Por Antonio Leal.- Schopenhauer decía que la identidad consiste en lo que uno es, lo que uno tiene y lo que uno representa.
Joaquín Lavín, desde hace mucho, llegó a la conclusión de que con su propia identidad -uno de los líderes del partido formado por Jaime Guzmán, fervoroso partidario de Pinochet, defensor del neoliberalismo, Opus Dei- nunca llegaría a ser Presidente de Chile, y emprende entonces un hábil camino comunicacional de posicionarse como un hombre de múltiples máscaras que le permitan diluir su identidad sin abjurar de su pasado, sin explicar el haber votado por el “Si” para que Pinochet permaneciera en el poder, sin pedir jamás perdón por las dramáticas violaciones a los derechos humanos de una dictadura de la cual fue parte, sin refundar su esencia y su conciencia sino limitándose a cambiar su apariencia a los ojos de la opinión pública.
Un día se bacheletizó, otro apareció promoviendo la vivienda popular en edificios que construiría en el corazón de Las Condes, otro aún se alejó del gobierno de Piñera cuando este enfrentaba las mayores dificultades por las protestas sociales, recientemente sorprendió separándose de la herencia más emblemática de la dictadura y apoyando el Apruebo para el cambio constitucional y al día siguiente, aún con mayor audacia, entrando directamente en el terreno ideológico de sus adversarios, declarándose socialdemócrata y partidario de un Estado presente en las políticas de nivelación social.
Simón Bolívar diría que “nos dominaron por la fuerza, hoy buscan dominarnos por el engaño”. Todo este travestismo político se hace con la colusión de los grandes empresarios de los medios televisivos, que lo apoyan con entusiasmo, incorporándolo a sus matinales como panelista permanente para hablar de los temas más insólitos y, cierto, de periodistas que no lo incomodan. Los empresarios de las comunicaciones saben que el éxito de una marca, vinculado al escaparate social del consumidor y al éxito que esa imagen puede tener para el individuo, renta en un cambio incesante de estilo, de línea, cambiando sin fatiga por más que interese que la marca y el individuo permanezcan constantes. El producto consiste en consumir al consumidor.
Para ellos, lo principal es mantenerse en el gobierno y saben que, a la vuelta de la esquina, Lavín será el defensor del neoliberalismo y que no hay disfraz que pueda reemplazar su política verdadera de “conservadurismo compasivo” con la cual no tocará la estructura del modelo económico y de sus insaciables privilegios.
Pese a su historia, Lavín, apoyando el Apruebo, será parte de los vencedores el 25 de Octubre y con ello habrá intentado ulteriormente diluir, en la imaginaria de mucha gente, su largo pasado pinochetista y su propia responsabilidad en la tragedia que vivió el pueblo chileno.
Su estrategia consiste en la construcción de la indiferenciación propia y, a la vez, también, de la indiferenciación de sus adversarios. Lavín y sus asesores saben, o al menos intuyen, que hay un escenario líquido, que la realidad social ha adquirido una fluidez difusa, que la complejidad afecta a lo que Luhmann ha llamado experiencias primordiales de la diferencia, dualidades como cercano/lejano, propio/impropio, familiar/extraño, amigo/enemigo que en el pasado configuraban nítidamente la apartenencia, saben que lo considerado común es hoy precario.
Se apoyan, con pleno conocimiento o no, en que la ficticia pluralización es la pérdida de un punto unitario al que reconducir la comunicación, la deslimitación de las barreras culturales, la multiplicación de los contextos accesibles. Queda de este modo suprimida o, cuando menos, problematizada, la posibilidad de una “representation identitatem” y se le reemplaza por una identidad que permite la comparecencia de lo incongruente.
Buscan utilizar, con esta estrategia, esa cierta desorientación en los individuos, ingobernabilidad de los sistemas sociales, crisis de sentido y relevancia, pérdida de los meta-relatos, que caracterizan las circunstancias veloces de la postmodernidad.
Así, en esta visión, como diría Espósito, la política se transforma en pura medialidad, medio sin fin, presencia sin representación, acción sin obra y sujeto sin sustancia. En una palabra, apariencia pura, no susceptible de ser pensada y designada como tal, porque al hacerlo se tematiza y se transforma así en reflexiva, metapolítica.
