven cuya familia tiene una buena situación económica, sin problemas de acceso a una buena alimentación, con habitación propia, con un espacio para estudiar y recursos para ello, se saca buenas notas… eso no es meritorio, no es una acción digna de alabanza, pues lo tiene todo para lograrlo.

El mérito, lo digno de alabanza es que tenga buenas calificaciones sin tener esas condiciones.

Pero, aún así, la consideración se vale cuando mido a individuos maduros, racionales y con un sentido claro de futuro que les lleva efectivamente a estudiar con encomio para lograr sus objetivos. Estamos hablando de niños, de muchachos, de adolescentes.

¿Cómo se puede, pues, medir el mérito de un niño de 4 años, para la selección a pre kínder, o de 6, para la selección a Primero Básico? ¿Cuál sería el criterio de las acciones que debe desarrollar un niño a esa edad, para ser considerado “meritorio”?

Y eso que estamos hablando de personas con todas sus capacidades. ¿Cuál sería el criterio del mérito para el desarrollo de políticas de integración, si es que éstas fueran compatibles con ese concepto de una manera absoluta? ¿Qué mérito tendría que cumplir, por ejemplo, un joven con síndrome de Down para poder obtener un cupo?

El mérito es una entelequia que sustenta un mercado imperfecto y desigual. Es la racionalización que permite justificar argumentativamente los desequilibrios. Más aún si se basa en algo tan arbitrario como las calificaciones escolares, cuya capacidad de reflejar el esfuerzo es escasa. El “mérito” es como un muro en la frontera, para esconder las oportunidades que la mayoría no tiene.

Al contrario, un sistema escolar debe procurar la igualdad de oportunidades, en base a capacidades y competencias, pero sobre todo en base a las ganas de soñar. Independiente de que a los niños y adolescentes se les deba plantear un sistema de calificación para evaluarlos en su propio desarrollo, lo más importante es motivarlos con un futuro posible según su propio estadio de madurez. Cerrarles el paso porque en alguna de sus etapas no se sacó tan buenas notas y etiquetarlo como un individuo poco meritorio es injusto e inhumano. Se trata de un cambio tan nefasto (quizás más) que los intentos dirigistas y planificadores de la Escuela Nacional Unificada en otras épocas de nuestra historia. Se trata de un cambio que entronizaría los privilegios.

Por último, y usan do su propio criterio de mérito, sería bueno saber cuáles fueron las notas que obtuvieron quienes hoy arguyen este cambio en nuestro sistema educativo chileno.

Alvaro Medina

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