El columnista Roberto Fernández reflexiona en torno al sentido de la vida y la dificultad de encontrarlo en un mundo donde domina el individualismo y la competencia.
Por Roberto Fernández.- La búsqueda del sentido de la vida, junto a la necesidad de entender el funcionamiento de la materia en sus infinitas manifestaciones, han acompañado las reflexiones de los seres humanos desde que aparecimos en este planeta.
Esto nos ha llevado al desarrollo de la ciencia, la filosofía y las religiones, caminos a menudo divergentes, contradictorios y antagónicos.
Respecto al sentido de la vida todos tenemos ideas más o menos compartidas con otros, todas perfectamente válidas y respetables.
Es evidente que no existe una respuesta única y tal vez no la tendremos nunca, lo que no impide que establezcamos algunos consensos creados por nosotros mismos al respecto para poder así convivir de manera adecuada.
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Tomas Huxley, gran biólogo del siglo pasado, dijo que “la cuestión de todas las preguntas de la ciencia y la religión es la de determinar nuestro lugar y nuestro verdadero rol en el Universo, por lo tanto la ciencia y la religión tratan sobre la misma pregunta”.
Junto con otros, también creo que la moral, la religión y el Universo son uno. Los lazos entre sus diferentes aspectos son tan íntimos que proyectarlos en forma de compartimentos separados genera una limitación importante para su comprensión.
A mi modo de ver, no existe necesariamente contradicción alguna entre creer en un Dios creador, la trascendencia de la vida más allá de la muerte del cuerpo físico y el conocimiento de las leyes morales y materiales de la creación, con que podamos compartir con los que no creen en eso, valores como el amor, la compasión, el respeto a los otros, la justicia, la solidaridad, la cooperación y el cuidado del planeta.
El dato duro, objetivo, es que estamos obligados a convivir todos juntos y que es del interés común el que lo hagamos de la mejor manera posible.
La pregunta del millón de dólares es si lograremos hacerlo en una sociedad que privilegia el individualismo y la competencia. De la superación de esta contradicción depende en parte importante nuestro futuro como sociedad.
La búsqueda de la felicidad ha sido un objetivo esencial de las personas desde siempre. Incluso Naciones Unidas la ha incorporado como un derecho humano.
Más allá de las discusiones filosóficas (epicúreos/estoicos) y las dificultades para definirla (sicológicamente, biológicamente, científicamente), la felicidad sigue y lo seguirá siendo, parte de nuestros sueños y aspiraciones.
En Chile todas las encuestas muestran que las personas manifiestan ser mayoritariamente felices en lo personal y no así en su vida social.
De alguna manera. el excesivo individualismo y la competencia en casi todos los planos no aportan a la felicidad ni al bienestar sicológico. Creo que esto amerita un análisis y una discusión seria, ya que nos pueden ayudar a una convivencia más armónica.