Por Carlos Cantero Ojeda – No cabe duda que ambas instituciones tienen algunos elementos doctrinarios incompatibles. Pero, también tienen muchos elementos comunes, en particular, los principios y valores universales. Sin embargo, para ser claro y directo, es necesario señalar que la acción de la élite Católica va contra el sentido de los tiempos, recuerda épocas de intolerancia y violencia y de paso, atenta contra algunos Derechos Humanos fundamentales.
La opinión negativa de la Iglesia respecto de la Masonería, tiene historia larga, desde España (1738) el Inquisidor General la prohibió en los territorios bajo su jurisdicción, el rey Fernando VI promulgó en 1751, un edicto condenando la Masonería, Carlos III no se quedó atrás en este empeño. La Iglesia destacó razones prácticas y doctrinales.
El punto de inflexión está en la Encíclica Humanum Genus, del Papa León XIII (1884), quien criticó el “naturalismo racionalista” de los Masones. Otros acusaron que la Masonería estaba contra la Iglesia Católica y ejercía acciones inconciliables, como señala la Carta Custodi (1882).
Luego, en 1983, el Vaticano da una Declaración, en la que profundiza la tensión al señalar que hay “principios incompatibles”, lo que también recoge el canon 1374 de la Iglesia Católica. La historia está llena de actos de supremacía, lo grave es que en algunos casos generan discriminación, cultura de odio y de cancelación de la otredad. La historia está llena de estos vergonzosos episodios, que tanto dolor y vidas costó a la humanidad.
Parece increíble que hoy, ante la preocupación del Episcopado de Filipinas, por un gran número de fieles en sus diócesis Católicas que pertenecen a Logias Masónicas, el Dicasterio para la Fe (Vaticano), reitera la incompatibilidad entre el Catolicismo y la Masonería. Esta reacción prohibitiva constituye un apremio a los católicos que históricamente forman parte de la masonería. Aunque es muy evidente el escaso acatamiento de los fieles.
Es comprensible que una religión que se fundamente en Dogmas de Fe, es decir, “verdades indubitables” señaladas en el Credo, actúe de esa manera. En este caso, una institución religiosa, actúa con intolerancia frente a otra institución no religiosa, sino espiritual, que proclama su sentido racional y ajeno a los dogmas. Es muy obvio que las instituciones que no se adaptan a los tiempos pierden sus membresías y aquellas que se muestran incoherentes e inconsecuentes pierden, además, legitimidad, credibilidad y van quedando obsoletas.
Haciendo claridad sobre lo fundamental, si este tema lo vemos como teoría de conjuntos, la espiritualidad es el contenedor y la religión es uno de los contenidos. La espiritualidad es un universo infinitamente superior al conjunto de las religiones. La religión es una de las formas de expresión de la espiritualidad y equivale a una fracción de esa totalidad. Dentro de ese conjunto (de las religiones) la Iglesia Católica, es una fracción aún menor. La religión semánticamente expresa voluntad de reunir, de religar.
Que la jerarquía católica reitere que su fe es incompatible con la Masonería, es decir, con una forma de espiritualidad particular, no daña, ofende, ni limita, a la masonería, ni a los Masones. Solo explica la opinión de la élite eclesial frente a una corriente de espiritualidad (Masonería), que es ética, filosófica e iniciática, no dogmática y que adscribe a los principios básicos del Humanismo, exaltando el valor de la Igualdad, Libertad y Fraternidad.
Entre los Masones hay también ateos, agnósticos y quienes no profesan religión alguna y a todos se les respeta en su dignidad y legitimidad, entendiendo que en la concepción del Gran Arquitecto del Universo, tienen cabida múltiples miradas. Y así será siempre, por nuestra esencia y la diversidad que es potencia.
La Masonería proclama el valor de la tolerancia como elemento de cohesión de todos, la unidad en la unicidad, entendiendo que todos somos uno. Es eminentemente ecuménica, busca alcanzar a todas las personas del mundo, a todas las corrientes espirituales, religiosas, políticas y culturales, a todos los países y en todos los tiempos.
Cree en la existencia de “una causa primera” o concepto de Dios, en la inmortalidad del alma y su trascendencia respecto del plano terrenal. Sin embargo, no impone ninguna idea al respecto y cada cual actúa de acuerdo a sus convicciones espirituales, unos, y religiosas, otros. Sobre el ara o altar del templo Masónico, puede haber diversos libros sagrados, de las distintas religiones, de acuerdo a la convicción de cada Masón. Se respetan las directrices del Decálogo y los libros sagrados de las diversas corrientes religiosas.
