Por Alvaro Medina J.- Las estrategias de comunicaciones en crisis suelen tomar la forma de una guerra. Es una manera cómoda de enfrentar las situaciones difíciles porque apela a las emociones, aleja a la opinión pública de la racionalidad y la capacidad de análisis, y polariza las sensaciones en torno a un problema.
El mismo Frank Underwood, célebre personaje de House of Cards, manifestaba en ese sentido que “cuando los perros huelen tu sangre, lánzales una presa más fresca”, lo que significa en este contexto el encontrar un nuevo enemigo al que atacar. Siempre en condición de guerra.
Ya antes, desde La Moneda (en esta y otras circunstancias) se ha hablado de un “enemigo poderoso y terrible”. Se personaliza la pandemia y se extiende, al punto que discursos afines han acomodado el término a otros enemigos a los que se tilda de enemigos pandémicos, igual que el virus: la pandemia de las manifestaciones sociales o la pandemia de inmigrantes (como dijo un senador).
Como parte de esta estrategia comunicacional, la construcción de neologismos de guerra es una herramienta útil, el último de los cuales fue acuñado por el ministro de Salud, Jaime Mañalich, quien aseveró que estamos frente a un “viroterrorismo”, aunque el enemigo definido aquí son las comunicaciones. Por supuesto, las comunicaciones que se salen del marco oficial.
Este nuevo enemigo es aquél, según la nueva doctrina de Mañalich, que cuestione que Chile no está (ni podría estar, ¡pardiez!) tan mal como lo están los demás países. La subsecretaria Paula Daza señaló que es viroterrorista la “información que produce angustia, dolor”. De esta manera, los medios de comunicación deberán cuidarse de publicar situaciones que provoquen emociones negativas, que preocupen a la gente. ¿Debemos, de acuerdo con esto, alinearnos con un tipo de comunicación que sólo propenda a la tranquilidad, la felicidad, las sensaciones placenteras de la población en cuarentena? Según la subsecretaria, lo correcto sería informarse sólo por medios oficiales.
Esta definición no sólo es una estrategia contraria a la libertad de expresión y al derecho a la información (consagrados en convenciones y tratados internacionales). Es también un burdo intento por convertir en anatema la simple pregunta o el cuestionamiento de la información oficial. Recuerda a las iniciativas de Mussolini cuando estableció el registro de periodistas y la obligación de la prensa de aportar contenidos “útiles” para la sociedad y la unidad del pueblo italiano.
A partir de ahora, la prensa entra en la categoría de terrorismo. En eso, al menos, el ministro Mañalich (que ya se enfrenta a jefes de Estado del continente desplazando en figuración pública al propio Presidente de la República) puede decir que es el único en el mundo.