Por Hugo Cox.- Sinceramente, en estos días es cada vez más difícil ser de izquierda. Antiguamente, ser de izquierda significaba estar en contra de las desigualdades, era estar a favor de los obreros y contra los empresarios.
Hoy, para ser de izquierda parece ser obligatorio seguir al “wokismo” y, entre medio, quizás a favor de los obreros.
Por este camino se ha llegado a ver que la Cámara de Diputados, por ejemplo (y sucede lo mismo en otros países occidentales), se ha convertido en una jaula o en un verdadero ring, moviéndose la política a un ritmo espasmódico, con muchos momentos de verdadero delirio, lleno de batallas tácticas y cambios permanentes del libreto, donde el objetivo final es ganar la batalla del relato a imponer.
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El sujeto histórico en la sociedad de lo woke
La clase política está pendiente de sus propias escaramuzas y ajena al sentido común de los ciudadanos. A esto también contribuyen los medios, alimentando la desconfianza en la política, y trasmitiendo la información como un mero entretenimiento (… por cierto, no todos los medios).
Hoy se camina por un camino inestable en que las mayorías son de corta duración, son volubles y muy plurales… Líquidas. Esto lleva a que se transmita la política como un espectáculo y engendrando así la “anti política”.
Los ciudadanos, producto de sus propias realidades y urgencias cotidianas, exigen respuesta inmediatas y eficaces. Así, no sirven reconstrucciones que se tardan años en ver la luz ni tampoco promesas utópicas.
La evidencia de la falta de rumbo está en que la negociación de la Reforma Previsional fue negociada por dos ministros que no son del mundo de donde provienen los dirigentes del Frente Amplio. Ellos están formados en la modernidad dura y conocen de la rudeza de la política y la necesidad de llegar a acuerdos para avanzar. En la otra vereda, una derecha política que entendía la necesidad de los acuerdos.
Gracias a esto, y sólo gracias a eso, se logró por una parte despejar el tema previsional de la discusión electoral y, por otra, le quita a los sectores duros del gobierno la bandera de lucha de No más AFP, logrando por lo tanto una legitimación del modelo.
Ambos sectores ceden en pos de lograr un acuerdo. La derecha obtiene que el 6% vaya a capitalización individual, y el gobierno obtiene un 4,5% que va a la administración del Estado (esto en términos gruesos).
Las esquirlas van hacia varias direcciones: los sectores duros de la derecha acusan a los suyos de traicionar los principios igual que los sectores más duros del gobierno a los negociadores… Los extremos se tocan.
En síntesis, el acuerdo fue un acto de realismo que saca momentáneamente a la política de la inacción en que se encontraba, pero se necesitan más pasos en la misma dirección.
Al ceder en esta reforma, la izquierda “woke” logró el renacimiento de los sectores más conservadores de la sociedad, los que siempre han tenido una actitud confrontacional con el progresismo.
Las elucubraciones y la imaginación de un sector gobernante llevaron a que salieran los fantasmas en la derecha; llevó a una propuesta constitucional que no contó con mayorías y que resultó ser parte de la ignorancia prepotente; y el desconocimiento absoluto de la sociedad y de su historia local.
Al final, el sueño del frenteamplismo ser los continuadores de la Unidad Popular está terminado con una derecha reconstituida y cada vez más cerca de ser gobierno.
No se entendió nunca que la ciudadanía necesita del respeto al Estado de Derecho sin dobleces, que la seguridad pública sea real, que exista un mejoramiento de la salud pública, que haya crecimiento para que aumenten las posibilidades de trabajo formal… en definitiva, crear una vida sin grandes sobresaltos, poner los pies en la tierra.
Debe haber una real valorización de la democracia y un acuerdo y convergencia de las fuerzas políticas en pos de construir un programa básico que dé solución o encamine las soluciones que la ciudadanía reclama para salir del marasmo en que nos encontramos.
Pregunto… ¿es mucho pedir?
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