Por Juan Medina Torres.- Es indudable que la televisión, como medio de comunicación de masas, influye hoy notablemente en el discurso político de los candidatos y candidata presidenciales, condicionando sus formas de relacionarse y comunicarse con sus electores. De este modo, la televisión debe contribuir a que las decisiones políticas sean un tema de grandes mayorías y todos sabemos que las grandes mayorías, en democracia, son las que dan poder.
Pero la televisión, como medio de comunicación y difusión, dificulta que los candidatos y candidata se comuniquen directamente con sus electores y así resulta que sus discursos sean mediatizados, rutinarios y modos de ser que acomodan al canal. En la televisión, los candidatos y candidata están frente a un auditorio con diferencias etarias, culturales, sociales, económicas, educativas y que numéricamente es superior a cualquier concentración física. Además, deben tener presente la variabilidad geográfica y psicológica de los televidentes. En suma, están frente a un auditorio desconocido. Así entonces la televisión, en vez de ser el canal comunicacional, se constituye en el mensaje.
Lejos están los tiempos de las grandes concentraciones donde el candidato se reunía con sus adherentes y en discursos, verdaderamente maratónicos, tenía todo el tiempo para exponer sus ideas y los asistentes le expresaban su adhesión, era una verdadera mise en scene. Marlene Coulomb-Gully, investigadora francesa en comunicación política, señala que estas formas de comunicación política son propias de sociedades como la nuestra, con preponderancia del medio televisivo, el cual impone sobre los discursos políticos, al menos cuatro imperativos: horarios, aspectos estéticos, aspectos de estilos y la puesta en así las del discurso.
Desde esta perspectiva, pareciera ser, que lo que impera hoy en el discurso político mediático, es lo sensible más que lo racional, porque lo sensible provoca mayor adhesión y permite a los candidatos y candidata encontrar los argumentos para persuadir a sus electores. Otro aspecto, digno de destacar, es la creación de sensacionalismo y polémica.
La ambigüedad es otra característica de los argumentos del discurso político moderno, los televidentes no distinguen, salvo excepciones, las diferencias de las exposiciones sobre temas políticos, económicos, sociales, culturales, medioambientales, etc., lo que dificulta la decisión de elegir. Cabe preguntarse entonces, si la televisión contribuye a la calidad de la argumentación del discurso político que hemos escuchado y visto y además, si contribuye al diálogo mostrando ideas y proposiciones coherentes con nuestra realidad.
Pareciera que no, puesto que, en este momento, lo que más destacan los canales son sus periodistas, aquellos que entrevistarán al candidato o candidata. Entonces los y las periodistas se convierten en actores principales de este juego político un poco cinematográfico, quedando rezagado el candidato o candidata. No debemos olvidar que es la democracia la que llama a una mayor integración y la televisión debe reconocer su rol orientador en este esquema comunicacional.