Por Juan Medina Torres.- El Secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, nos llamó a una reflexión sobre el estado actual del mundo y las crisis por las que atraviesa, en el momento en que la población mundial alcanzó los ocho mil millones de habitantes.
Entre esas crisis, apunta Guterres en un comunicado, hay “una que no suele ser titular de los medios de comunicación: la codicia. Vivimos un momento difícil, pero no exento de esperanza”.
Es cierto, la codicia no suele ser un tema de reflexión política, social, ni filosófica, aun cuando vivimos en un mundo dominado por tensiones y desconfianza, crisis y conflictos, que son productos de la codicia.
Guterres apunta que los efectos de la codicia “hablan por sí solos… Un puñado de multimillonarios controla la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial. Una quinta parte de los ingresos mundiales van a parar a los bolsillos del 1% más rico, y la población de los países más ricos tiene una esperanza de vida hasta 30 años más prolongada que la de los más pobres. En las últimas décadas, esas desigualdades fueron aumentando a la par de la riqueza mundial y la calidad de la salud”.
Desde la antigüedad se ha entendido la codicia como el deseo insaciable de poseer “más” bienes materiales; Platón la señalaba como la gran enfermedad moral de la ciudad, terrible por ser capaz de corromperlo todo.
El cristianismo considera la codicia como uno de los siete pecados capitales, porque es lo opuesto a virtudes como la generosidad y la solidaridad.
Nuestro país no escapa a los efectos de la codicia , que se manifiesta en diferentes casos de corrupción, como sobornos, conflictos de intereses, tráfico de influencias, uso indebido de información, malversación de fondos públicos o peculado, uso indebido de recursos públicos, fraude al fisco, exacciones ilegales, usurpación de atribuciones, prevaricación, nombramientos ilegales, abusos contra particulares, estafas, etc.
Lo mencionado indica que la codicia se instaló en nuestro país como un valor cuya ética es la ganancia fácil, de enriquecerse sin trabajar, maximizando el beneficio propio de los autores de corrupción, que se ubican en las elites del poder y cuyos efectos se observan en la desconfianza a instituciones públicas y privadas.
Para desarmar la codicia, considero necesario fortalecer los niveles de transparencia, mejorando las normativas constitucionales sobre la probidad, teniendo presente el carácter de República democrática de Chile.
Guterres, finaliza su comunicado señalando que: “Nunca he dudado del ingenio humano, y tengo fe en la solidaridad humana. En estos tiempos difíciles conviene recordar las de uno de los más sabios observadores de la humanidad, Mahatma Gandhi: ‘El mundo tiene suficiente para colmar las necesidades de todos, pero no la codicia de todos’”.
— ¿Y de qué te sirve poseer las estrellas?
— Me sirve para ser rico.
— ¿Y de qué te sirve ser rico?
— Me sirve para comprar otras estrellas, si alguien las encuentra.
(Antoine de Saint-Exupéry)