Por Fidel Améstica.- Continuamos conversando con Payo Grondona.
―Creo que una de las cosas que trascienden en tus canciones es el aspecto biográfico. Respecto del Pato Manns, de Víctor Jara, del mismo Gitano, el asunto biográfico o de época tiene una incidencia directa en la creación, tanto que desemboca en la protesta frontal; pero en tus canciones hay ciertos toques de indiferencia que le dan humor, y habla de cosas que se mueven como burbujas en el vacío. Y el poeta, cantor o trovador que lo hace usa una sabia máscara cínica. Y aun así sigue siendo de protesta, pero con más peso…
―Sí. Es que lo otro también… Los que escudriñan más todavía ven el sentido del humor, que fue una cosa que no se hacía. Ahora se hace con todos estos payadores, y canciones de humor, y de doble sentido. Con el mismo ejemplo «Me diste mal la dirección», que es una canción de mucho humor, algunos dicen «Ah, este gallo canta cosas divertidas». Como no saben cómo viene la mano te encasillan para poder entender a partir de ahí todo lo demás. Y cuando uno canta algo divertido, o con humor, dicen «Ah, no, ya se puso político», ahí como que uno pasa a ser bipolar. Y la vida, y toda la experiencia, tiene esos vaivenes, tiene ese arcoíris de posibilidades. Después «Ah, no, es un humor irónico, valga la redundancia», «No, es un humor sarcástico», «Es un humor político», «Es un humor cínico», «Es un humor…», qué sé yo…
Ver también:
«Me llamo Payo, pero no payo». Payo Grondona, joyero del habla urbana (1ª Parte)
Lo que pasa es que hay un elemento sorpresa, y la base, después yo aprendí, la base del chiste es la sorpresa, es el remate. Entremedio de una canción te encuentras con una frase que tú dices «qué divertido», esa frase no tiene por qué estar ahí, pero está. Ya es sorpresa, otra vez: «Me diste mal la dirección, y no te pude hallarte». Ya el «hallarte» causa risa, pero está ahí porque a lo mejor me faltaba una corchea y le puse el te. Qué sé yo. La sorpresa es lo que produce el chiste, lo inesperado. Las canciones tienen eso, que son de temáticas inesperadas, y en el último disco grabado en el año 2000, «1945 Playa Ancha», año de nacimiento y lugar, tiene esos ingredientes, tiene lo autobiográfico, una serie de canciones dedicadas a la familia, tiene Valparaíso con un humor, también cancionemas, tiene como las tres patas. No sé si será un disco masón, porque tiene tres, pero me falta una cuarta.lo
―Tú estuviste exiliado…
―Sí, en Alemania, aunque también hay una discusión en eso. Estuve autoexiliado, pero es una discusión latera, porque ¿qué significa ser autoexiliado? Es cuando tú te vas legalmente. Menos mal que me fui legalmente. La gente que dice que este se fue autoexiliado… Bueno, qué querían, que me fuera en ambulancia, con una patá en el traste, torturado. Ahí sí que no, que es exiliado, porque este estuvo acá, estuvo allá, lo persiguieron. Ese detalle la gente de derecha como que no lo asimila. Te acusan, lo cual ya es el colmo, te acusan de autoexiliado. Efectivamente, yo salí a Argentina por tren, en aquellos tiempos todavía había tren, y después como en Argentina la cosa se puso muy peluda con la Triple A y que mataban a gente en la calle, igual que acá, ¡argentinos copiones! Los que nos ayudaban ahora tenían que empezar a cuidarse ellos, y no podían estar cuidando a un par de huevones de más. Eso me llevó a Alemania, a la República Democrática Alemana, y en suma estuve como diez años afuera, viviendo «en el exilio», en el destierro, en la migración, como querái ponerle, yo no podía volver, porque no tenía documento, y por supuesto que no podía volver, porque todos saben que no se podía volver, pa qué estamos con leseras.
―¿Aprendiste Alemán?
