Por Luis Oro Tapia.- El realismo político sostiene que para que la paz sea duradera, después de una contienda, es indispensable que el vencedor incorpore al vencido como un interlocutor legítimo. Es la única manera de atenuar o de contener el espíritu de revancha.
Quienes no incorporan al vencido actúan inspirados por la lógica de la política del poder o bien por el idealismo político. Ambos son nocivos y construyen un orden político sobre arenas movedizas.
Dicho de otro modo: el vencedor debe actuar de acuerdo con el principio de la mayoría y no con el de la regla de la mayoría. Si no lo hace, se comporta como una facción, aunque los números estén de su lado, y el espíritu de revancha no tardará en destruir el frágil orden que construyó.
Ya veremos si el Partido Republicano actúa con la lógica del realismo o con la del idealismo o bien con la lógica de la política del poder. De ello pende, en medida no menor, el resultado del proceso que está en marcha.
Con todo, la disposición a negociar —dicho de manera prosaica a transar— no sólo depende de los republicanos: también depende de los otros partidos.
Esa probabilidad en el caso de Chile tiene poco crédito por dos razones. Primero: porque las directivas de los partidos han levantado la retórica de las convicciones y ésta es un obstáculo que dificulta muchísimo cualquier negociación.
Segunda: porque las “barras bravas” probablemente acusarán, a poco andar, a sus dirigentes de traición.
A las directivas de los partidos y a sus respectivas hinchadas hay que recordarles que los partidos políticos, precisamente por ser tales, nunca tienen toda la razón y, además, que en política lo óptimo es enemigo de lo bueno.
Luis R. Oro Tapia es politólogo y académico de la U. Central