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El simulacro del Leviatán cyborg o la seducción del digital-totalitarismo

Por Luis Aránguiz Kahn.- El coronavirus no ha dejado a nadie indiferente. En el presente, predomina el interés por comparar la capacidad médica de los distintos países, pero también la capacidad de gestión política. En este contexto, se ha construido una narrativa particular en la que la gestión china de la crisis se presenta como un éxito en comparación con otros países. En estos días ya se dice que China logró controlar los contagios mientras que, en Estados Unidos -el primer hegemón planetario- el virus recorre el territorio a sus anchas.

No obstante, ¿qué implicancias tiene para el orden global el desempeño de China? Más exactamente, ¿qué es lo que está detrás de esta narrativa del éxito? Tal vez uno de los textos que ejemplifica claramente este relato sea una columna que publicó días atrás el filósofo surcoreano residente en Alemania, Byun-Chul Han [1]. Se trata de un texto que se viralizó rápidamente por redes sociales y que tuvo una acogida en un público diverso, desde sectores liberales progresistas hasta conservadores. Esa amplitud de lectores medio fascinados por el texto no sugiere que Chul Han sea un autor transversal, aunque así pudiera verse. Se debe, más bien, a que logró codificar eficazmente la clásica tensión geopolítica entre oriente y occidente en torno a uno de sus temas preferidos: la psicopolítica.

Autoritarismo, colectivismo y tecnología digital

Sin ánimo de ser exhaustivo, considero importante dar una repasada a algunas de sus ideas clave para desmantelar el argumento. El filósofo surcoreano inicia su reflexión sosteniendo que “el coronavirus está poniendo a prueba nuestro sistema. Al parecer Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa”. Luego de esa introducción, Chul Han nos introduce a un apartado de 14 párrafos titulado “Las ventajas de Asia”. El autor abunda en una serie de contrastes entre el Asia y Europa. Evidentemente, y ha sido criticado por ello, Chul Han parece aquí caer en una serie de lugares comunes orientalistas, algo en realidad inesperado de alguien que proviene del Asia [2]. En estos párrafos, se presenta el modo en que los estados asiáticos están ordenando sus sociedades. Desde luego que eso puede ser impresionante, pero no es desconocido en absoluto. Tal vez lo que podría ser más interesante es su análisis sobre la utilidad del Big Data para el control de la población y todo lo que está asociado a ello.

“Europa está fracasando. Las cifras de infectados aumentan exponencialmente. Parece que Europa no puede controlar la pandemia”, nos dice el surcoreano, para luego introducir tres elementos clave que configurarían el éxito asiático contra el fracaso europeo. En primer lugar, que eventualmente dichas culturas tendrían una fuerte carga cultural autoritaria: “Estados asiáticos como Japón, Corea, China, Hong Kong, Taiwán o Singapur tienen una mentalidad autoritaria, que les viene de su tradición cultural (confucianismo). Las personas son menos renuentes y más obedientes que en Europa”. En segundo lugar, ocurre, nos dice Chul Han, que estas sociedades tienen otro rasgo distintivo, a saber, el colectivismo: “La digitalización directamente los embriaga. Eso obedece también a un motivo cultural. En Asia impera el colectivismo. No hay un individualismo acentuado”. Finalmente, vendría el elemento propiamente contemporáneo, la aplicación de la tecnología digital para el control de la crisis: “En Asia las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado”.

De este modo, Chul Han dedica extensos párrafos a contarnos cómo la conjugación de colectivismo, autoritarismo y tecnología digital han sido más exitosos que Europa en la gestión del coronavirus, señalando entre las aparentes debilidades de la primera el que se aferra a un modelo viejo de soberanía y su marcado acento cultural liberal. De aquí, su conclusión: “China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo”. Como ya puede apreciarse, lo problemático de este abordaje es que Chul Han establece una relación directa entre colectivismo/autoritarismo (con el aditivo del Big Data) como el modelo exitoso, siendo por defecto su opuesto el modelo del fracaso: individualismo, que no puede entenderse sin el liberalismo, por más que Chul Han no lo mencione. El artículo podría resumirse, así, en la premisa “el estado policial autoritario, colectivista y digital es el que gestiona eficazmente la crisis”.

Lo anterior ya nos da una clara idea de cómo Chul Han ha elaborado su análisis, que no solo es orientalista en el decir de otro columnista, sino derechamente binaria: una contraposición Asia/Europa, Oriente/Occidente, autoritarismo/liberalismo, colectivismo/individualismo. Una todavía más interesante es la de soberanía vieja/nueva.