Frente a la estrategia de desmontaje de su propia identidad para ampliar su confiabilidad hacia el centro por parte de Lavín, desde la derecha, Matthei surge para reivindicar la identidad de una derecha anclada aún en la dictadura y en el rechazo a generar una Nueva Constitución bajo el temor que ella haga desaparecer las bases políticas, sociales, económicas del régimen militar y que instale una nueva cultura democrática. Lo hace desde el convencimiento que esta postura es mayoritaria en el voto de derecha nostálgico, que sin alternativa podría terminar en el neofascismo de Kast, sin discernir si ello es, después, mayoritaria en la sociedad. Pero ya su simple aparición dificulta el camino libre que el propio gobierno le construyó restando de la competencia a sus eventuales adversarios y comienza a redimensionarlo en las encuestas.
¿Cómo enfrentar, desde una oposición fraccionada, sin una postura común, y sin liderazgo natural, la estrategia de la indiferenciación lavinista e incluso el intento para ello de utilizar conceptos y símbolos clásicos de la izquierda para neutralizarlos en el sentido común de la población? Lo primero es no dejarse arrastrar a la indiferenciación. El progresismo requiere de construcción de una identidad que, como señala Bauman, se constituye en una cuestión fundamental para la comprensión de las complejas dinámicas de las sociedades complejas, globales, postindustriales y postmodernas donde las relaciones sociales se modifican por el cambio que experimentan las estructuras sociales, los sujetos y la construcción de la subjetividad. Es una identidad que a diferencia de la derecha asume la diferencia hacia otros temas y sujetos que no formaban parte de la identidad clásica y que hoy son centrales en la cultura política y en la acción social.
Ello pasa por construir una identidad mínima común y ella viene desde la sociedad civil: las grandes demandas de la explosión social en el plano socioeconómico, ambiental, de género, étnico y de derechos civiles y, a la vez, la reciente percepción ciudadana, expresada en diversas encuestas, que la salida a la catástrofe sanitaria y social que provoca la pandemia es a partir de una visión socialdemócrata que en la imaginaria de la población es un Estado que garantice sostenibilidad social, sostenibilidad económica, sostenibilidad medioambiental, la transformación estructural de los templos del neoliberalismo en salud y educación y un sistema político que desconcentre el poder, amplíe los confines de la democracia y otorgue mayores espacios a una ciudadanía incidente en los grandes temas país.
Hay que tener una visión realista y asumir que no estamos frente a una sola oposición sino a varias oposiciones con altos y ulteriores grados de dispersión política e ideológica. No sirve la simple invocación a derrotar a la derecha, ni el intento organicista de sumar siglas y bloques, para lograr la unidad. Hay que construir un piso común en las ideas, mostrar la superioridad de nuestra propuesta de país frente al transformismo o a las nostalgias de la derecha. Habrá que unir a quienes coincidan con una plataforma esencial y algunos principios irrenunciables y utilizar instrumentos democráticos para designar el mejor de los liderazgos. Habrá que articular acuerdos de envergadura con todas las candidaturas y bloques progresistas que se presentarán en primera vuelta de manera que el verdadero programa de una oposición unida por el resultado de los votos ciudadanos se de en esta etapa.
Hoy, lo primero y urgente es garantizar el triunfo del Apruebo y de la Convención Constituyente con una amplia participación electoral de la ciudadanía que sobrepasa el temor del contagio para, en cambio, contagiar al país de una esperanza democratizadora e integradora. Lo que viene inmediatamente después son las elecciones de Convencionistas, Concejales, Alcaldes y Gobernadores, donde hay que construir la mayor unidad de lo posible ligando objetivos, relatos y el mínimo programático a la contienda presidencial y parlamentaria de fin del 2021.
Frente a la lavinización de la política y a una derecha que continua defendiendo el obscuro pasado dictatorial, el progresismo debe asumir su identidad abierta a la realidad del siglo XXI, no enclaustrarse en ella pero hacer de su historia, de la memoria, de la validez universal de los derechos humanos, de la solidaridad, del respeto de los derechos y de las libertades, la esencia de su identidad del cambio.
Antonio Leal, Sociólogo, Doctor en Filosofía