―Sí. Estuve en la Universidad Carlos Marx, hice un máster en periodismo. Y cuando volví intenté insertarme en la Escuela de Periodismo que recién se abría, considerando que el director y los profesores eran compañeros míos, y me dijeron que no, que ese título no servía para nada, que yo estaba sobrecalificado, que no me podían dar trabajo, la típica de siempre. Si yo hubiera vuelto más ignorante de lo que salí, y no le hubiera hecho sombra a esa gente, me habrían aceptado. Es lo que le pasó a Osvaldo Rodríguez, que volvió con varios pergaminos, y como sabía más que el jefe, pa’ fuera poh, huevón, y eso es todo. Y eso es muy militar. El Mamo está preso, pero el jefe está suelto. Está enfermo de ladrón, y de loco, pero bueno…
―Y por este periplo del destierro me imagino que hay amistades, vínculos, rostros, lugares, situaciones que conservar.
―Ese recorrido era muy loco. Rehicimos el grupo Tiempo Nuevo, que también eran vecinos de Playa Ancha, y a los cuatro años nos aburrimos de a cada rato estar viajando. Era una lata, que una semana aquí, otra allá, y al final uno no sabía si despertaba en pieza de hotel o de otra gente, y no sabías si tenías que bajarte para el lado derecho o izquierdo. Te demorái como dos minutos en saber dónde estabas. Eso desgasta mucho. Lo otro son los documentos, y uno está muy poco tiempo en cada lado.
Se iban dando vínculos sentimentales. Me acuso, Padre, de haber pecado con muchas chilenas, y muchas extranjeras, no pa’ hacerme el chilenito conquistador, sino, como dicen los filósofos del fútbol, se dan las cosas. Y lo más divertido es que me he ido reencontrando con algunas de estas personas, de esas víctimas, y uno también cambia las amistades. De todas las amistades que yo dejé acá muchas han muerto, y otras amistades que tuve en Alemania, Italia, se han desvinculado, y al cambiar las amistades, de repente uno no tiene de qué hablar. Tú no podí decirle y que te digan: «―Y bueno, ¿cómo te va? ―Mira, bien, estoy cantando. ―¿Cómo?, ¿estái cantando todavía? ―Sí poh. ―No, yo tengo una casa no sé adónde con piscina. ―Ah, muy bien poh, pero no es culpa mía». Cuando ya no hay de qué hablar, es que ya no soy amigo del gallo nomás.
―Tan amigos no eran…
―Se compartían cuestiones por una cosa u otra, pero se van dejando de lado.
―Como los pasajeros del barco…
―Claro, hay varia gente que uno va conociendo más fieles en tus avatares.
―¿Te gusta Viña?
―Sí. Me gusta Valparaíso y Viña, porque es tranquilo, se puede caminar, se ahorra plata ―caros son los sinvergüenzas de las micros―, se puede comer tranquilo, es barato, abundante, y aquí nadie te molesta. Lo que no me gusta de Valparaíso y Viña, como hablan los siúticos de la Quinta Región, es que no hay posibilidades de cantar más de la cuenta; y si uno va a cantar y pide un precio, ponle tú la bicoca de cincuenta mil pesos, te miran con cara de delincuente. Y si yo fuera vendedor ambulante ganaría cincuenta mil pesos al día. Pero como el vendedor ambulante, pobrecito, es producto de no sé qué cosa, y como yo no soy el pobrecito… Eso es lo penca. Entonces, tengo que ir a Santiago, y si uno canta en Santiago, uno se gasta cincuenta mil pesos en ir nomás y en estar. Y nadie le hace asco. Claro que hay más gente, pero sobre todo hay más respeto.
Acá no hay respeto por nada. Uno ve al alcalde corcheteado (el DC Hernán Pinto, edil de Valparaíso entre 1992-2004, fallecido en 2020), ese que no sirve para nada, que el patrimonio de la humanidad igual que la Gemita Bueno se lo pasa por donde… Cultura la escribe con K; ahora se usa escribirla con K, los okupas, pero él no sabe eso, evidentemente que no sabe; con K y con H. Hay mucha ignorancia, mucho desprendimiento, y no se valora lo que se tiene.