La soberanía y el cyborg-Leviatán

Una de las cuestiones más notables de la visión divulgada por Chul Han es su “nueva” definición de soberanía. En efecto, afirma el surcoreano que “a la vista de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía”. Más allá de que a una mentalidad posmoderna con una debilidad crónica por las “redefiniciones” esto le caiga como una revelación divina, no parece en absoluto que la soberanía “vieja” sea un concepto que debamos obviar. Todo el orden global descansa sobre él, incluida la soberanía de los países asiáticos que están utilizando tecnología digital. Sin esa soberanía, la utilidad del Big Data para el control de la sociedad es impensable. Por eso la tecnología de datos, lejos de venir a redefinir el Estado, viene más bien a complementarlo como un cuarto elemento constitutivo (así como la soberanía, el territorio y la población, según la definición típica).

Visto así, el Big Data resulta todavía más útil para reafirmar la soberanía estatal concebida en la modernidad. Es evidente que Chul Han intenta aquí construir una suerte de oposición para poder sostener su crítica al ejercicio de soberanía de los estados europeos como, por ejemplo, cuando afirma que “al parecer el Big Data resulta más eficaz para combatir el virus que los absurdos cierres de fronteras que en estos momentos se están efectuando en Europa”. Pero esta oposición es falsa e irreal. Cerrar fronteras y usar Big Data no solo no son excluyentes, son complementarias, y la concepción “vieja” no es “vieja”, simplemente es moderna y sigue tan viva como nunca antes. El Big data no tiene ninguna utilidad fuera del marco de la soberanía tradicional, sin un soberano que pueda decidir. Si es soberano no quien decide sobre el estado de excepción como habría afirmado el jurista alemán Carl Schmitt, sino quien “dispone de datos” como afirma Chul Han, entonces esta redefinición no es más que una despolitización conceptual del poder fundante del estado (la capacidad de excepcionalidad), es así antipolítica y, por lo tanto, para efectos políticos, inútil.

La cuestión no reside en tener Big Data simplemente, sino en cómo se lo utiliza. Chul Han nos informa que “la conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos. Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social”. El Big Data no es utilizado solamente los estados asiáticos que se ajustan a la descripción anterior. Estados Unidos también. Por lo tanto, la efectividad china no está en el uso de Big Data, sino en las particularidades contextuales que le permiten darle un uso distinto del que se puede hacer en las democracias occidentales. Si efectivamente ocurre que se trata de una sociedad colectivista y autoritaria, resulta evidente que el uso abiertamente invasivo de la tecnología digital no será un problema para la sociedad.

El precio final de la efectividad no es aceptar el Big Data, es aceptar su in-corporación en un Estado omnipotente, aparentemente apoyado por una ciudadanía que estaría ¿cómoda? con un régimen autoritario colectivista. China -para no jugar más con la generalidad de “Asia” del orientalista Chul Han- es un ejemplo claro de que la soberanía moderna sigue en pie y que ha incorporado un nuevo componente. China hoy más que un ejemplo, es un simulacro global de lo que quiero llamar un “Leviatán cyborg”, un Estado neohobessiano que detenta el poder total no solo en las dimensiones modernas de la soberanía, sino incorporando ahora una soberanía virtual sobre la dimensión digital de la realidad humana.

No es soberano quien dispone de datos: Un retorno al realismo

La soberanía del Leviatán-cyborg neohobbesiano debe ponerse necesariamente en el marco de un análisis internacional del problema. Chul Han acertó cuando dijo que China podía vender su modelo como exitoso. Pero lo que vende China, y aquí se equivoca el surcoreano, ciertamente no es la soberanía del que dispone de datos, sino la soberanía posmoderna del Leviatán cyborg. No hay que salir de la pantalla del computador para notar que ese modelo se está vendiendo abiertamente a las sociedades de todo el mundo a través de los medios de comunicación que presentan un balance exitoso de la gestión china, y no son pocos los que acaban por creerlo, aun cuando dicho balance reporta serias dudas respecto a la veracidad de las cifras entregadas por China [3]. Esto no es otra cosa que una estrategia soft power -poder blando- un mecanismo típicamente utilizado por los estados para intentar incidir en la vida de otros estados. La proyección de una imagen exitosa convincente no es un azar del destino, y el propio Chul Han lo ha confirmado. Tal vez sus propias ideas de la columna, sin saberlo, sean una consecuencia de la eficacia del soft power chino, que quisiera que pensáramos que la soberanía importante es la de los datos.

Que se reconozca y promueva a China como un régimen eficaz en la gestión de la crisis y a Europa y Estados Unidos como países fracasados, es prácticamente una profecía cumplida de Zygmunt Bauman: “El juego de la dominación en la época de la modernidad líquida ya no disputa entre “los más grandes” y “los más pequeños” sino entre los más rápidos y los más lentos. Dominan aquellos que son capaces de acelerar excediendo el poder de alcance de sus oponentes. Cuando la velocidad significa dominación, la apropiación, la utilización y la población del territorio se convierten en un handicap -una desventaja, no una ventaja-” [4]. China la rápida, Estados Unidos el lento. Ese es casi con exactitud uno más de los binarismos con los que se codifica hoy el análisis de la gestión de la crisis.

