Por Claudia Narbona.- Mucho se habla de la huella de carbono y su impacto sobre el efecto invernadero que genera en el cambio climático, algo bastante perjudicial para nuestro medio ambiente. ¿Qué es la huella de carbono y como se asocia a la producción de alimentos?
La huella de carbono se define como el conjunto de emisiones de gases de efecto invernadero producidas, directa o indirectamente, por personas, organizaciones, productos, eventos o regiones geográficas, en términos de CO2 equivalentes, y sirve como una útil herramienta de gestión para conocer las conductas o acciones que están contribuyendo a aumentar nuestras emisiones, cómo podemos mejorarlas y realizar un uso más eficiente de los recursos.
La huella para productos o servicios se obtiene mediante la media de las emisiones de gases GEI (gases de efecto invernadero) que se generan en las distintas fases de la cadena de producción. Por ejemplo, en todos los alimentos el uso de la tierra y las etapas agrícolas de la cadena de suministro representan el 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
Por ello, para captar todas las emisiones de GEI procedentes de la producción de alimentos, los investigadores las expresan en kilogramos de «equivalentes de dióxido de carbono». Esta métrica tiene en cuenta no sólo el CO2, sino todos los gases de efecto invernadero.
En la producción de carne de res, por ejemplo, hay tres factores clave que contribuyen a la huella de carbono en estas etapas: alimento para animales, conversión de la tierra y producción de metano a partir de las vacas. Fuera de esto, se debe considerar que se requieren 15 mil litros de agua para producir 1 kilógramo de carne, y esto genera 60 kilogramos de gases de efecto invernadero (equivalentes de CO2), según estudios de la FAO.
Sin embargo, no sólo los productos animales tienen una huella de carbono alta: el café instantáneo y el chocolate negro emiten entre 20 y 30 kilogramos de CO2 equivalente por kilogramo, una huella similar a la de producir queso parmesano. Entre los que menos emiten están, por ejemplo, los guisantes que sólo emiten 1 kilo de CO2. El pan, las bananas y las patatas, que producen cada uno menos de un kilo de CO2 equivalente por kilo.
En relación con las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes del transporte terrestre, se ha podido comprobar que representan una cantidad muy pequeña de las emisiones de los alimentos y lo que se come es mucho más importante que el lugar de procedencia de los alimentos.
Por lo tanto, si quieres reducir la huella de carbono de tu dieta, evita los alimentos transportados por aire siempre que puedas. Pero más allá de esto, se puede lograr una mayor diferencia centrándose en lo que se come, en lugar de «comer local». Comer menos carne y lácteos, o cambiar la carne de rumiantes por la de pollo, cerdo o alternativas vegetales reducirá mucho más tu huella.
Claudia Narbona es académica de la carrera de Nutrición y Dietética en la Universidad Central