Por Jorge Riquelme.- “No están inmóviles las hojas. Ni siquiera las caídas y secas, allá abajo, mezcladas en el mismo remolino con pedazos de diario y jirones de afiches” (Mario Benedetti, “Gracias por el fuego”).
La invasión decretada por Vladimir Putin sobre Ucrania da cuenta del fracaso de la diplomacia y representa un golpe brutal al multilateralismo global, que tiene en su centro a la Organización de las Naciones Unidas. A primera vista, las negociaciones en curso dan cuenta de la preferencia de los países, particularmente las potencias globales, por relacionarse al margen de las instancias multilaterales vinculadas con los asuntos de la paz y seguridad internacionales. En tal sentido, resulta evidente la incapacidad del Consejo de Seguridad para abordar eficazmente asuntos globales de alta relevancia, en tanto su actuación está severamente condicionada por el poder de veto de los miembros permanentes. Y ante su inacción, la Asamblea General de Naciones Unidas, que posee un rol subsidiario en materia de paz y seguridad –teniendo como antecedente la resolución Unión pro Paz de 1950- tampoco se aprecia determinante al respecto.
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La resolución adoptada el 2 de marzo pasado en la Asamblea, exige a la Federación de Rusia que “retire de inmediato, por completo y sin condiciones todas sus fuerzas militares del territorio de Ucrania dentro de sus fronteras reconocidas internacionalmente”. El documento fue apoyado por 141 de los 193 miembros de la Organización, con 35 abstenciones y cinco votos en contra, por parte de Rusia, Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Eritrea. No obstante, al revés de las resoluciones del Consejo de Seguridad, el texto no tiene un carácter vinculante, aunque demuestra un respaldo político generalizado a la causa de Ucrania.
El conflicto entre Rusia y ese país se remonta al año 2014, cuando -en febrero de ese año- manifestantes ucranianos derrocaron al Presidente prorruso Víktor Yanukóvich, en medio de manifestaciones centradas en la plaza principal de Kiev, también denominada el Maidán. El mismo año está marcado por la invasión y posterior anexión de Rusia de la península ucraniana de Crimea. En 2022 el conflicto está definido por el deseo de Moscú de desmilitarizar y neutralizar a Ucrania, evitando que ingrese a la OTAN, una pretensión que Rusia percibe como una amenaza directa a su seguridad nacional. Pero en el fondo, el deseo de Putin es recuperar espacios en un escenario internacional determinado por la competencia estratégica entre Estados Unidos y China, pretendiendo volver a un glorioso pasado de superpotencia, estatus perdido luego del fin del conflicto bipolar y la implosión de la Unión Soviética.
En esta búsqueda por el poder y posicionamiento global, Rusia estaría tratando de romper el asedio internacional, manteniendo a ciertos actores extrarregionales fuera de su patio trasero estratégico, como es el caso de la OTAN, con la protagónica presencia de Estados Unidos, y la Unión Europea, considerando que la economía rusa y su demografía dan cuenta de un marcado estancamiento desde hace años, y que Ucrania representa una fuente de conflicto prácticamente desde su independencia el año 1991. Este enfrentamiento demuestra una ya conocida preocupación estadounidense, detallada por Zbigniew Brzezinski en su ya clásico libro The Grand Chessboard. American primacy and its geostrategic imperatives (1997), cual es la centralidad geopolítica de Eurasia en la política global.
Así las cosas, el 24 de febrero de 2022 Putin anunciaba el despliegue de una operación militar especial en Ucrania, tras el reconocimiento de la independencia de las regiones ucranianas de Donetsk y Lugansk. Seguidamente, las tropas del oso ruso cruzaban las fronteras de Ucrania, bombardeando ciudades como Kiev, Járkiv o Mariúpol, además de la captura de la planta nuclear de Chernobyl. Lejos de la rendición, el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, ordenó el despliegue militar de sus fuerzas «con el fin de garantizar la defensa del Estado, mantener la preparación para el combate y la movilización de las Fuerzas Armadas de Ucrania, y otras formaciones militares».