Para nadie es desconocido que China ha querido históricamente posicionarse en el escenario mundial como una potencia y toda la política de Xi Jinping está orientada a ese objetivo [5]. Asimismo, el controversial Henry Kissinger, en sus recientes reflexiones sobre China, ha señalado la expectativa que tiene el gigante asiático en que el orden global avance de tal forma que así por fin pueda involucrarse en el centro de dicho orden en lo que respecta a la reglamentación internacional [6]. Para alcanzar esa posición, no se requiere solo una economía consolidada, sino una política que demuestre eficacia para la credibilidad del régimen. Y en esta instancia del coronavirus, eso es precisamente lo que China está consiguiendo en detrimento del decadente liberalismo occidental. El brutal, y al mismo tiempo seductor, digital-totalitarismo chino viene a tensionar no solo las relaciones internacionales, sino un modelo de orden de relaciones. La narrativa del éxito chino quiere ponernos a las puertas de un orden global en el que las democracias liberales aparecen como un modelo fallido, que da lugar en el mejor de los casos a regímenes menos idealistas y, en el peor, a la gestación de pequeños digital-totalitarismos o leviatanes cyborg.  Si el problema, como puede dejarse notar, es el liberalismo, a fin de cuentas, tal vez haya todavía salvación para la democracia, pero difícilmente será la democracia liberal tal como la hemos conocido.

La comunidad ausente

En todo momento, la discusión ha operado en torno al Estado y su capacidad y modo de control sobre el individuo y el ciudadano. Es el Estado el que debe gestionar la crisis, el que debe ser eficiente. En esta comprensión, la solidaridad no solo queda en segundo plano, sino casi como un residuo andrajoso de la premodernidad. El espíritu comunitario, es decir, de las comunidades humanas, se reduce a una débil gestión de los individuos por el cuidado mutuo, con escasa o mínima incidencia. La comunidad también es amenazada por el Leviatán cyborg. Si el modelo de eficacia china se exporta y es bien recibido, ¿qué será de las ya debilitadas comunidades en las democracias liberales?

La romántica solución con la que cierra Chul Han para todo esto, es una nueva revolución. Pero ¿es esa la solución ante un modelo que se ha probado presuntamente exitoso en la gestión de una crisis sanitaria de escala global? La revolución es respuesta a la pregunta ¿Qué hacemos con el estado actual de cosas? Pero la pregunta fundamental hoy no es esa, sino cómo pensar un aprendizaje no totalitario de gestión del Big Data que permita en un futuro a los Estados democráticos sortear eficazmente las crisis de todo tipo, sin tener que capitular al modelo del leviatán cyborg chino en nombre de su “efectividad”. Así las cosas, una visión como la de Chul Han no sirve mucho más que para reafirmar el nihilismo político posmoderno que, lejos de revolucionar cualquier cosa, terminaría quizás cediendo amablemente a un régimen como el chino. Si queremos cuidarnos de eso, tal vez tengamos que revisar nuestras concepciones del liberalismo, para salvar así a la democracia.

Luis Aranguiz Kahn. Licenciado en letras hispánicas por la P. U. Católica de Chile, Magister en Estudios Internacionales, U. de Santiago de Chile, editor de la revista chilena Estudios Evangélicos.

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[1] Ver aquí la columna de Chul Han: https://elpais.com/ideas/2020-03-21/la-emergencia-viral-y-el-mundo-de-manana-byung-chul-han-el-filosofo-surcoreano-que-piensa-desde-berlin.html

[2] Ver aquí una columna crítica en este tono: https://www.revistaelestornudo.com/virus-confucionismo-occidente-byung-chul-han/

[3] Consultar, por ejemplo, esta noticia: https://www.infobae.com/america/mundo/2020/04/01/una-investigacion-afirma-que-el-regimen-chino-oculto-al-menos-40-mil-muertes-por-coronavirus-en-wuhan-la-cifra-real-solo-la-saben-ellos/?fbclid=IwAR2IIoCq4sDl_ll-p5AfTbW3Wc_2OANAuBq0-INgfeVlC6t91LL2TsUKAVU

[4] Zigmunt Bauman (2017), Modernidad Líquida, México DF: FCE, p. 198

[5] Al respecto, revisar por ejemplo la obra del 2018, The Third Revolution, de Elizabeth Economy.

[6] Ver su obra World Order, 2014.

 

 

Alvaro Medina

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