Por Samuel Erices.- Según cifras 2021 del Banco Mundial, el 19% de las personas de clase media se encuentran al borde de la pobreza. Esto equivale a decir que 2.3 millones de chilenos se han visto afectados por esta situación. El Estado establece segmentos que clasifican a quiénes son parte de este estrato social llamado clase media, dejando en un escenario complejo a las personas que forman parte de él. En palabras simples se les sitúa en una posición híbrida entre ricos y pobres.
En la actualidad, la consideración de la idea errónea de meritocracia, haciendo responsables a quienes están en este segmento de las consecuencias o desafíos que esto representa: normaliza el individualizar y redoblar esfuerzos; prioriza el emerger social a partir de privaciones y el endeudamiento; provoca incrementos en los costos del diario vivir. Estos son solo algunas de las acciones que son asumidas de forma estoica por dichas familias. El invisibilizar desde las políticas públicas y sociales ha sido la constante, entendiendo que por el hecho de estar ahí, poseen características de autosuficiencia.
La subsistencia está en constante relación con pagar los costos que produce la movilidad social en Chile. Al parecer, haber avanzado hacia estándares mayores de calidad de vida los convierte en un segmento en que el Estado perpetúa el constante reconocimiento del esfuerzo, el sacrificio, la autogestión observada. Finalmente, un reconocer y validar para dejarlos solos.
Hoy un segmento de la clase media se encuentra cercano a la línea de la pobreza, pero una exclusivamente económica. La CEPAL, PNUD y otros organismos han realizado un análisis de características amplias, Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998 dice que “ser pobre es tener un nivel de ingresos insuficiente para poder desarrollar determinadas funciones básicas, tomando en cuenta las circunstancias y requerimientos sociales del entorno, esto sin olvidar la interconexión de muchos factores”. Es decir, desconocer que las necesidades insatisfechas, se relacionan con dimensiones físicas, psicológicas y sociales en tanto a impacto en las vidas de las personas, es ciertamente reduccionista. Y genera lo que hoy se está evidenciando un castigar social, político y económico a quienes por sus propios medios lograron potenciar sus recursos, contribuyendo a la movilidad del país por años.
Analizar desde lo discursivo a la clase media es no reconocer que esta es heterogénea. Implica dejar fuera contextos e historias, niveles de acceso, formas de endeudamiento, encasillar a todos en una clasificación es dejar poco espacio de reconocimiento de la realidad social del país. Las cifras que entrega el Banco Mundial permiten una lectura amplia. Desde lo social podemos observar: impacto en la calidad de vida, desmotivación y sensación de desprotección general, aparición de patologías salud física, además del incremento en enfermedades de salud mental.
Urge desde el Estado y el Ministerio de Desarrollo Social y Familia una reconversión en las formas de clasificar un estrato social del otro. Distinguir segmentos dentro de una misma clasificación es una de las formas de asegurar aportes para cada uno de los sectores, definir políticas sociales que permitan potenciar la mejora en la calidad de vida de las personas, con la finalidad de aportar a sociedades justas y equitativas, no basadas en el endeudamiento de forma exclusiva; si no, potenciando las particularidades de cada sector. Las cifras podemos verlas como la oportunidad de cambio, de generación de estrategias y de humanización de los recursos.
Samuel Erices es Trabajador Social y Magíster en Intervención Social
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