Cuando dijeron vamos a hacer la cuarta etapa del metro, los siúticos dicen «no queremos que pase por el centro de la ciudad». Pero pasa que el famoso reloj de flores de Viña es la réplica del reloj de flores de Rapallo (Italia), de donde son oriundos muchos de los italianos que viven acá. El tren en Rapallo pasa por el lado del reloj de flores, y el tren en Italia pasa a seis cuadras de la Torre de Pisa, y el tren pasa por frente del casino de Montecarlo. Pero acá los siúticos quieren un tren subterráneo para ensanchar. Es una siutiquería muy grande.
Hay que hacer hartos edificios. Aquí donde estamos, en Recreo, se han piteado pero montones de casas de las antiguas para hacer edificios que son todos iguales, porque son todos iguales. A mí no me interesan que sean todos iguales, pero se pitean las casas antiguas, se las compran a los viejos, les ofrecen a cambio tanta plata pa’ comprarse un departamento con vista al estacionamiento. No hay respeto.
Valparaíso no sabe. Es la falta de identidad total, y dicen que nosotros los porteños que somos así, que somos asá. Seremos todos del Wanderers, que ganó después de no sé cuánto (2001, con el técnico Jorge Garcés), pero el presidente del Wanderers es el guaripola de los imbéciles (Luis Sánchez Cruz). Si no fuera por La Sebastiana, no habría cultura, pero yo creo que en dos meses más van a decir que La Sebastiana existe gracias a la cultura de Valparaíso, y el común del perraje confunde si La Sebastiana queda en el cerro Bellavista o el Florida, y na’ qué ver los dos. Y de todo eso se va haciendo una majamama, y aunque acá se instale el ministerio de la cultura, van a empezar a decir que mucha plata, gasta mucha plata, y van a pavimentar. Son huevadas. Así no se puede, y esa es la parte que no me gusta.
―¿Y las canciones que haces ahora incluyen estos problemas?
―Hay cosas ahí, pero yo no… Hay ciertos problemas que no se merecen una canción sencillamente. No voy a estar gastando tiempo, tinta y cuerdas en hacer una canción en contra o sobre tal cuestión. No me interesa. Si hay otra gente que hace una canción sobre eso, bienvenido, pero yo no. No me hago cómplice. No tengo como cuartada una canción en contra de la venta del complejo deportivo en Playa Ancha, o saludando el patrimonio de la humanidad, si tú ves que en la matriz siguen yendo los domingos los viejos a almorzar, doscientos viejos, y pobres también. Toda la flor y nata de los guachacas. Uno eso lo puede hablar, pero convertirlo en canción, no.
En cuanto a las canciones que compongo ahora, estoy haciendo un par sobre temas bien concretos. Te voy a dar un resumen rápido. Salió, por esto de la delincuencia que tanto se habla, una nota de un niñito de nueve años que hurgueteaba en las mochilas y en las carteras de las mujeres, en la calle Valparaíso en Viña, entonces lo detuvieron, pero como tiene nueve años es inimputable, igual que el loco, que el ladrón (Augusto Pinochet). Lo soltaron, pero el niñito seguía en eso, era su pega. Por darles el soplo a los hermanos de catorce y de diecinueve, que cien metros más allá venía el cogoteo, ahí se lo llevaron, pero fueron los hermanitos y en el juzgado lo rescataron. Llegaron al juzgado con puñales, lo rescataron y arrancaron con él. ¡El niñito! Había un video, pero la madre dijo «no, si él nunca roba nada, es puro hueveo. Es que él es curioso, por eso mira las mochilas, porque es curioso». Bueno, la canción se llama «El curioso».
La otra se llama «El otro patrimonio», que más o menos resume todo lo que estábamos hablando. Los ejes transversales que no sirven para nada, toda esa cosa elefantiásica, que tanto le gusta a la derecha, y que la izquierda la denuesta, son estalinistas. El otro día fui a la Quinta Vergara a ver al Milanés, hacía años que no iba, la Quinta Vergara nueva es una tetera estalinista. Si no le da ni pa’ samovar, es una tetera. Toda esa fanfarria está en esa canción.
