Por José Orellana Yáñez.- Espacio geográfico, territorio y lugar, tienen como eje distintivo ser interrelaciones permanentes entre comunidades y entornos físicos (ríos, cordilleras, selvas, otros) o humanos/culturales (ciudad, ruralidad u otros). Esta interrelación produce espacio geográfico, territorio o lugar, en distintas escalas geográficas interrelacionadas entre ellas, además, permitiendo el análisis interescalar (ej. barrial, comunal, regional, nacional, internacional, otras). El proceso eleccionario en general, es un acto político espacial mediado por estas interrelaciones, que además se encuentran acompañadas de estímulos que provienen desde la radio, TV abierta, redes sociales y otras que, mediadas por técnicas de marketing político o neuromarketing, intentan influir con más o menos verdad, vía la comunicación política, en la voluntad de las personas para votar.
Ello, además, relacionado inmediatamente con las percepciones que tienen las personas respecto de sus inseguridades/seguridades que le proporcionan los entornos, en su inmediatez e inclusive (delincuencia, narcotráfico, movilizaciones sociales criminalizadas, o los desmanes sociales, en el mismo proceso de protesta social democrática y legitima), en la lejanía, como podría ser el atentado de la Torres Gemelas en el 2001, o bien, lo que se dibuja en el sur de Chile con el conflicto mapuche, o en el norte, con el proceso migratorio, donde ambos procesos no sólo impactan en la inmediatez de esos vecinos y vecinas, sino que también a los que se encuentran bien lejos. Todo esto, además, tienen una canalización institucional, como es ley de partidos políticos y electoral, las cuales permitieron los resultados ya conocidos.
Hay que leer bien cómo se manifestó el voto en cuanto resultados finales en los espacios geográficos, territorios y lugares. Los analistas de los comandos, en estos momentos, deberían estar decodificando cómo el territorio, que son también las personas (personas espaciales, territoriales o lugarizadas), podrían reaccionar hacia nuevos estímulos que les permitan revertir voluntades hacia un sentido u otro, levantarlos de sus camas para ir al acto eleccionario (más otros que no se levantaron) y, desde ahí, lograr una síntesis argumental que permita una comunicación política asertiva donde las técnicas del marketing político se transformen en un pivote replicador en todas las posibilidades tradicionales y de redes sociales para difundir el mensaje.
La segmentación de los electores (edad, sexo, trabajo, posición social y otros) que también tienen concreción territorial o de lugar, por defecto entonces, se refleja en el territorio físico y virtual (redes sociales) tiene que colocar en preocupación a ambos comandos. No se debe olvidar que la geografía del poder en la presidencial (primera vuelta), tendría una relación con los resultados de la geografía del poder de la congresal y ambas conviven con las geografías del poder que permitieron las elecciones de concejales, alcaldes y gobernadores regionales y de forma muy distinta (que permitía suponer otros resultados). Sumándose, además, la geografía del poder de la Convención Constitucional.
José Orellana es doctor en Estudios Americanos. Geógrafo, cientista político y docente de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
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