En ese contexto, al día de hoy más de un millón de ucranianos, sobre todo mujeres y niños, se han visto obligados a huir del país, y han muerto más de dos mil civiles, además de la devastadora destrucción sobre la infraestructura urbana, donde se cuentan colegios y hospitales, demostrando una vez más que la población civil es la que sufre más fuertemente los rigores de la guerra. Quienes se mantienen en Ucrania, participan activamente de la defensa del país, construyendo barricadas, preparando emboscadas y fabricando cócteles molotov para resistir las imponentes tropas rusas.
A primera vista, la victoria de Rusia es cuestión de tiempo. Su poder bélico es aplastante. Dejando de lado su poder nuclear, que incluso ha amenazado llegar a utilizar. Pero en el largo plazo ¿realmente gana poder la Rusia de Putin? Más allá del despliegue de su musculatura militar, lo cierto es que Putin se va quedando sólo, dañando de manera brutal el posicionamiento global de Rusia. Su poder duro es evidente, pero no así su poder blando, es decir, su habilidad para ser un país reconocido y admirado y, en suma, un líder para la comunidad de naciones. No se puede ser un líder sin seguidores.
El creciente aislamiento ruso va de la mano de una serie de sanciones desde la comunidad internacional. A fines de enero pasado Estados Unidos, la Unión Europea, Reino Unido y Canadá acordaron excluir a los bancos rusos del sistema financiero SWIFT, que es el que permite los procesos de pagos entre instituciones financieras en unos 200 países. Asimismo, tales países han congelado los activos del Banco Central ruso. Además, Estados Unidos ha anunciado el cierre de su espacio aéreo para aeronaves rusas, decisión que ya había sido adoptada por la Unión Europea y Canadá. En línea con lo anterior, numerosos países han decretado prohibiciones a la exportación de bienes, tecnología y servicios para la industria petrolera y aeroespacial.
Conjuntamente con las sanciones gubernamentales, numerosas empresas han congelado sus actividades en Rusia, como es el caso de las petroleras ExxonMobil, Shell y BP. La industria del entretenimiento no ha quedado fuera, en tanto los estudios cinematográficos estadounidenses, como Disney, Paramount o Warner, no exhibirán sus películas en cines rusos. En el ámbito del deporte, las federaciones internacionales no están permitiendo que los equipos y atletas rusos participen en las competencias.
Internamente, las sanciones ya empiezan a tener efectos en Rusia, como lo demuestra la oleada de manifestaciones y protestas que se están expresando en contra de la guerra. También están atizando el descontento entre los oligarcas rusos, que ven sus fortunas severamente afectadas por las restricciones. En ese marco, el régimen de Putin está viviendo numerosas críticas y fragmentaciones en un frente interno que se resquebraja rápidamente. Y en el plano externo, claramente el ataque de Rusia a Ucrania está generando un efecto indeseado en este país, propiciando una oleada patriótica y heroica aglutinada alrededor del Presidente Zelenski, que de sus orígenes de comediante ha devenido en un respetado líder, admirado en el ámbito doméstico y exterior.
En la esfera internacional, tal cual lo expresa la antes mencionada resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas, una vasta mayoría de países ha condenado la invasión rusa sobre Ucrania, demostrando una profunda solidaridad con la situación que atraviesa éste país. La Unión Europea ha condenado también la invasión, avanzando en posiciones comunes en materia de política exterior, dando igualmente protagonismo a Macron, que ha buscado acercar posturas con el líder ruso. A su vez, la OSCE reiteró su condena a la operación militar rusa en Ucrania, expresando su «máximo apoyo» al pueblo ucraniano y a sus «líderes electos democráticamente». Por su parte, el Consejo de Europa ha decidido suspender la participación de los delegados rusos en las principales instancias de la organización paneuropea.
En suma, el ataque de Rusia a Ucrania ha impulsado la cohesión internacional y el accionar conjunto. Ciertamente, ha desnudado las debilidades del multilateralismo global, como es el caso de la escasa operatividad y oportunidad que exhibe el Consejo de Seguridad en momentos críticos de la gobernanza global, pero, por otro lado, denota un notable accionar colectivo de las instancias regionales, particularmente en el ámbito europeo. No estamos en presencia de la muerte del multilateralismo, sino de una actividad multilateral dinámica y flexible, que se mueve entre obstáculos y sinuosidades. Toda amenaza genera cohesión en un sistema social dado, y ello ha sido justamente el efecto no deseado de Putin.
Jorge Riquelme es doctor en Relaciones Internacionales en la Universidad Nacional de La Plata. Argentina