Ambas corrientes, la religiosa (Catolicismo) y la espiritual (Masonería), tienen fines y propósitos muy distintos. Aunque coinciden en la creencia de la Causa Primera, ese enfoque tiene derroteros muy distintos: la Iglesia Católica, es una religión teísta, es decir, cree en un Dios creador o providente, gobernante del universo y lo dirige en todo momento y lugar. En cambio, la Masonería es deísta, es decir, concibe una “Causa Primera”, que señala como el Gran Arquitecto del Universo o Dios Universal.
La Iglesia Católica es vertical, como lo señala su teología, lo que se expresa con claridad en la autoproclamada infalibilidad papal o infalibilidad pontificia (desde 1870), según el cual el Papa estaría preservado de cometer error cuando promulga a la Iglesia una enseñanza dogmática en temas de fe y moral.
Se considera que posee verdad divinamente revelada, o una verdad de fe, por lo que ninguna discusión se permite dentro de la Iglesia católica y se debe acatar y obedecer incondicionalmente. Eso nunca ocurrirá en la Masonería, una institución donde su dignatario, solo es el primero entre sus iguales y debe cautelar la libertad de credo, conciencia y opinión, como es el deber ser de la Masonería.
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Los Masones no comparten la visión redentora, en la que uno se sacrifica por la salvación de los otros. Cada individuo es responsable de sus actos y de su perfeccionamiento, opera el libre albedrío, la libertad de conciencia y la bonhomía del ser humano. Además, la Masonería es Meliorista, eso significa que impulsa una conducta humana que apunta a tomar lo mejor de las ideas, con el fin de hacer de esta selección una síntesis o sinergia superior de ellas.
La Masonería es una instancia de tolerancia, que valora el pluralismo, la diversidad religiosa y cultural, promueve el esoterismo, que refiere a lo que está oculto, a los sentidos y a la ciencia. En particular lo espiritual, lo que incluye al conjunto de conocimientos y prácticas relacionados con la alquimia (espiritual).
Exalta el racionalismo, por sobre los dogmas y su gran libro es la naturaleza. La Masonería aspira a ser el centro de unión y el medio de conciliar verdadera fraternidad entre personas e instituciones distanciadas por su diferente confesionalidad religiosa, para construir amistad fraterna.
La Masonería es una institución discreta, respeta la intimidad que se debe a las personas e instituciones, busca la verdad más amplia y se empeña en hacer el bien a la humanidad. El Masón aspira a construir su propio templo interior, en el estudio filosófico y el trabajo espiritual, tendiendo a la construcción de la Gran Catedral Universal, que es la sociedad, teniendo siempre como fin la persona humana, su comunidad universal, su realización y felicidad.
Cree en el perfeccionamiento humano inmanente, es decir, que es interno a un ser o un conjunto de seres, y no es el resultado de una acción exterior a ellos. Promueve la liberación, la elevación de la consciencia y la búsqueda constante de la verdad, como una obligación personal, fruto del propio esfuerzo y no de la voluntad divina ni de acción redentora alguna.
La lógica redentora es la que un tercero se sacrifica para librar a (otros) la humanidad. Como se ve, son dos caminos de desarrollo espiritual completamente distintos. Al contrario de lo que ocurre con el Catolicismo, para la Masonería no existe impedimento en la interacción de unos con otros, en el ejercicio de valores universales.
La Masonería no es anticlerical, ni está contra la Iglesia Católica, ni ninguna otra expresión religiosa. Simplemente, no acepta para sí, ni cree en los dogmas, sean de cualquier naturaleza: religiosos, políticos, económicos, etc.
Entiende que, este tipo de imposiciones forzosas son actos de sometimiento y restricción de la libertad de asociación, de consciencia, de pensamiento. Incluso, la libertad de credo, cuando cíclicos desbordes fundamentalistas atentan contra la diversidad y el pluralismo, bajo el argumento de “Mi Dios Único y Verdadero”, el reclamo de “Pueblo elegido de Dios”, o la demanda de (una supuesta) “Tierra Santa” ¿Será que nuestros territorios son tierra “no santa”? ¿Dónde se ha visto más sangre y vidas segadas, por milenios, con actos de barbarie suprema?
No se trata de una época de cambios. sino de un cambio de época, con alcances civilizatorios. Guardo la esperanza que la Iglesia Católica, asuma el sentido de los tiempos y los portentosos desafíos que amenazan la espiritualidad: la vigencia de principios y valores fundamentales al Humanismo y la subjetividad humana.
