Por Juan Medina Torres.- Según el cronista español Antonio Vásquez de Espinoza, la ciudad de Santiago en 1610 tenía 14 cuadras de largo de este a oeste, y seis de ancho de norte a sur, en las cuales se ubicaban 346 casas con sus huertas y jardines. Su población de origen español, agregaba, se componía de 306 hombres casados, 230 solteros y 302 frailes y monjas. Llama la atención esta última cifra por la gran cantidad de gente de iglesia con respecto al resto de la población. Eran los tiempos de la famosa Quintrala.
Poco a poco, Santiago comienza a experimentar un aumento demográfico importante provocado, en parte por las derrotas de las fuerzas españolas en la guerra de Arauco a partir de 1598, las cuales contribuyeron a que una gran cantidad de personas que huyeron del sur se establecieran al norte del río Mapocho, formando lo que se conoció como La Chimba. Otro factor a considerar es el aumento del comercio con el virreinato del Perú.
Lo descrito trajo como consecuencia un aumento de la delincuencia que, según el historiador chileno Rolando Mellafe, se presentaba como un problema extremadamente complejo, debido a “la confluencia de diferentes culturas que tenían modos distintos de concebir las faltas”.
Entre los delitos que se cometían en esa época destacan los provocados por el personal militar y la prostitución, los cuales eran denunciados continuamente al Cabildo por los vecinos.
Por lo general los gobernadores, ejercían sus funciones en el sur por motivo de la guerra y venían a invernar a Santiago durante los meses de mayo a septiembre, en que por razones de clima la guerra cesaba. Junto con el gobernador venían los soldados de su séquito y otros soldados con permiso para pasar el invierno en Santiago. Dicho contingente militar, desprovisto de toda disciplina, provocaba problemas delictuales. Así lo indica el historiador Armando de Ramón en su obra: Santiago de Chile (1541-1991) Historia de una sociedad urbana, al señalar que: “dichos soldados no solo se contentaban con robar y matar, sino que también se dedicaban a “descomponer doncellas” es decir las violaban.
Pero, además, cuando volvían dichos soldados al sur, solían llevar, cada uno de ellos, cinco o seis indios varones y mujeres, robados, porque debemos recordar que en esa época la población aborigen era propiedad de encomenderos. Todo ello, con el pretexto de tener servicio, pero en realidad las mujeres eran llevadas como concubinas
En 1642, la situación denunciada por los vecinos, se mantenía y los delitos aumentaban con el alcoholismo y la prostitución, que los documentos históricos señalan como “mujeres de mal vivir” y cuya práctica en el siglo XVII había alcanzado niveles preocupantes porque su ejercicio se hacía en los terrenos baldíos que existían en la ciudad, que servían para desahogar las pasiones del sexo
Precisamente, la prostitución fue uno de los temas del sínodo celebrado en Santiago en 1688 reclamando la Iglesia, que hasta ese momento las autoridades no habían hecho nada al respecto. Para resolver el problema recién en 1723 se funda oficialmente la Casa de Recogidas de Santiago, que estaba destinada a mujeres arrepentidas de su mala vida o que sus esposos o familiares necesitaban corregir sus costumbres.