Por Pedro Barría Gutiérrez.- En Chile nos está pasando lo mismo que ocurrió en la fábula en verso de Tomás de Iriarte. El autor narra que dos conejos pararon su desenfrenada fuga y aún acezando, comenzaron una acalorada discusión sobre si los cazadores de los que huían, eran galgos o podencos. Fue una discusión inacabada e inútil, porque en medio del debate, terminaron cazados por sus perseguidores.
La lección es que antes de discernir la naturaleza de un peligro, hay que guarecerse y protegerse porque, en caso contrario, podemos terminar exterminados o lesionados. Esta lección no solamente es válida para las personas, sino también para los países incluido el nuestro.
En Chile, frente a cualquier tema complejo, en vez de reaccionar con medidas prácticas que conjuren el peligro, comienza una acalorada discusión en el Gobierno, Parlamento y ahora también en la Convención Constituyente sobre la naturaleza del peligro, quién tuvo la culpa y las medidas para conjurarlo. Así, muchas veces fenómenos nocivos, pero incipientes, terminan transformados en graves y crónicas tragedias. Tal como ocurre con el cáncer, el quiste descuidado e ignorado, se transforma en poroto y luego en tumor.
Somos muy poco ejecutivos, abiertos, dialogantes y empáticos para enfrentar los problemas cuando comienzan y aún es tiempo para resolverlos o contenerlos en su avance. Esto ha transformado el país en un verdadero campo minado. Pasos en falso pueden hacerlo estallar.
Algunos ejemplos:
La violencia física, antaño esporádica, ha pasado a ser diaria, normal e institucional. Es una vergüenza e insensatez inaceptable la semanal orgía de fuego –y a veces sangre—de todos los viernes en el centro de Santiago, especialmente en los alrededores de la Plaza Baquedano. Quizás aún sea tiempo de pararla en vez de discutir si se trata de violencia o actos terroristas (¿galgos o podencos?), ya que en medio del debate, todos podemos ser arrastrados y afectados en nuestras personas y bienes.
Otro ejemplo es la delincuencia organizada. Durante largos años, dirigentes de gobiernos de turno sostenían que no había un aumento de la delincuencia, sino de la percepción de aumento de la misma en la población (¿galgos o podencos?), aumento al que contribuiría el amplio espacio de estos hechos en los noticieros de la TV. Hoy nadie puede negar el aumento de la delincuencia y de la violencia y crueldad de sus acciones. Parecen estar actuando grupos organizados plurinacionales provistos de poderoso armamento, modernos medios de comunicación y entrenamiento, que operan con brutalidad y desprecio en contra de personas y bienes. Ciertamente no responden a la romántica imagen del ladrón famélico que roba por extrema necesidad. El Estado permitió el crecimiento y consolidación de la delincuencia organizada, en medio de la discusión si lo que había aumentado era la delincuencia o la percepción de ella (nuevamente, ¿galgos o podencos?).
En la macrozona Sur durante un buen tiempo se discutió si estábamos en presencia de actos terroristas o delincuenciales (¿galgos o podencos?), discusión paralizadora que llevó los actos violentos diarios a extremos increíbles de desprecio por la vida y los bienes de las personas. La vida y la propiedad parecen haber perdido todo sentido allí ante un Estado ausente que carece de control territorial en amplias zonas.
Terreno minado es la propagación del narcotráfico y la consolidación de la violencia como forma normal de relación en las parejas, pololeos, familias, trabajos, colegios, barrios y política. Vivimos en una sociedad extremadamente violenta, a la cual hemos llegado sin darnos cuenta de la inutilidad de las discusiones simplistas (¿galgos o podencos?), que eluden reconocer la gravedad de los peligros.
Terreno minado es la confrontación política aguda, la falta de diálogo, la pérdida de la capacidad de escuchar al que piensa distinto, la obcecación extrema de querer imponer los propios puntos de vida a los demás, la aplicación de un simplismo ignorante frente a fenómenos complejos.
La impasibilidad y contemplación en contextos de extrema polarización, como el que se vive hoy en Chile, lleva a la paralización total cuando, en vez de enfrentar y condenar conductas y actuaciones dañinas y violentas, se comienza por discutir su naturaleza (¿galgos o podencos?). La paralización analítica podría implicar el asentamiento de la confrontación, verbal y/o armada, en un camino (¿sin retorno?), en el cual la violencia se podría consolidar como la forma habitual de relacionarnos en todos los planos.
Estamos a punto de transformarnos en una sociedad en estado de estrés no post traumático, sino estrés traumático permanente. En medio de una perniciosa ausencia del Estado en un ambiente de relaciones interpersonales tóxicas, lo peor es que podrían estar creciendo las ideas sobre la inutilidad del Estado, sobre la autodefensa, el ojo por ojo (linchamientos colectivos) y la justicia por mano propia como soluciones. ¿Será este el futuro para Chile?