Tengo la convicción que, más temprano que tarde, se entenderá que la amenaza a nuestros valores e instituciones no están en la Masonería, sino en el desbordado “Materialismo”, que se impone sin contrapeso en la comunidad universal, vertiginosamente (a la velocidad de la luz). La revolución en las tecnologías de información y comunicación, y los nuevos paradigmas consecuentes, determinan las tendencias globales, en cuya definición ambas instituciones han mostrado el Síndrome de la Intrascendencia.
El sentido de los tiempos es un equilibrio dinámico y constante entre conservación y cambio. Esta tensión se expresa en la crisis ética y valórica de los tiempos presentes, en la vacuidad espiritual, desafíos que claman unidad de las personas de buena voluntad, para contener la ofensiva de los paradigmas emergentes y la mentalidad débil, que imponen un desbordado materialista sin contrapeso.
Frente a la magnitud de los desafíos emergentes, no tiene cabida el despotismo, ni el sentido propietario de la verdad, ni los enfoques supremacistas, que defienden la superioridad de un colectivo humano frente a los demás, por razones religiosas, étnicas, biológicas, culturales, o de origen.
El desafío de instituciones tradicionales como las Iglesias, los movimientos espirituales, entre los que se ubica la masonería, dependerá de la definición de cuánto conservar y cuánto cambiar, dimensión importante en relación con la vigencia de los principios y valores universales, evitando la fragmentación y atomización. La falta de voluntad o compromiso con los fines superiores tendrá graves consecuencias en el futuro inmediato, que se define cada día, semana, mes y año, con la emergencia de los generadores de algoritmos.
La emergencia de la Sociedad Digital y de la Singularidad, que es la convergencia de la inteligencia humana con la inteligencia artificial, la robótica y automatización, la nano y biotecnología, la neurociencia y el cambio desde la biopolítica hacia la psicopolítica, implican un cambio radical.
El desafío es proteger al ser humano como fin y asumir las tecnologías como medios al servicio de la humanidad. Debemos hacer consciencia que el nuevo objetivo es la captura, configuración y sometimiento de la subjetividad humana: los deseos, miedos, etc. Emergen desafíos portentosos que requieren unidad de las mujeres y hombres de buena voluntad, más allá de credos, para proteger la dignidad del ser humano, nuestro medio ambiente y los valores.
El vértigo de la revolución digital y la emergencia de las tecnologías de información y comunicación, generan una revolución de tiempo-espacio, que impactan en todas las instituciones y los procesos humanos, en sus períodos circadianos, los ritmos de la vida y las rutinas de las personas.
A ese Hermanamiento de unidad y fraternidad nos llamaba el Papa Francisco, en la Encíclica Laudato Sí. Espero que se retome, incluso con sentido más amplio, el espíritu de la Declaración NOSTRA AETATE (Nuestro Tiempo-1965) del Papa Paulo VI, en el contexto del Concilio Vaticano II, cuando se asume la necesidad de cambio en la actitud de la Iglesia Católica respecto de los Judíos (como religión), promoviendo relaciones más fraternas con todas las espiritualidades, sin discriminación ni voluntad de cancelación a ninguna de ellas.
El llamado de la Masonería es a la Fraternidad, con respeto y tolerancia, hacia todas las personas de buena voluntad, sobre la base de principios y valores humanistas compartidos. Como dijo el Papa León XIII “La fe es algo muy querido”. Señalamos nuestra coincidencia con esa afirmación. Solo que unos tienen fe en el Credo de su Iglesia y otros tienen fe en la verdad que se esconde en la naturaleza, e incentivamos su búsqueda.
El estado de pecado grave, emerge cuando se atiende a lo accesorio, desatendiendo lo fundamental. La libertad, la igualdad y la fraternidad claman al cielo por justicia, prudencia y pertinencia. Las autoridades espirituales y religiosas deben asumir su responsabilidad en el retroceso de la vigencia de los valores del Humanismo, que constituye la Madre de las Batallas.
Estos eventos denotan que no se entienden los radicales procesos sociales que enfrentamos, la crisis de valores que he denominado pandémica. El sentido de los tiempos y sus paradigmas están marcados por categorías de pensamiento que podemos sintetizar en: individualismo, relativismo, nihilismo, hedonismo, inmediatismo (instantaneidad), subjetividad, liberalismo, improvisación y banalidad, entre otros.
Desde el punto de vista filosófico y ontológico, la sociedad emergente muestra una diferencia sustantiva con los tiempos precedentes, hay un evidente giro histórico, dada su evolución. En efecto, la identidad común, el buen vivir, la distinción entre el bien y el mal, la moralidad que definía Dios o las religiones, está en un proceso de cambio.
