Por Bernardo Javalquinto.- La adopción de una política económica cerrada, como la que está imponiendo Donald Trump, tiene muchas implicancias. Basta recordar lo que ha sucedido en aquellos países en los cuales, desde el inicio de su vida independiente, han mantenido economías cerradas, provocando daños tanto internos, como a la economía global.
Pero las lecciones del pasado parecen no aprenderse. La gran depresión de 1929 ocurrió en simples palabras porque a un par de senadores que tenían campos de algodón se les ocurrió elevar las tarifas arancelarias de Estados Unidos por el hecho de que el algodón era mucho más barato traído desde la India.
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¿Y qué ocurrió? Que Estados Unidos siempre había sido una economía abierta y sólo imponía restricciones a aquellos países que tenían problemas con los derechos humanos. Lo que los senadores no advirtieron, fue que Estados Unidos era económicamente interdependiente de todos los países del mundo e implementar estas medidas proteccionistas terminaron en una debacle.
Hoy, Trump está haciendo lo mismo. Los números ya hablan por sí solos y los economistas coinciden en augurar una gran recesión. Una economía proteccionista, en vez de permitir la libre competencia para poder mantener un equilibrio en los precios, lo único que hace es convertirla en una economía extremadamente nacionalista, que no es capaz de competir con el resto de los países para ser más eficiente, más innovadora y mantener un crecimiento sustentable en el tiempo.
Es fundamental que los líderes políticos y económicos aprendan de los errores del pasado y promuevan políticas que fomenten la cooperación internacional, la libre competencia y el crecimiento sostenible. Ignorar estas lecciones no solo pone en riesgo la estabilidad económica de un país, sino también la del mundo entero. En un contexto donde la globalización es irreversible, el proteccionismo no es más que un retroceso peligroso que puede repetir los errores que ya pagamos caro en el pasado. El futuro económico depende de nuestra capacidad para construir puentes, no muros.
Vienen momentos de gran desgaste. Las lecciones del pasado se difuminan en el tiempo, como pelusas de algodón.
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