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Estado de Derecho

Por Javier Maldonado.- Cuatro héroes del Estado de Derecho golpean a una niña de 7 años, terrorista -según el subsecretario jefe de tales héroes-. La arrojan al suelo, le aplastan el cuello con una rodilla mientras la insultan con patriótica ferocidad estatal y uno de ellos, anónimo, cómo no, le pone el cañón de su arma en la cara y le dice con un  tono de voz cargado de su mejor odio amenazante: “¡si te movís, te mato conchetumadre!”. La niña es  hija de Camilo Catrillanca, mapuche, asesinado por la espalda por otro héroe uniformado, representante del Estado de Derecho, subalterno de un ex ministro del Interior, primo hermano del presidente de la república. El lugar de los hechos no es el Medio Oriente, ni Siria, ni Libia, ni siquiera Afganistán o Iraq. Es la comunidad Temucuicui, territorio de La Araucanía, Chile,  y los actores de  este obsceno, degenerado y patológico film, funcionarios, agentes del Estado en un operativo de defensa del Estado de Derecho.

Ni el ministro jefe de los héroes del Estado de Derecho en el asesinato colectivo del joven Catrillanca; ni el ministro que heredó el privilegio de ordenar la represión y mutilación de los y las  terroristas de octubre 2019; ni el actual ministro, ex alcalde, jefe de los héroes civiles en representación del Estado de Derecho, ha dicho absolutamente nada. Tampoco lo lo han hecho sus superiores jerárquicos y menos aún el comandante en jefe de los héroes del Estado de Derecho, que se registra como presidente de la república. Todos mudos, quizás felices de haber dominado a la hija y nieta menor de los Catrillanca (enemiga del Estado, quién podría desconocerlo).

Pero los enamorados del Estado de Derecho no dicen absolutamente nada del estado de los derechos ciudadanos. Quizás no les importe mucho que una niña de 7 años, que aún no es ciudadana, reciba de los especialistas un trato que ni siquiera se atreven a proporcionarle a los delincuentes que, sin duda alguna, parecen ser sus colegas en las actividades colaterales y menores. El gallito subsecretario del ramo de la represión tampoco ha dicho nada y eso que suele ser de lo más parlanchín y suelto de lengua apenas ve un micrófono y una cámara. Alguien podría pensar que son una banda de cobardes y miserables, pero no podría decirlo porque sería maltratar a la autoridad y, ya se sabe, cantarles las cuarenta a las autoridades autoritarias es más peligroso que darles una patadita en el tambembe.

Resulta, entonces, desalentador averiguar que el país es gobernado por alguien a quien no se le profesa ningún respeto y que, por el contrario, sólo se desprecia de modo irreversible. Pero es aún más despreciable la constatación de que la peor de las crisis es la de autoridad, que sumada a la crisis ética y a la crisis de ideas, da cuenta de que este modelo de sociedad, y el sistema que nos rige hasta hoy, sólo es una lamentable ilusión y que la realidad impone la verdadera naturaleza de los mediocres y los corruptos. Los chilenos no merecen ser gobernados por incapaces ni por inútiles, todos esos bajo el mando del Inútil Superior en su grado mínimo. Tal vez, menos que mínimo.

Unas policías desmadradas son más peligrosas para los ciudadanos que un millón de delincuentes desatados, que ya los hay. Y es que el Hermano Mayor orwelliano no es un solo individuo sino un conjunto de sujetos abusadores alentados por la impunidad que los inmuniza en todas sus feroces miserias. Es miserable el infame que amenaza con un arma a una niña de siete años, sea chilena o mapuche. Es miserable e infame un  gobierno  que promueve tales  conductas, y son miserables e infames las así llamadas autoridades debilitadas que hacen la vista gorda a este sistema de prácticas terroríficas que develan la naturaleza odiosa de tales instituciones. Basta escuchar a la subsecretaria de Confirmación del Delito y sus amenazadores exabruptos cotidianos. Es más que sabido que el ministro del Interior, jefe jerárquico de esta patota de miserables, no se manda solo. Su superior institucional es el jefe de estado quien en todo orden vertical es en definitiva el responsable de los hechos ejecutados por sus subalternos. Si este no se pronuncia, cabe la sospecha de que lo hace porque no se atreve, y si no se atreve significa que no sirve para el cargo, o que ya dejó de servir.

Por otra parte, el actual estado del arte de las políticas ministeriales de lo interior da cuenta de los más que exagerados niveles de descomposición moral que afectan directamente a las autodenominadas autoridades y de la creciente pérdida de integridad demostrada por los esbirros a su cargo. El nefasto ejemplo que da la impunidad de altos mandos de las fuerzas armadas y carabineros, severamente involucrados en escandalosas y multimillonarias estafas al Estado, obviamente que crea la ilusión de una todopoderosa anchura de mangas a los cargos subalternos conscientes de que nada de  lo que hagan será perseguido ni castigado. Son los vicios institucionales cultivados desde los tiempos de la dictadura civil-militar y que fueron heredados por esta democracia de pacotilla que nos caracteriza.

Así, entonces, el abuso, la mentira, el ocultamiento, la tortura, el crimen, los latrocinios, las estafas y la corrupción generalizada, permiten al ciudadano chileno entender que ha sido absolutamente abandonado por quienes ofrecen operáticamente en su himno institucional y corporativo, metáforas tales como: “…duerme tranquila, niña  inocente”.

Cabe aquí enseñarles a las niñas inocentes, como la pequeña Catrillanca: “Duerman alertas, con un ojo abierto, porque nadie las salvará de los agentes del Estado que asaltarán sus casas no para protegerlas sino para matarlas ”.

Hasta el momento en que este columnista escribe y envía esta colaboración, ninguna de las llamadas autoridades ha dicho nada, ni se ha disculpado, ni siquiera ha mostrado su cara de palo. Es preciso sospechar, ya que estamos en los tiempos en que las sospechas inventadas quieren poner o quitar reyes, que habrán instalado una mesa a la que se sentarán todos los involucrados a planificar cómo desligarse de sus atroces prácticas, echarle la culpa  alguien, afirmar que nada tienen que ver con eso, que es un montaje del comunismo soviético, que fueron alienígenas, que es la extrema izquierda disfrazada de policías, que son deliberadamente inocentes y que la niña en cuestión, miente. ¿Serán capaces de eso? Sí, y aún mucho más.