Todo gira en torno a la propia definición del yo, a la subjetividad, a la autodefinición de los principios y valores desde los cuales se construye la sociedad. Antes los valores los definía exteriormente (a la persona) la religión y sus Iglesias, con superioridad y primacía. Hoy eso ha cambiado, las personas buscan escuchar la voz interior, más que la exterior, ser coherente con la convicción personal más que escuchar a la autoridad exterior. Son decisiones interiores, que responden a la subjetividad de cada individuo.
Se ha debilitado el sentido de comunidad y pertenencia. En la búsqueda del bien común universal, el ser humano reclama autenticidad, un sí mismo, que se hace a su propia medida y con originalidad. Buscando pertenencia donde encuentra ese sentido de reconocimiento y de valoración por su “sí mismo” auténtico y original.
Emerge una nueva sociedad. Un nuevo ethos, con su ética, estética y emocionalidad, que impacta en la forma de producir, de comunicar, de transportar y producir bienes; generando cambios sociales, en la institución de la familia, en el trabajo, la educación, en la relacionalidad; y, en las rutinas de las personas, lo que altera la forma de ser y estar en el mundo.
Enfrentar esta crisis cultural y valórica exige realismo y pertinencia, respeto a la diversidad y compromiso con el pluralismo, con unidad y diálogo, sin primacías ni un sentido propietario de la verdad, respetando diferencias y evitando descalificaciones entre buenos y malos, el negacionismo y, mucho menos la cancelación.
Estos procesos afectan cuestiones esenciales a la relacionalidad humana, el tiempo y la cercanía que se requiere para las emociones: la confianza, fidelidad, afectividad, respeto, etc. que se ven tensionados en el vértigo de la sociedad emergente. Lo que pone en cuestión las relaciones sociales y emocionales auténticamente profundas y duraderas.
Ojalá se retomen los derroteros que se abrieron luego del Concilio Vaticano II (1962-1965) en que se establecieron puentes de entendimiento y buena voluntad. La Masonería es, como la propia Iglesia Católica lo señaló en su momento, “fuerza moral y poder librepensador”, a lo que responsablemente se puede agregar, libre de todo anticlericalismo y no confrontacional con la Iglesia Católica como institución.
Expreso mis esperanzas para que se imponga el buen criterio, retorne el amor fraterno, surjan los esfuerzos colaborativos y se abra el diálogo que construye la realidad. La unidad surge del sentido de comunidad, de la consciencia de un destino común.
La Masonería declara “urbi et orbi” su aspiración de construir una sociedad mejor. Parte por cada uno de sus miembros, llamados al continuo perfeccionamiento personal e integral, en cuerpo y alma, construyendo su templo interior, para llegar a construir la Gran Catedral Universal, que es una comunidad global, fiel al Principio Monista, en el que uno es todo y todo es uno, en unicidad.
Todo en la fraternidad, tolerancia y filantropía, en la coherencia de las “Virtudes Teologales” de la Fe, la Esperanza y especialmente la Caridad. Y, de las “Virtudes Cardinales” y los principios derivados: Templanza; Prudencia; Fortaleza; y Justicia, esas cuatro conductas enunciadas por Platón en el contexto de la tradición filosófica clásica y que ejercen gran influencia sobre el pensamiento espiritual, religioso y filosófico.
Creo en la bonhomía de la élite católica, en sus buenas intenciones. Al mismo tiempo, tengo convicción profunda del sentido de fraternidad de la Masonería Universal. Hago un llamado a sus líderes para sintonizar con el sentido de los tiempos, a reconocer que el espíritu crístico, principio del amor y de la energía que no puede ser corrompida, mora dentro de todos los seres humanos de buena voluntad, aunque por el materialismo desbordado muchas personas lo tienen dormido. Lo crístico es el sentido y la convicción que todos somos uno con la divinidad y el universo.
Es la Consciencia del Amor y la Compasión Universal; la convicción que la nada mora en el todo, que hay unidad entre nuestro ser y la divinidad, que se expresa en nuestras emociones, sensaciones y el despertar espiritual. Todo se traduce en amor, ese espíritu primero, que está más allá de toda religión y espiritualidad, simbolizado en el Amor y la Luz. Nuestros valores esenciales, hacia los seres, el planeta y el cosmos, en que moramos en común-unión, en coherencia con la doctrina que Cristo enseñó: “Dios es amor”. ¡Que así sea!
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