Hay otra sobre el almacén de la esquina del barrio, otra de un travesti. La historia es muy larga, yo me demoro mucho en hacer las canciones, me demoro mucho, pero la historia esta comienza cuando yo estaba en Santiago, yo vivía detrás de la Municipalidad de Las Condes, cáchate, en El Golf. Cuando yo llegaba en micro o en auto, de vuelta de los canturreos, otros dicen que de trabajar, yo siempre he dicho canturreo, es trabajo. Estaban los travestis en la esquina, y ya me conocían. «Hola, pelao (con voz ronca), tenís un pucho», y era la mansa mina, y trabajaban ahí, «Hola, quiubo. Te voy a acompañar hasta allá, porque aquí están cogoteando». De esa onda. Y en la vereda del frente mataron a tres, de esos que no les gustó el servicio, que en vez de ir al Sernac recurren a una pistola. Ese es el Sernac de la derecha. Si no les gusta el candidato a presidente, lo cagan. Si no les gusta el comandante en jefe, lo matan. Es la historia de este travesti que le da sida, pero se salva a tiempo, aunque esto es eterno, y sigue como travesti feliz de la vida. Me aprendí el estribillo, porque yo las canciones no me las sé habitualmente, pero el estribillo dice «Me lo contó un pajarito / por celular baratito, / que Ricardo Avellana / sigue meneando la cartera / con remedios de primera, / sana potito de rana». La otra se llama «El escritor cesante», que dice el estribillo: «Si el deber del escritor es escribir, / ¿qué puede hacer / cuando no puede cumplir / con su deber?». Hay una lista de cosas así.
―Otro tema famoso que lo cancionas son los gatos: «Gato chico»… (tema 19, minuto 32:32, disco Playa Ancha 1945).
―Esa es una canción familiar. Yo tenía un gato, y ahí más o menos describe la historia. Ese gato me lo regalaron en la Plaza Italia, me lo metí al bolsillo, y me fui en metro con el gato en el bolsillo, y el gato siempre se acostumbró a estar siempre en mi bolsillo y en mi hombro como un loro, y a medida que crecía, el gato pasaba a ser bufanda; después, estola.
Había gente de visita, estábamos almorzando y el gato saltaba a mi hombro, lo que causaba mucha sorpresa, y, como todos los gatos, se van de la casa, paran la cola y se van, y sucedió que nos separamos, yo no estaba y el gato dijo «qué hago aquí poh, loco», entonces se viró. Esa es la historia del gato, y yo siempre he tenido gatos.
Hay otra historia que también es para canción, pero sería una canción muy larga. Es un gato que teníamos en Alemania, un gato Shwartzsingatunjazer….. míster europeishon. Un gato de pelo negro largo, centroeuropeo. Mi señora de la época dijo «quiero un gato», porque ella tenía gatos en su casa de Buenos Aires, y el gato era como un oso panda, pero vestido de gato. Una sola condición, le dije: le vamos a poner «Cochayuyo». Pero ¿por qué Cochayuyo? Y yo le dije: Pa’ que a los alemanes se les enrede la lengua alguna vez. Y cómo se llama, decían, Cochayuyo. Y al tratar de pronunciarlo quedaba la cagá. Cuando uno en alemán quería decir cenicero, tenís que decir achenbachá (aschenbecher). Si lo dices mal, es otra cosa. Pa’ esos la «v» es «v» y la «p» es «p», todas las letras son letras. No como acá, que podís hablar con «m» en vez de «r», con «l» en vez de «n», y así podís hablar como querís. Allá no se usa el «querís». Y le pusimos Cochayuyo. Están también los gatos de Recreo que se fueron muriendo de a poco.
Le leí una vez a Neruda la «Oda al gato» y me pareció que el gato es así como uno. Y volviendo a esto de los músicos, el gato quiere ser gato, en comparación con el perro u otro cantante. El gato no más quiere ser gato. El perro quiere ser amigo del hombre, juguete de los niños, guardián de la casa, el padre de familia, no sé, ganador del Kennel… ¡Y cuándo va a ser perro ese pobre huevón!, si tiene que ser perro nomás. El gato no, el gato es siempre gato. Además, el gato no huele a gato, el perro huele a perro y es una porquería, ¿cierto? A lo mejor mi repertorio es de gato, quiere ser gato nomás.